Aquel muchacho oriundo de Barra del Colorado Norte, que nació con genes miskitos y chinos donados por su abuela y abuelo maternos, y negros-franceses e ingleses que le traspasaron sus abuelos paternos, inició en su adolescencia la búsqueda de un sueño que hoy, 55 años después, es una realidad consumada de superación personal y orgullo nacional.
Ese paso a paso, de dificilísimo inicio, es actualmente el camino trazado por Johnny Dixon, el cantautor limonense que todo lo ha interpretado – blues, gospel, jazz, rock, reggae, bolero, calipso, merengue y salsa, entre otros estilos– en casi todos los continentes con excepción de Oceanía.
Esta extensa y productiva carrera será objeto de un reconocimiento en setiembre, en el Teatro Nacional, junto a La Big Band de Costa Rica, con la que Dixon ha cantado por más de una década.
Los ensayos ya comenzaron. El repertorio está definido.
“Una vez que nacimos y crecimos, tenemos que trabajar para poder vivir, y la música fue mi modo de subsistencia y superación personal. Hoy, a los 76 años, yo me siento agradecido con Dios porque me permitió, con mi ocupación, ofrecerle a la sociedad un aporte positivo: llevarles momentos de esparcimiento a miles de miles de personas a lo largo de toda mi carrera”, expresó el artista.
Johnny vive en un pequeño y sencillo apartamento en condominio, muy acorde al estilo de un músico: está lleno de guitarras, discos, amplificadores, micrófonos, álbumes con fotos y recortes de prensa sobre toda su trayectoria, pergaminos de reconocimiento y trofeos, como el que recibió de la Asociación de Compositores y Autores Musicales de Costa Rica en el 2013, por sus obras contenidas en la producción Fiesta Calipso Experience.
“Ese fue un proyecto con la Universidad de Costa Rica que me permitió llevar talleres sobre este tesoro de la cultura afrocaribeña por distintas partes del país”, recordó el músico, cuya historia personal habla vívidamente de la mezcla de culturas de la zona.
Aunque había nacido en Costa Rica, su padre lo llevó a Blueffields para inscribirlo como John Louis Dixon Shields, para que, de esa manera, fuera parte de las raíces familiares que tienen su origen en ese poblado de la costa caribeña nicaragüense.
Sin embargo, cuando la familia se mudó hasta Puerto Limón y el niño tenía cuatro años, lo “oficializaron” tico con el nombre de Juan Luis Dixon porque el director de la escuela, a la hora de matricularlo, rechazó el nombre en inglés, un contrasentido en aquellos tiempos. Esa es su identidad, según el Registro Civil. El de Johnny resultó ser un simple mote o alias con fines artísticos y el John Louis se quedó en los archivos pinoleros.
Los padres, se llamaron Luis Leopoldo Dixon y Flora Cleopatra Shields.
Luego de medio siglo de actuaciones en América, Europa, Asia, África y, claro está, en nuestro país, el cantautor puede alardear –cosa que no hace— de que compartió escenarios con grandes estrellas del espectáculo global del momento e incluso, hacer amistades con algunos de ellos por el resto de la vida.
Entre otros, destacan Celia Cruz, Andy Montañez, Alberto Vásquez y Julio Iglesias, que lo visitó aquí en Costa Rica cuando Johnny era dueño del club nocturno La Avispa, en barrio Amón (no tiene relación con la discoteca aún abierta en barrio La Dolorosa), donde recibía todas las noches a lo más selecto de la sociedad josefina que lo visitaba para oírlo cantar jazz al lado del reconocido y desaparecido pianista Pibe Hine.
Otro artista tico con quien mantuvo gran amistad fue con Ray Tico, quien en sus últimos días de agonía le pidió a Dixon el favor de que, al fallecer, esparciera sus cenizas en el mar frente al centro de Limón, con la isla Uvita a sus espaldas.
Sacrificado inicio. Johnny se “independizó” de sus padres a muy temprana edad. Apenas tenía los 17 anos, una época en que estaba entregado al fútbol, baloncesto y atletismo, aunque era la música lo que realmente lo enloquecía.
Al irse de la casa (básicamente porque su papá era demasiado estricto y severo con los castigos), se vio obligado a vivir en una pequeña bodega junto a la cancha de baloncesto. Allí se bañaba y lavaba su ropa, que dejaba guindando en unos alambres para que se secara.
El adolescente trabajaba en tareas ocasionales para poder mantenerse y, de vez en cuanto visitaba la casa de sus padres; si la puerta estaba cerrada, tocaba. A veces le abrían, lo saludaba y le daban algo de comer. En otras ocasiones nadie le respondía, por lo que seguía de largo sin entrar.
“Esa ya no era mi casa. Yo tenía que respetar”.
A sus 19 años, hizo sus primeras incursiones como cantante al lado de orquestas como las de Quincho Prado, Lubín Barahona y Otto Vargas.
Sin embargo, se mudó a los Estados Unidos a donde había emigrado su madre. Ella vivía en la ciudad de Nueva Jersey.
Johnny fue a la escuela y, ahí estudió agronomía con una especialidad en el tema de bosques y maderas, algo sobre lo cual conocía bastante porque su padre era un reconocido carpintero en Barra del Colorado y su abuelo paterno, constructor de botes.
Fue uno de los profesores el que terminó de indicarle cual sería su ruta de viaje porque le aclaró que lo suyo no era la agronomía, sino la música.
Una vez en Nueva York, a mediados de los años 60, conoció y trató al roquero Jimi Hendrix, porque ambos, al igual que otros músicos que en ese momento intentaban darse a conocer en tan competitivo mundo, visitaban con frecuencia una discoteca para disfrutar al final de la noche de jam sessions.
“Los amigos hacían bromas acerca de nuestros parecidos. Ellos decían que éramos hermanos por la forma de nuestras caras, especialmente por el tipo de nariz, el pelo y color de piel”, recordó Johnny con picardía.
En 1971 regresó a Costa Rica y se integró al conjunto Los Álamos que, por ese entonces, según recuerda, incursionaba con la música rock. Este género lo interpretó también con el grupo de los Hermanos Vargas, a quienes consideró muchachos “virtuosos y entusiastas”.
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“Fui el primer negro a quien se le permitió entrar y cantar en Club Unión o Costa Rica Country Club, sitios en donde no había cabida para los afrocaribenos”, recuerda de la época.
Igualmente, cantaba en algunos otros centros sociales, discotecas, hoteles o restaurantes, donde ofrecía presentaciones como solista y con su propio grupo.
En 1975, con solo un voto menos, obtuvo el segundo lugar del Festival La Guaria de Oro y este reconocimiento sirvió para ser contratado por unos empresarios alemanes, que se lo llevaron para Europa.
“Uno de mis centros de operaciones funcionó en Islas Canarias, España, desde donde me movilizaba por todo Europa. Estuve en el famoso Lido de París escenario por todos los tiempos de lo más selecto del espectáculo mundial. En una ocasión me anunciaron proveniente de Las Vegas, Estados Unidos, porque nadie conocía Costa Rica y esto era poco atractivo para la publicidad”, recordó con simpatía.
A inicios de los 80, regresó a Costa Rica y continuó con su trabajo de solista, a la vez que incursionaba como empresario no solo con el club La Avispa, sino también con otro local en Playa Bonita de Limón.
Desde entonces, ha seguido cantando y creciendo como artista; se declara un ferviente defensor del lenguaje criollo limonense y ha participado en iniciativas de apoyo a la cultura de su regió. Para Dixon, en la base del mutuo respeto entre las personas está la posibilidad de que los seres humanos vivamos en armonía.
Vida. Dixon casado desde hace 33 anos con Kira Dagmar Kuntsikis Kallen, una rubia nacida en Lituania que llegó a Limón procedente de la desaparecida Unión Soviética.
Johnny antes había mantenido relaciones formales con una española, una nicaragüense y una costarricense; hoy tiene nueve hijos e igual cantidad de nietos.
“El dinero que logré ahorrar y todo lo que actualmente tengo es porque desde siempre Kira es la que ha administrado mis ingresos. Yo sé cantar y ella, como economista que es, sabe administrar nuestro dinero. Hacemos un gran equipo. Ella es la mujer de mi vida”, dijo Dixon.
A los 76 años, está muy bien de salud aunque acusa principios de artritis en los dedos, índice, medio y anular de su mano derecha. “Es un poco incómodo porque son los que deben bajar o subir por el traste en busca de los respectivos tonos”, explicó Dixon, quien que no fuma y no bebe alcohol desde hace más de 20 años.
La condición física que ofrece, de persona alta, delgada y de moverse rápido, sumado al “combo” de genes que posee, hacen que Johnny no refleje la edad que realmente tiene.
Así, su energía parece intacto. Él domina un repertorio de alrededor de 400 canciones y recuerda la mayoría de ellas. Critica a aquellos colegas suyos que, frente al público, leen las letras de sus interpretaciones. “Esos más bien pareciera que están en un karaoke. No sólo no sienten lo que cantan sino que jamás los verá interactuar con la audiencia. Yo sí”, enfatizó el experimentado artista.
Él se considera un enemigo del mañana.
“No soy de futuro. Realmente, yo solo pienso en el ahora. A lo largo del día, reflexiono en lo que me pasa en el momento y lo que debo hacer para más tardecito. Mañana, cuando me vuelva a levantar, si Dios me dio la bendición de concederme un nuevo amanecer, una vez más veré que hago. Como dicen los campesinos voy 'a coyol partido, coyol comido'”, afirmó Johnny Dixon.
Quizá es por eso que su canción favorita es A mi manera (My Way), de Paul Anka.