Redacción
En una de las escenas más bellas de C.R.A.Z.Y., un filme del 2005, el joven Zac se pinta la cara con el rayo rojo de Aladdin Sane, el personaje creado por David Bowie en los años 70. Confundido por su sexualidad, se siente fuera de su familia, un bicho raro. Está solo en su habitación, su único lugar seguro.
Suena Space Oddity, ese himno de la rareza y la soledad del cantante británico, y Zac baila sensualmente como el camaleónico artista. Por unos segundos, Zac puede ser quien quiera, único, fuera de este mundo. En algún u otro momento, eso nos ha permitido Bowie, aunque sea por un día.
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La era setentera de David Bowie lo encontró rompiendo barreras de género en sus múltiples personajes. (Wikicommons)
Fui así alguna noche, volviendo a mi casa de ninguna parte, yendo a no sabía dónde, preguntándome por qué las estrellas se veían diferente aquel día, sin decirme nada de quién era yo. Cada quien tendrá su recuerdo de David Bowie (1947-2016), de cómo abrió ese telescopio dentro de uno que se asomaba a ese universo no cartografiado de cosas que uno podía ser, si deseaba.
Este lunes, en su página de Facebook, Madonna recordó cómo el primer concierto al que fue de Bowie, en Detroit, escapada de sus padres. "Ya tenía muchos de sus discos y me sentía muy inspirada por la forma en la que jugaba con la confusión de géneros. Era masculino y femenino. Divertido y serio. Listo y sabio", escribió.
Cambios. El 22 de marzo de 1972, cinco años después de que la homosexualidad dejara de ser un crimen en el Reino Unido, David Bowie dijo que era gay o, "al menos, bisexual", como declaró en la popular revista Melody Maker. Desde la pluralidad sexual e identitaria que vivimos hoy, no parece nada atrevido. En aquel entonces, era una sacudida sísmica.
Después de aquellos furiosos 70, saturados de drogas y otros excesos, Bowie se retractó de aquellas declaraciones, confundiría a algunos fans, decepcionaría a otros. A lo largo de los años, se declaró heterosexual, homosexual, bisexual. ¿Contradictorio? Para nada: el gran tema de la música de David Bowie es la diferencia. Bowie pasó seis décadas de su carrera demostrando que todo era maleable: la música, la vestimenta, la sexualidad, el amor.
Como todo el mundo ha escrito ya, Bowie es una leyenda que pertenece a los raros, a quienes quedan por fuera, a quienes han sentido, en algún momento de sus vidas, por breves o extensas que sean, que no pertenecen a este planeta.
En esa época de revuelta, mientras Bowie buscaba quién era, se casó con Angie, su primera esposa. Entre ambos, como se ha contado en biografías del cantante, jugaban múltiples papeles con un tinte erótico. El aura de otredad y rareza que buscaba Bowie se veía reforzado por ese look andrógino que se burlaba de las anacrónicas prohibiciones recién eliminadas en Inglaterra.
Entre su primer éxito, Space Oddity (1969) y los años delirantes del personaje de Ziggy Stardust, Bowie aprendió a jugar con esa confusión de géneros en su vestimenta, escenarios y letras, unido a una estética camp acorde con la fiebre espacial de la era.
Si sus personajes venían de otro mundo, aquí podían ser cualquier cosa, o cambiarla de un día para otro. Dibujó a un viajero espacial aislado en la soledad, sin esperanza, en un espacio vacío, o vaciado, más bien, de contacto humano, donde el cuerpo queda expuesto a la inclemencia del ambiente pero también está liberado de las ataduras sociales. Se siente solo, pero, ¿para qué volver?
En la portada de su disco The Man Who Sold the World (1971), asume un personaje muy femenino, desplegado en una pose seductora y con un naipe desparramado en el suelo. Prestidigitador de géneros y estilos, llevó al extremo lo hippie, lo camp, lo queer, lo radical, en una actitud profundamente individualista, basada en la capacidad del cuerpo y el espíritu humanos de inventarse sus reglas.
En The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders From Mars (1972), llevó todo al extremo. Se transformó en una estrella de rock medio alienígena, medio humana, saturado de maquillaje, apasionado hasta la incandescencia.
En Reino Unido, es célebre su aparición en el programa musical Top of the Pops, cantando Starman vestido de, ¿hombre o mujer? ¿Daba lo mismo ahora? Ese programa lo veían 14 millones de personas por noche. Entre ellos, los artistas que sacudirían los años 70 y 80.
Entre personas transgénero y transexuales, y la cultura drag y transformista, los años 60 empezaban a romper con antiguas barreras de género. En 1969, las protestas en el Stonewall Inn que dispararon el movimiento LGBT las realizaron personas transgénero y drag queens. En un par de años, una estrella pop tomaría inspiración de esa estética, la llevaría al espacio y nos la traería de vuelta como una nueva realidad, innegable.
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David Bowie cambió de personaje y look múltiples veces a inicios de los años 70. (Wikicommons)
Difícil. Claro está, con los años, esta época ha sido la más difícil de entender para las personas no conformes con su género y las sexualmente diversas. Después de todo, la aparición en ropa "de mujer" de Bowie era parte de un personaje, no su identidad. Para la comunidad LGBT, la expresión de género y de orientación no es un acto, sino parte de la identidad, lo que uno es.
Incluso las letras del Ziggy Stardust son difíciles de descifrar. Como escribe Jacob Levy en su blog Queer Feminist Ramblings: "Si Ziggy era fuerte y se sentía cómodo con su identidad, y orgulloso de quien era (como Ziggy y como Lady), ¿por qué sus canciones están llenas de oscuridad y desgracia?". Pero escuchándolas ahora, uno entiende: crecer es difícil, entenderse es difícil. Nos apropiamos de su arte para convertirlo en otra cosa, nuestra, revolucionaria y resistente a todo.
Conforme ascendía a la fama, Bowie se fue distanciando de su primera declaración. Miles de veces se ha contado la leyenda del Bowie, seductor inagotable. Para los tabloides británicos, ha sido tradición alimentar chismes fantásticos de sus orgías y amoríos increíbles (Mick Jagger, Marianne Faithfull, Susan Sarandon, Tina Turner).
En plena fiebre de drogas, en los años 70, realizó confusas declaraciones afines al fascismo, torpes por su ocasión y su contenido. Diría que nunca fue homosexual, sino que se dejó llevar por su época. Más tarde, volvería a echar atrás, consciente ya de su importancia para los "raros". Diría, como siempre supimos, que uno podía ser cualquier cosa.
No obstante, en su música de los años 70, Bowie se opone resueltamente a cualquier frontera para la originalidad, entendida como la capacidad de transformación. En uno u otro momento, la ley, el gobierno, la tradición, y otros variados enemigos aliados contra el poder del individuo, son derribados por la música. Los discos "Heroes" y Low son especialmente fuertes en este sentido.
Empezó los años 80 mucho más seguro de sí mismo, volcado al soul para nutrir ahora una personalidad de dandi posmoderno (el de Let's Dance y Modern Love). Era más amable, más encantador.
También aguerrido: en 1982, en una entrevista, cuestionó fuertemente a la cadena musical MTV, que apenas nacía. "¿Por qué prácticamente no hay negros en la cadena?", preguntó en una entrevista en vivo. El presentador batalló por darle una respuesta coherente. Y en efecto: no tenía sentido. Después de Thriller, de Michael Jackson, no había cómo excluir a los artistas negros de la televisión.
En esos años 80, los New Romantics (Visage, Duran Duran, Spandau Ballet) adoptaron aquel estilo andrógino y lo llevaron a nuevos extremos. Es imposible imaginar a Boy George (de Culture Club) o, ya que estamos, a la misma Madonna, sin las aventuras en la identidad de David Bowie una década antes.
De hecho, es difícil imaginar gran parte de la cultura pop que siguió sin esas estocadas a la restrictiva idea de "hombre" y "mujer" que una estrella del rock hizo en aquel momento. Fue uno de los que abrieron las puertas que no dejamos de encontrar aún hoy.
Las estrellas empezaron a verse diferente cuando un hombrecito delgado, frágil en apariencia, andrógino por voluntad, se inventó una serie de personajes fabulosos, extraterrestres que aterrizaban en un mundo que se ajustaba a un profundo cambio generacional.
Descubrirse como otra cosa, "no normal", es encontrarse en una posición de vulnerabilidad que le exige a uno aferrarse a algo para no quebrarse. Descubrirse como "otro" es hallar que todos los espejos distorsionan la imagen; Bowie, sin embargo, fue nuestro espejo, límpido y brillante, reflejando cualquier cambio que sintiéramos por dentro. Con su música, estaba bien cambiar, arrepentirse, exagerarse a uno mismo hasta convertirse en otro, más feliz, más "uno mismo".
Hoy sigue jugando ese rol. La distancia ha aplacado la controversia, y para un par de generaciones que no vivió su auge, nos queda su gloria. Kurt Cobain, quien nunca calzó en ninguna parte, canalizó al Bowie rebelde cuando cantó la versión más famosa de The Man Who Sold the World. La vitalidad de Bowie afectó a todos aquellos que se sentían diferentes, excluidos, dejados por fuera de una cómoda "normalidad".
Otra película reciente sobre ser adolescente y crecer tratando de encontrar, The Perks of Being a Wallflower (Las ventajas de ser invisible, 2012), incluye una bella escena de su tímido protagonista exclamando al aire que se siente infinito. La banda sonora: Heroes, de David Bowie. Podemos ser héroes, aunque sea solo por un día.
Somos los hijos de Ziggy Stardust, dejados de lado por una nave espacial, pero satisfechos con este cielo azul en el que podemos dibujar cualquier cosa. A David Bowie, quien nos enseñó a ser diferentes, tenemos que agradecerle este amor moderno.