“Quiero que las mujeres se sientan elegantes, glamurosas y chic , ¿por qué no? Para eso trabajo. No creo mucho en las tendencias. Debes tener tu propia originalidad, tus propias ideas y llevar la ropa de una manera relajada. Eso trato de hacer”.
Con esas palabras, Carolina Herrera afirmó que su perspectiva de la moda no ha variado mucho en 35 años y que su meta sigue siendo la misma por la que decidió incursionar en la industria del diseño y la confección de ropa: hacer sentir segura, moderna y hermosa a la mujer de todos los tiempos.
La diseñadora venezolana –naturalizada estadounidense en el 2009– festejó sus tres décadas y media en esa industria en setiembre pasado, con un desfile en la Semana de la Moda de Nueva York, en el que revivió parte de su colección debut con aplicaciones modernas en tafetán (tejido de seda) y mezclilla.
Como es usual en la célebre artista, espigadas modelos desfilaron las piezas desde los pasillos del museo de arte Frick Collection, en Manhattan, que sirvieron como pasarela para mostrar vestidos, camisetas y faldas en colores principalmente negros, blancos, azules, caquis y platas.
Aquel show estuvo entre los más esperados por el público, una característica que ha distinguido las presentaciones de Herrera desde 1981, la primera vez que llamó la atención –para bien o para mal– con una colección de vestidos de noche y de novias.
Particularmente, desde ese año, todo en la vida de la prestigiosa artista ha sido solo éxitos, reflejados en su patrimonio que, según la prensa estadounidense, asciende los $800 millones.
Fama garantizada. Entender el éxito de esta diseñadora de 77 años de edad y de cómo se convirtió en un referente de la moda, no es para nada complejo.
Antes de emigrar a Estados Unidos, abrir su tienda en la Gran Manzana e imponer la moda de los hombros abultados –que con el paso del tiempo le valió el título de Nuestra Señora de las Mangas– Carolina arrastraba un discreto reconocimiento internacional de la mano de su segundo esposo Reinaldo Herrera, un aristócrata y periodista venezolano con quien se casó en 1969.
Reinaldo eligió como esposa a una mujer nacida en el seno de una familia adinerada, amante de las cenas y de las galas, y acostumbrada al buen vestir y un estilo de vida de alta sociedad.
Pocos meses después de la boda, la pareja comenzó lo que muchos llamaron una luna de miel extendida: de la habitación vip del Studio 54 de Nueva York se trasladaron al Kensignton Palace de Londres, para visitar a la princesa Margaret, una vieja amiga. La travesía los llevó a París donde se encontraron con la familia Rothschild, una poderosa dinastía europea de origen judío-alemán que fundaron muchos de los bancos del siglo XVIII, y más tarde visitaron a Gianni Agnelli, magnate de Fiat.
Las salidas de Carolina y su esposo quedaron documentadas en las páginas de sociales de los diarios más reconocidos de la época. The New York Times , por ejemplo, cuenta que antes de que la pareja instalara su domicilio en Nueva York, todos los inviernos caminaban a la gala del Costume Institute, en el Metropolitan Museum of Art.
“En una ocasión como esa, André Leon Talley, el exeditor de Women’s Wear Daily y Vogue , la espió mientras hacía su entrada. Carolina Herrera usaba, como él la recordó, ‘un vestido de terciopelo color negro profundo con una extraordinaria falda infanta. Cuando subió por las escaleras, el Mar Rojo se abrió’”, resumió The New York Times.
Etapa crucial. Esa intersección entre la moda y la sociedad fue la que perfiló el camino de ensueño por el que Carolina Herrera transita hoy y desvió de su futuro los pensamientos de adolescente. “Con 15 años quería ser vampiresa o amazona. Para nada diseñadora”, dijo Herrera en una entrevista con el diario El País.
Como diseñadora debutó a los 42 años, cuando sus cuatro hijas (dos de su primer esposo Guillermo Behrens Tello y las otras dos de Reinaldo Herrera) crecieron.
“Yo creo que en cada persona hay un momento en la vida en que deseas ser algo diferente y a mí me llegó ese momento a los 40 años”, resumió la diseñadora a El País , a quien reveló que sus inicios en esa industria fue como diseñadora de telas.
“Primero me dio por diseñar telas y le conté mi proyecto a Diana Vreeland, la directora de Vogue, pero ella me dijo: ‘Diseñar telas es aburridísimo, ¿por qué no haces una colección?’. Así que ella me dio la idea y ella fue, al cabo, mi mentora. Mi primera colección la hice en Caracas con mi costurero francés en los ochenta”, explicó Carolina Herrera.
Sus primeras piezas no toparon con la suerte esperada, pues mucha de la crítica afirmaba que los diseños parecían aseñorados.
“Me sentía vulnerable. Pensé: ‘¿por qué no me aceptan?, estoy trabajando de la misma forma que los demás’”, refirió Carolina Herrera sobre la incertidumbre que vivió en sus primeros años como diseñadora de modas.
Con los años, la crítica fue más benevolente y su trabajo comenzó a alcanzar un eco sin precedentes, que aún hoy, la mantiene en la cima entre los diseñadores con más arrastre entre las celebridades de todo el mundo, de ahí que sus atuendos los modelen estrellas como la actriz Lucy Liu ( Kill Bill ), o las cantantes Taylor Swift o Lady Gaga, en las galas más importantes del espectáculo.
Hoy, el negocio de María Carolina Josefina Pacanins Niño, el verdadero nombre de Carolina Herrera, es más que máquinas de coser y patrones de diseño. La diva de la moda también crea fragancias para hombre y mujer, y diseña zapatos y lentes.
Fue así como Carolina Herrera creó su imperio: capricho, al principio, de una mujer vivaz, ambiciosa y potente, la misma mujer que prefiere el blanco inmaculado para vestir y las vaporosas faldas a la rodilla.