Juan Villoro se enfunda en un jeans de longitud extrema y una camisa vaporosa gris para soportar el calor incandescente de Managua. Escribe con los ojos hundidos en su laptop en medio de un barullo monumental en el restaurante de un hotel, mientras dice que puede hacerlo igual en cualquier otra parte del mundo, a cualquier temperatura. Si el ruido escasea y logra escribir en algún plácido rincón de su casa, aparecen los mensajeros, los encargados de llenar el tanque de gas o su madre: “Mi madre, que tiene problemas urgentísimos todos los días”.
Ese talento para escribir en cualquier circunstancia, como ahora, también le pasa factura. A veces, el hombre que ha recibido más de doce premios internacionales por sus letras también se equivoca de la forma más dolorosa en que puede hacerlo un periodista: con imprecisiones. “Se me cruzan los cables y, en lugar de escribir un apellido, escribo otro. Te sientes como esos porteros que van a ser recordados siempre por un gol que le metieron entre las piernas y no por todos los goles que salvaron”, dice.
Villoro está aquí como escritor invitado de Centroamérica Cuenta, una cita de narradores organizada por la revista Carátula , de Nicaragua. Vino a hablar sobre fútbol y literatura; es decir, sobre fútbol y cualquier otra materia con metáforas. Así es como los periodistas aprovechan para preguntarle sobre el clima, el narcotráfico, la relación que hay entre México y Centroamérica, el periodismo narrativo, los ganadores del próximo mundial de fútbol...
Villoro es un hombre al que el capitalismo describiría como versátil, pero él prefiere definirse como rebelde. En este caso, su rebeldía consiste en encontrar, por medio de la literatura, esperanza y cotidianidad en un mundo de guerras e injusticias.
Conversamos con el escritor.
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—“Una vez soñé que me preguntaban: ¿Es usted mexicano? Sí, pero no lo vuelvo a ser”. Esta cita es de su libro “Los culpables” y sería un gran chiste en un estadio de Costa Rica. ¿Cómo configura usted esta relación de amor-odio persistente entre Centroamérica y México, más allá del fútbol?
–Ese chiste lo dice un mariachi, un símbolo de la identidad nacional, que tiene una crisis de identidad personal y llega a repudiar aquello que lo vuelve famoso: su esencia mexicana. México se considera un país poderoso, pero no lo suficiente; entonces, trata de congraciarse mirando al norte. Eso nos limita nuestra identidad latinoamericana, y un caso muy elocuente es la política con Centroamérica. Nos quejamos del trato que reciben nuestros paisanos en Estados Unidos, pero nosotros tratamos peor a los centroamericanos. Basta ver lo que ocurre en el tren llamado “La Bestia [va desde Guatemala hasta los Estados Unidos]”.
”Sin embargo, ahí también hay muestras de solidaridad. Yo estuve con un grupo de mujeres que se llaman “las patronas”, que le dan de comer a la gente que va aferrada al techo de los vagones: el tren pasa a toda velocidad y ellas arrojan la comida. Ayudan a personas a las que ven por una fracción de segundo y no las vuelven a ver en su vida”.
–La nueva guerra es la del narcotráfico. En Centroamérica nos sentimos como en un sánguche entre los capos que bajan del norte y los que suben del sur.
–El narcotráfico es como la humedad, como las hormigas: permea todo. Desde el punto de vista de los Estados Unidos, el narcotraficante es el otro, el ajeno, el extranjero. Nunca conocemos las historias de dentro de los Estados Unidos. No sabemos quiénes son los capos, no sabemos quién controla los flujos de la droga porque la droga está institucionalizada en los Estados Unidos por medio de la DEA.
”Desgraciadamente, nos han endilgado a nosotros [México y Centroamérica] no solo la responsabilidad del narcotráfico, sino las historias. Eduardo Galeano dijo: “Ustedes ponen las narices, nosotros ponemos los cadáveres”. Podríamos también decir: “Ustedes ponen el silencio, nosotros ponemos las historias”.
–Usted se ha acercado a este tema desde sus libros “El testigo” y “Arrecife”. En cada uno, el narco es un telón de fondo o un problema medular. ¿Cuál es la forma más responsable de acercarse al tema desde la literatura?
–Lo más difícil de entender desde el punto de vista narrativo es que los narcotraficantes son muy parecidos a nosotros y muchos de ellos están más cerca de nosotros de lo que pensamos. Entonces, el narco está en el espejo.
–Les hacen corridos y ellos construyen escuelas...
-Los narcos tienen una vida que involucra a las escuelas, a las iglesias, a las carreteras... Si no entendemos esto, no vamos a poder acabar con el problema. Por esto, cuando tocamos temas de lo aparentemente legal, los periodistas corremos mucho mayor peligro que cuando hablamos de los narcotraficantes puros y duros.
”El cronista Elmer Mendoza tiene una frase extraordinaria: “No hay que cuidarse de los malos, sino de los aparentemente buenos”. Se refiere a que quienes se sienten más perjudicados por la noticia no son los narcotraficantes que están decapitando personas en un desierto o embarcando cocaína. En cambio, el político, el comerciante, el sacerdote cómplice del narcotráfico pueden perder su puesto si lo revelan”.
–¿Es la literatura una forma de rebeldía contra este sistema? ¿Puede ayudar?
–La mayor rebeldía de la literatura de ficción no es reflejar el tema [del narcotráfico] que está en la mente de muchas personas, en su propia vida, en las crónicas periodísticas, sino en demostrar que, incluso en esta situación de infierno, los paraísos son posibles. No hay nada más rebelde que sentirse bien en América Latina: esto es un acto de disidencia muy grande cuando todo conspira contra el placer, la sensualidad, el erotismo, la alegría. El arte no puede renunciar a ese cometido de demostrarnos que no todo está perdido.
”Hay una frase de una tía del escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia: “La vida quiso que yo fuera desgraciada, pero no me dio la gana”, y esto es lo que hace la literatura”.
–Usted suele decir que es necesario ir más allá de lo evidente, buscar las pequeñas historias...
–Es lo que han hecho los grandes maestros. Cuando lees a Tolstói estás leyendo sobre una invasión napoléonica, pero al mismo tiempo ves una cantidad de historias de ilusión, de amor, de placer, de gusto por la vida y, al final, en esa devastación total, la propia novela es un triunfo de la vida. O sea, en la balanza de la muerte y la vida en la literatura, siempre gana la vida. Yo creo que es muy importante esa solidaridad que te da la literatura.
–¿Es la literatura solidaria con la felicidad?
–Exacto. Es una forma de resistencia que incluye la felicidad, que no siempre es tan común entre nosotros.
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Villoro en su charco. “Ando aquí, en el bolsillo, dos boletos para ir a ver a Avril Lavigne”, dice Villoro. Los presentes hacen una mueca de risa hasta que se enteran de que no hay chiste alguno en las palabras del escri?tor, quien irá al concierto acompaña?n?do ?a? su hija de 14 años.
Villoro es sociólogo, traductor, periodista, escritor, guionista, ensayista, pero, por sobre todas las cosas, dice él, padre de una adolescente. Así, insistirá en que la cantante canadiense tiene “buenas letras”. Más tarde podrá sentarse a escribir una obra de teatro sobre el disco Berlín de Lou Reed o a preparar un ensayo sobre la ópera. La heterogeneidad es la constante. “Estoy haciendo muchas cosas a la vez, lo cual quiere decir que seguramente no estoy haciendo ninguna”, dice.
Hace pocos días, Juan Villoro presentó su nuevo libro, Balón dividido , con retratos y crónicas sobre el fútbol, y sigue escribiendo un libro que empezó hace años, sobre México, D. F. Se llama Vértigo horizontal, y su autor asegura que avanza con tanto caos como su tema:
–Es una metáfora de la ciudad de México tan solo en su forma de escritura. Tengo una cantidad de papeles desparramados que, más que un corrector de estilo, ya necesitan un urbanista que los ponga en orden.