Joaquín Sabina, el creador de cientos de frases que terminaron por definir a miles de hispanos a lo largo del mundo, regresó a los cálidos brazos de su legión de seguidores costarricenses, la noche del martes, en el Palacio de los Deportes, en Heredia.
El músico y poeta español visitó el país como parte de su actual gira, Canciones para una crisis, que lo ha llevado a epicentros culturales de América Latina en los que no se había presentado antes, o en los que tuvo una ausencia marcada por los años e incluso las décadas.
Costa Rica es una excepción, como dijo en el concierto, pues se trata de un país con el que tiene una relación sentimental de años, comentando a La Nación que se trata de una de esas "elecciones sentimentales que uno no sabe explicar".
Por esa y muchas otras razones, Sabina regresó al país tan solo un año después de su última visita, junto a Joan Manuel Serrat. Esta vez, lo hizo en solitario, con su legendario cancionero, y desempolvando temas de hace décadas.
Algarabía. “Las canciones te sirven para poner un hombro donde llorar, para darle un abrazo al desesperado, al triste, al solo, al abandonado”, ha dicho Sabina.
Solos pero juntos, sus admiradores se entregaron a las canciones cual manuales de vida, en un nivel similar a leer textos religiosos para los fanáticos, por lo que acompañar la voz rasposa del flaco de Úbeda fue algo catártico y espiritual.
El estruendo de una masa desesperada por su poesía y tacto se tiñó de prendas casuales, leyendas de Sabina en camisetas y muchos sombreros, especialmente de bombín, como el que el artista portó en su mano derecha al entrar al escenario, a las 8:35 p. m., luego de que sonaran en los parlantes las notas de Y nos dieron las diez, melodías con las que sus espectaculares músicos se acomodaron en tarima.
A las 8:35 p. m., la impaciencia del respetable se convirtió en furor, y fue el furor el que transportó al aforo a un coro colectivo al ritmo de Todavía una canción de amor, un tema que Andrés Calamaro y Sabina escribieron en 1996, y que se publicó en el disco Palabras más, palabras menos, de la banda Los Rodríguez, liderada por Calamaro.
Problemas técnicos pusieron en pausa el concierto por unos minutos. El escenario lucía hermoso, con un retrato de la cotidianidad urbana en el fondo, un paisaje por el que fluyeron y se escaparon las ideas de Sabina, convirtiéndose en propiedades de todo el público.
Luciendo traje verde y camisa azul, siempre probando el buen sabor de boca que genera el clamor humano, el español dijo: “Tengan paciencia, que tenemos un problema de sonido. Estas cosas pasan incluso en las mejores familias”.
Esta noche contigo trajo la música de vuelta al centro, mientras decenas de fans cerraban los ojos para cantar con mayor profundidad. Siguieron Cuando aprieta el frío, Medias negras, Siete crisantemos y Quién me ha robado el mes de abril.
El Sabina coral, ayudado por sus amigos locales, acaparó cada metro cuadrado del palacio, y los movimientos corporales incrementaron con Corre, dijo la tortuga.
Luego, el artista recordó a Chavela Vargas y, tras una extensa y admirada introducción, le cantó su oda, Por el bulevar de los sueños rotos. Acto seguido, recordó a otro cómplice, el buen Fito Páez, con el tema más famoso que compusieron juntos, Llueve sobre mojado.
Antes de esa canción, la luz del escenario se había apagado, y nunca más regresó a la vida. “Mientras no se vaya el sonido, nos adaptaremos a lo que haga falta. Ustedes saben que yo siempre actúo mejor en la oscuridad”, bromeó Sabina.
Las luces generales del lugar iluminaron el resto de la velada, aunque eran innecesarias, pues, a pesar de la oscuridad, el entarimado todavía irradiaba luz.
El español presentó a sus inseparables músicos, entre ellos el siempre genial Pancho Varona, quien cantó Conductores suicidas magistralmente. La corista Mara Barros también cantó, en su caso Yo quiero ser una chica Almodóvar.
Sabina retomó el micrófono con Y sin embargo, mientras se sentían las lágrimas de felicidad de los fans como sudor sobre las paredes del palacio. Peces de ciudad antecedió a Una canción para la magdalena, un momento registrado entre éxtasis e introspección.
Peor para el Sol, 19 días y 500 noches, y Princesa fueron las últimas tonadas de la primera mitad, antes de que Joaquín Sabina saliera del escenario, a esperar que le pidieran “otra”, pero regresó el guitarrista Jaime Asúa, con A la orilla de la chimenea. Luego, un momento de oro: El blues de la soledad.
Al cierre de esta edición, al concierto todavía le restaban minutos para finalizar. En la recta final, la luz regresó al escenario. Sabina dijo que este concierto ha sido como peor han sonado en la gira, pero resaltó que fue el mejor público.
Algunos dicen que las visitas de Sabina a Costa Rica han sido excesivas en los últimos años, pero la lealtad que le juran miles de paisanos convierte todas y cada una de ellas en gloriosas celebraciones. ¡Que siga volviendo siempre!