No es lo mismo ser de un país que ser la representación sentimental de un país. El cantante Guillermo Anderson vio la vida en La Ceiba, Atlántida, en Honduras, pero no por ello se convirtió automáticamente en un ícono de la cultura hondureña a lo interno y hacia afuera. Guillermo Anderson decidió, mucho tiempo atrás, pararse en frente de sus coterráneos y del resto del mundo para exaltar el esplendor de su país, un favor agradecido que nadie le pidió.
Por ello, Honduras lo considera su voz. No es para menos: el cantautor y artista se deshizo en poesía para los hondureños. “En mi país de guamil y sol ardiente se ve la historia en los rostros de la gente”, cantaba en su tema En mi país , una oda a su nación publicada a finales de la década de 1980. “Sos la luz que va repartiendo vida, y sos la semilla y sos la fuerza en el arado; tenés el alma en el bullicio del mercado”, seguía.
Las canciones de Guillermo Anderson eran las cuerdas vocales y el alma de una sociedad fracturada por las guerras y los conflictos sociales. Por lo tanto, su fallecimiento –el sábado– llenó de tristeza al pueblo hondureño. Tras varios meses de luchar contra un agresivo cáncer de tiroides, y al cabo de una semana internado en el hospital, el cáncer ganó. La voz de Honduras murió a las 8:30 a. m., a sus 54 años.
“Honduras dice adiós hoy a uno de sus hijos que más la amó”, declaró horas después el presidente hondureño Juan Orlando Hernández. En sus sentidas palabras de homenaje, como lo hicieron tantos otros, el mandatario destacó la manera de Anderson de exaltar las bellezas de su país.
Poco menos de 30 años duró la carrera profesional de Anderson en la música, tiempo en el que publicó unos 20 álbumes y varios compilados (uno de ellos editado en Costa Rica). En su país fue nombrado Premio Nacional de Arte en el 2003, y por su labor representando a Honduras en el exterior fue designado Embajador Cultural de Honduras Ante el Mundo en el 2002 y recibió el Premio Copan de Turismo en el 2003.
Amigo de los ticos. Anderson visitó varias veces Costa Rica. Una de sus últimas presentaciones en el país fue en julio del 2014, en el Festival Internacional de Calipso, celebrado en el distrito de Cahuita, en Limón.
Estudioso de los ritmos caribeños, en esa ocasión se presentó junto a músicos del grupo costarricense Cantoamérica y puso a Cahuita a bailar con algunas de sus canciones más populares.
En el 2008, la banda costarricense Éditus lo acompañó durante una gira por Japón. El grupo y el músico cosechaban una relación de muchos años, por lo que Éditus publicó un homenaje ayer en Facebook, en el que decían: “Gracias por la música, la amistad, la fuerza, la bohemia y tantos momentos compartidos”.
El exministro de Cultura, Manuel Obregón (Malpaís, La Orquesta de la Papaya) también compartió en numerosas ocasiones con Anderson, pues en los años 90 fueron parte –junto a otros músicos centroamericanos– de Centro American All-Stars, un conjunto que ofreció varios conciertos en Estados Unidos. A raíz de esa experiencia, formaron La Orquesta de la Papaya y eventualmente el sello discográfico Papaya Music.
“La obra de él es tan importante y tan sólida que, cuando desaparece físicamente, su espíritu sigue con nosotros. Eso estaba sintiendo yo hoy: que la música de Guillermo y su obra centroamericana nos va a seguir acompañando siempre”, comentó a Viva Obregón. “Tenía una gran coherencia entre lo que era y lo que hacía; era muy alegre, transparente y simpático”, agregó.
El compositor costarricense Humberto Vargas se unió al luto. Vargas y Anderson compartieron escenario en Costa Rica y en Nicaragua, y habían hablado para organizar un concierto juntos en Costa Rica pronto. “Era un tipo natural, relajado, tranquilo; un gran ser un humano. Vivía sin portes y disfrutaba mucho lo que hacía; se notaba que disfrutaba demasiado tocar”, contó Vargas.
“Lo considero una pérdida terrible para el área centroamericana”, agregó Vargas. “Su trabajo y su búsqueda de las raíces garífonas es un legado que queda”.
Otro tico que compartió con Anderson es el pianista Walter Flores (Son de Tikizia), quien comentó en Facebook: “Estoy seguro de que todos los que tuvieron el privilegio de conocerlo saben la gran clase de ser humano que fue. Ojalá vengan más personas a este mundo como él”.
Para Obregón, la vida de Anderson solo puede resumirse diciendo que fue un “cronista de nuestro tiempo”, especialmente de la vida cotidiana en Honduras. “Nos da una obra poética también muy vinculada a la naturaleza, entonces él tenía esa preocupación por el rescate de las tradiciones, conocer lo propio. Por supuesto también tiene todos estos relatos cotidianos, todas esas canciones del valor humano de los centroamericanos, esa visión de Centro América”.
Anderson quería ver a Centro América unida, y lo intentó por medio de la música. Su huella en la escena tica es prueba de ello: los músicos lo recuerdan por su talento y conocimiento, pero también como un puente.