Corresponsal
Era un jueves 10 de noviembre de 1994, y aquel muchacho de 15 años y de noveno año no quería estar en clases. Cursaba el colegio en el Liceo Nocturno de Pérez Zeledón, y solo podía pensar que, a tres horas de camino, su banda favorita estaba dando el que hasta ese momento era el mayor espectáculo de rock que se hubiera visto en el país.
Un examen de Matemática era lo que le había impedido asistir. Sentado en su pupitre imaginaba a Steven Tyler destrozando los tímpanos de los 20.000 asistentes que esa noche llegaron al Estadio Nacional. Él hubiera querido ser uno de ellos; su hermano Robinson Gamboa era uno de ellos.
Recuerda que, de un momento a otro, el ambiente en el aula cambió y las miradas de sus compañeros se concentraron en él. El guarda de seguridad lo llamó, y le dijo que en la Dirección necesitaban hablarle. Sin saber qué ocurría, un profesor lo detuvo en el camino y le hizo una pregunta fría que no comprendió en ese momento: “¿Es cierto que se murió su hermano?”.
De esa manera, Greivin Gamboa se enteró de la muerte de Robinson, cuatro años mayor que él y quién minutos antes había fallecido aplastado cuando miles de aficionados de la banda le pasaron por encima cuando trataban de ingresar al estadio. En la dirección del colegio no le confirmaron la noticia, y no lo podían hacer. Solo lo mandaron a su casa, donde sus padres solo sabían que un joven con el mismo nombre de su hijo había fallecido.
Confirmación. “Yo vi todo el tumulto cuando llegué a la casa. Mis papás, preocupados y viendo cómo hacían para agarrar hacía San José esa misma noche para ver si era cierto”, recuerda Gamboa.
Su madre, Margarita Arce, también recuerda que pasaron horas de angustia, y que esa misma noche se fueron en la madrugada en taxi hacia San José, donde pudieron confirmar la noticia.
“Nosotros agarramos por el cerro, y recuerdo que esa noche habían derrumbes. No sabíamos si era él porque incluso decían que en Ciudad Neily había otro muchacho con el mismo nombre. No teníamos forma de comunicarnos con nadie allá, y no creíamos que fuera él. Ya cuando estábamos en el hospital y lo vimos en la morgue supimos que era él”, afirmó Arce.
La angustia para la familia apenas comenzaba. Ese muchacho de 19 años tenía dos años de cursar la carrera de Ingeniería Industrial en el TEC, velaba por sus hermanos y los alentaba en sus estudios.
Recuerdan que a Robinson no le gustaba la banda, y que solo fue al concierto porque le regalaron la entrada. Los únicos que sabían que asistiría eran su mamá y Greivin.
Su madre recuerda que él decidió ir por curiosidad, y para comprender la afición que tenía su hermano por la banda.
“Me decía: ‘Mami, ¿qué será lo que a mi hermano le gusta tanto de esos locos?’. Pasaba criticándolos pero, como una semana antes, me llamó y me dijo que iba a ir. No le dijimos a mi esposo porque no le gustaban los conciertos”, recordó.
Rencor pasajero. La angustia regresa. Luego de la muerte de su hermano, Greivin tomó los discos de Aerosmith, los carteles de su cuarto y los quemó en el patio de la casa. Los culpaba de todo lo que había pasado y, en su mente, se desarrolló, por el grupo, un odio que lo acompañó por seis años.
“Uno ahora comprende que ellos no tuvieron la culpa, sino que fue la organización. Recuerdo que cada vez que escuchaba una canción (de Aerosmith) en la radio tenía que cambiar la emisora porque todo volvía de nuevo. Cuando volvieron, en el 2010, se me vinieron a la mente todos esos recuerdos y los duros momentos”, contó Greivin, quién ahora tiene 34 años y es conductor de ambulancias.
Para la familia, la angustia volvió en el 2010 con la segunda visita de la banda a suelo tico. En ese entonces, los amargos recuerdos no fueron tan duros, ya que incluso algunos miembros de la familia asistieron al concierto ante la insistencia de la productora, encabezada por Don Stockwell. Greivin no pudo asistir por motivos de trabajo.
“Mi esposo no quería ir a este concierto porque él era el que más apegado era con mi hijo, pero le rogaron tanto... Ese señor nos llamó, y vinieron aquí para llevarnos, y al final fuimos. Yo nunca había ido a un concierto, y ese me gustó mucho, incluso nos iban a dar hotel, pero nosotros queríamos regresar ese mismo día”, dijo Margarita Arce.
El concierto que se llevará a cabo esta semana revive el trago amargo para esta familia, que ya no vive en el mismo sitio.
El rencor no existe para ellos, pero la tristeza los embarga de la misma manera.