La nostalgia es un negocio lucrativo, y buen ejemplo de ello es que el concierto de Ana Torroja (cuyas entradas superaban los ¢71.000) llenó por completo los salones del hotel Real Intercontinental, en Escazú, sede del encuentro.
Estaba repleto de personas que han admirado a esta artista en todas sus facetas, pero sobre todo de la gente que moría de ganas de volver a oír en su voz las canciones de Mecano, banda insignia de la adolescencia de un buen porcentaje de quienes acudieron esa noche.
Era evidente. Cuando la artista interpretó temas de su carrera en solitario como Quién dice y No me canso, la respuesta no fue tan apabullante como cuando de su voz emergieron clásicos de la agrupación española como Cruz de navajas o La fuerza del destino .
Los más reservados se quedaron en sus asientos cantando y aplaudiendo, emocionados; mientras que los más atrevidos se olvidaron de los sacos y los vestidos de lentejuelas para ponerse a bailar como si aquello fuera un estadio en uno de los costados del salón.
Con tal de dejarse llevar en aquel viaje retro, los fans perdonaron todo, incluso el fuerte sonido del inicio del espectáculo, que hizo que hasta las copas que estaban servidas en las mesas vibrasen.
La española se sintió amada, y lo retribuyó interpretando con la misma pasión del ayer.
“Estamos felices de volver a Costa Rica a compartir emociones y sentimientos”, dijo, emocionada. Acto seguido lanzó un dardo directo al corazón: Me cuesta tanto olvidarte , seguida, después, de Ana y el mar y la intensa Aire .
El formato del show que traía Torroja era sencillo, pero también íntimo: un baterista, un bajista, un guitarrista y una pantalla enorme que daba diferentes acentos a cada canción, fue todo lo que necesitó la cantante para armar su fiesta.
La noche pasó de las canciones de amor profundo a las facetas más positivas de su carrera, como el tema Sonrisa , donde se le vio contoneando caderas y haciendo coreografías en simultáneo con la proyección de un bailarín.
Además de ser su banda, los músicos que la acompañaron también fueron sus coristas, y el bajista Mikel Irazoki cantó con ella Duele el amor , interpretada originalmente por ella y Aleks Syntec.
Una hora y diez minutos después de la presentación, la madrileña comenzó a decir adiós.
La despedida estaba estratégicamente planeada: luces tenues y traje blanco inmaculado anunciaban que algo importante iba a pasar. Fue entonces que empezó a sonar el tema Hijo de la Luna .
Todo iba bien hasta que se fue la electricidad en el escenario. La congoja duró cinco minutos: dos de total oscuridad y tres mientras se reiniciaban los equipos.
Pero a alguien con la experiencia de Torroja no se dejó intimidar. Sin más instrumento que su garganta interpretó la primera estrofa del tema. La gente le aplaudió el gesto, al mismo tiempo regresó la electricidad.
Aunque ya se había despedido el público no la dejó irse tan fácilmente, con aplausos y tenedores que golpearon las copas, reclamaron una más: A contratiempo.
La noche acabó con una ovación en pie. Agradecida por el cariño, Torroja se despidió cantando una estrofa de Una rosa es una rosa.