En un mundo plagado de falsas leyendas y becerros de oro, crear un mito y convertirse, además, en uno es una rareza, una excentricidad. Y así hizo historia Harper Lee: con la publicación en 1960 de Matar a un ruiseñor ( To Kill a Mockingbird ), novela acerca de la segregación en el Sur estadounidense escrito desde la óptica de la pequeña Scout, le dio a la literatura en inglés un clásico y best seller que ha vendido unos 40 millones de ejemplares desde entonces , le dio el Premio Pulitzer en 1961, provocó una película en 1962 que obtuvo tres premios Óscar y se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos civiles.
Para la autora, la obra fue un pase directo a la posteridad y una sentencia que volcó su vida , una que enrumbó hacia la literatura cuando abandonó el Derecho y se mudó a Nueva York. La forma en que se materializó su sueño la tomó por sorpresa . La dura, sociable y avanzada Nelle Harper Lee, amiga del siempre escandaloso y genial Truman Capote –y su compañera de aventuras en la investigación de A sangre fría –, decidió recluirse en su natal Monroeville, Alabama, en una suerte de voto de silencio autoinfligido.
Protegida por la comunidad, se alejó de los reflectores, rechazó miles de entrevistas y dejó que su libro siguiera su camino. Su figura adquirió un halo de misterio que atrajo infinidad de ficciones sobre su obra maestra y su vida.
Aquella mujer, nacida el 28 de abril de 1926 como la menor del hogar de Amasa Coleman Lee –abogado y dueño de periódicos– y France Finch Lee –ama de casa–, solo rompió el silencio público en situaciones excepcionales: un comunicado para rechazar una biografía que pregonaba su bendición y la ceremonia en que George W. Bush le puso en el cuello la Medalla de la Libertad en el 2007.
En el 2015, su nombre se duplicó en las librerías cuando se publicó Ve y pon un centinela ( Go Set a Watchman ), en el que la niña de Matar a un ruiseñor regresa como una combativa adulta para encontrarse con su cambiado padre en la década de los 50, un giro del Atticus Finch héroe que muchos aún no le perdonan. Se supo que este fue el manuscrito original de donde salió el hito literario: un capítulo potenciado magistralmente. Hubo polémica: se dijo que a la autora la manipularon y su agente literaria defendió la publicación; Nelle no dijo una sola palabra.
Dos libros, una historia
La historia se remonta al verano de 1957. Con 31 años, Harper Lee tocó a la puerta de una decena de editoriales con su libro y el “no” se repitió hasta llegar a Lippincott. Le pidieron y en la tarea contó con guía de la editora Tay Hoffoff.
Matar a un ruiseñor se concentró en el episodio de la niña que ve cómo su padre, Atticus Finch, defiende a un hombre negro inocente, acusado de violar a una joven blanca; construyó un relato entrañable, en que Scout, su hermano Jem y su amigo Dill, descubren el mundo, se retrata la segregación racial y se subraya la importancia de hacer lo correcto para combatir la injusticia y de la empatía. Se publicó en el momento exacto, cuando comenzaba el movimiento por los derechos civiles y, el boca en boca, disparó las ventas de una llamada novela juvenil que conquistó buena parte de un país y de una tradición. Décadas después, To Kill a Mockingbird es llamada monumento.
El círculo se cierra en el 2015, con una autora ajena al boom comercial, al leer el otro trabajo, aunque sin lograr el brillo del único libro anterior.
La noche del 18 de febrero, Harper Lee se durmió en su cama en la residencia para ancianos The Meadows, en Monroeville, y no despertó aquel viernes 19. El silencio conquistó su último bastión.
Periodista con más de 25 años de trayectoria, con gran experiencia en temas de cultura, arte, espectáculos, literatura, semblanzas y comunicación estratégica. Ganadora del Premio de Comunicación Cultural Joaquín García Monge 2019. Egresada de la Maestría de Literatura de la UCR.
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