Conocí a Arjona cuando fui niño, sepan ustedes perdonar. O no.
Como todos los muchachos de mi generación, las presentaciones llegaron con Jesús, verbo, no sustantivo , en Musicales del 13 . El éxito de Arjona entonces no se predecía especialmente brillante. No se veía venir su figura como uno de los grandes ganadores en la historia de la música en español; ni tampoco, por supuesto, su futura infamia como la caricatura de la música vacía y antiartística que algunos le han dibujado tras su éxito.
El gran salto de Arjona llegó con sus Historias , cuando yo era adolescente. Mi hermana Nela compró el casete y lo solíamos escuchar como se hacía todo en casa en otro tiempo: comunalmente. Había un solo tele y un solo equipo de sonido, y todos veían y escuchaban lo que otros habían escogido, gustara o no . Muchas cosas las aguantaba, pero sí me gustaba Arjona.
Ponía a correr todo el álbum en el Hitachi de doble casetera y cantaba con mi hermana con precisión silábica. Señora de las cuatro décadas era pornografía suave para un muchacho de 16; Ayúdame Freud , una psicología de fantoche divertidísima; Historia de un taxi , pura cochambre y degradación. ¿Cómo no le iba a gustar a aquel santuloncito que fui?
Cuando mi hermana fue al concierto que dio Arjona en 1994, llegó extasiada. Le pedí la crónica y Nela, la contadora de planillas, me narró la historia con una precisión superperiodística que no le he conocido a ningún colega. Yo, virgen de conciertos y de todo, también quedé un poco extasiado y feliz... y envidioso. Aquella madrugada en que no escuché a Arjona fue el mejor concierto al que he ido (por favor, ahórrese la broma fácil).
Luego llegaron los años universitarios o, lo que es lo mismo, los años cuando a uno le enseñan que Arjona es una merde (disculpen el francés). Uno quiere ser inteligente. Aprendí que subrayar la falta de méritos artísticos de Ricardo Arjona lucía muy bien. Aquello hablaba bien de mí, y le decía a los demás en dónde estaba parado en mi ética estética. Odiar a Arjona era una bandera.
En aquellos años también aprendí algunos acordes de guitarra. Memoricé el más quemado repertorio de la Nueva Canción. El instrumento lo abandoné pronto y, hasta la fecha, aquellas son las únicas canciones sé. De Arjona no podría acompañar ni una sola; yo, que sabía cantarlas todas. El guatemalteco era solo un mal recuerdo para mí entonces: el inconfesable noviazgo adolescente con una vecina fea.
Nela supo de mi mutación del amor al odio entre Historias (1994) y Si el norte fuera el sur (1996), y dijo lo que solo una hermana mayor sabe disparar con tanta puntería: “¿De qué jugás?”.
Es cierto, quién me creía.
Recién revisité Historias , por Spotify y con audífonos, a la salud de las buenas memorias. ¿Me sigue gustando el disco? ¿Quién tiene la razón, el colegial o el universitario? Con su permiso, esa carta me la guardo por ahora. Uno podría encontrar un amor verdadero a los 16. Uno también sabrá perdonar si las promesas de amor eterno hechas en aquellas edades (o en cualquiera) se terminan por romper. Con mucha ronda estamos hablando aquí de gustos o, lo que es lo mismo, de sentimientos.
El músico
Ricardo Arjona es un caso raro. Tiene la capacidad de llenar los foros más importantes en América. ¿Cuál otro artista puede colmar dos veces el estadio Saprissa en noches consecutivas? El cantante mide casi dos metros de altura, pero, para efectos comerciales, bien podríamos decir que mide 20. El mismo espectáculo que traerá a Costa Rica, Viaje Tour , lo verán 230.000 personas en Argentina, un país en el que, en su prehistoria, solía tocar en la acera por monedas.
Ahora tiene 14 álbumes de estudio, desde Déjame decirte que te amo hasta Viaje . El oriundo de Jocotenango ha ganado una vajilla completa de discos de platino y oro en México, Argentina y Estados Unidos. El exmaestro de escuela ha ganado el Grammy, un par de Grammy Latino y un premio Lo Nuestro.
A Arjona se lo acusa de hacer una música de fórmula. Sin embargo, vamos a conceder, nadie ha podido reproducirla con éxito. Si alguien hubiera podido hacerlo estaríamos llenos de arjonitas, al igual que cuando se descubrió la fórmula de las boys bands cada generación ha tenido su propio sabor de Menudo y de The New Kids On The Bock. Arjona, para bien y para mal, es único.
A pesar de su machismo donjuanesco que causa tanta urticaria, a su favor también se puede decir que no ha salido a vender televisores, como Shakira, ni nos llegan sus enredos de farándula al estilo nalgón de Cristian Castro. Ahí cae simpático.
Cae agrio cuando junta las masas que algunos creen que Silvio, Charly o Joaquín tienen mejor merecidas, o sea, quienes se nos antojan verdaderos artistas. Aquí entramos en el terreno pantanoso de las comparaciones.
Quienes suelen decir que dos cosas no son contrastables son quienes suelen perder en ellas. No nos engañemos, todo se puede comparar. Arjona perdería en el cuadrilátero de la poética si lo pusiéramos a pelear contra Caetano Veloso. ¿Perdería? Sería noqueado en el primer asalto si el árbitro fuera un aristócrata musical como Fito Páez; pero el guatemalteco daría una tunda al brasileño si la réferi fuera una contadora de planillas.
Uno debería aspirar a ser un aristócrata del espíritu, y solo de eso: buscar cultura. Sin embargo hay gente que quiere meterle a uno la cultura aunque sea a patadas.
El trabajo de la crítica especializada es comparar y, ojalá, educar mientras tanto. Un crítico debe decirme a mí, al tipo común, cuál película es brillante, y hacerme saber que puede haber un disfrute estético más complejo y más rico más allá de las películas de Dónde está el policía , que tanto me gustan. Lo que no debería hacer un crítico es decirme todo esto mientras me tira una risotada en la cara, por estúpido.
Burlarse de la gente a la que le gusta Arjona casi siempre es un mal chiste. ¿Qué voy a hacer? ¿Hacerle bullying al muchacho de 16 años que fui? Seamos serios, aquel colegial tendría mejores razones para burlarse del roco de 36, lleno de deudas, que soy ahora.
He hecho estupideces en la vida, y de verdad desearía que cultivar un gusto por Arjona hubiera sido la mayor, si es que acaso lo es. ¿En qué posición quedaría frente a mi otro yo, dentro de 20 años, cuando me entere de que las piezas de las que gusto ahora son una bazofia? No, gracias, compañeros, no me creo tan listo.
Ahora mismo me da sueño agarrar la guitarra para tocar una de Pablo Milanés (¡por qué más bien no me aprendí unos boleros, carajo!), pero no por ello escupo las fotos de la U.
Daría 2.000 pesos para financiar una investigación que descubra cómo Ricardo Arjona ha sabido hacer tanta tribu. Es más, daría 5.000 para saber por qué sus detractores han formado una caballería tan fiera. Seguro que estos últimos no llenarían dos estadios, pero gritan como si lo hicieran.
Esta es una tropa unida por un desprecio común y, aunque sea un odio de juguete, las pandillas con una agenda así son las menos recomendables.
Yo me salgo.
Fenómeno y misterio
Destapemos la última carta y regresemos donde todo comenzó. Descubrí que ya no me gusta Historias , pero no lo aborrezco. Uno se quiere arrancar los pelos un poquito cuando nota que Arjona pronuncia mal “Demi Moore” para calzarlo con “aprendiz de cantautor” (Demi Mor); pero bueno, tampoco siento que me hubiera escupido la comida.
[Escritas y publicadas estas líneas, me hicieron notar que la pronunciación de Arjona de "Demi Moore" es perfecta. Metí la pata. Conservo publicado el error tal cual por un sentido de simetría: sería injusto tapar las faltas del propio trabajo cuando se está tratando de hacer examen de los yerros ajenos.]
Reconozco que hay un error fundamental en haber hecho revista sentimental del disco desde la computadora del trabajo y con audífonos, como si uno estuviera transcribiendo una entrevista con un ministro. Esta música requiere otro foro.
No gastaría plata en ir a ver a al músico al Ricardo Saprissa a pesar de lo dicho: el suyo ha sido el mejor concierto al que no haya ido. Quiero que siga siendo así.
¿Los muchachos de 16 escuchan Arjona? Seguro que no, pero hagamos ciencia ficción. Imagino que encuentro al único adolescente que todavía lo hace y buscamos una radio que suene lo más parecido a un minicomponente Hitachi modelo 94. La casetera claquea y, juntos, esperamos el momento justo para gritar: “¡Realmente no estoy tan solo! ¿Quién te dijo que te fuiste?”.