Medio siglo de historias en cada una de las almas presentes en el Estadio Nacional de Costa Rica rebobinan al son de Eight Days a Week. 8:19 p. m.; no han pasado dos minutos de concierto y en el aire se desborda un torrente de recuerdos que relatan cuentos tan disímiles como sobrecogedores.
Las reminiscencias no se alteran ni con el tiempo ni con el espacio. Son fotografías que abarcan desde las bailadas –guiadas por la cadencia de Los Beatles– que se pegaban en los años 60 y 70 quienes hoy son considerados veteranos, hasta las evocaciones frescas de generaciones recientes; de los hijos, primos, sobrinos, vecinos, hermanos, nietos y amigos de quienes absorbieron y asimilaron la obra de Los Cuatro Grandes en un contexto distinto al que la vio desarrollarse.
Objeto de la atención del aforo, [[BEGIN:INLINEREF LNCPGL20140501_0012]]Paul McCartney iza su voz frente al micrófono[[END:INLINEREF]] para saludar a un país que parece haber aguardado por su presencia desde el día en que nació, hace casi 72 años. “Hola, ticos”, dice, en español. “Estoy muy feliz de estar aquí, ¡finalmente!”. El estadio estalla.
Además de los miles de seres humanos que lo acompañaron en su concierto del jueves, junto a él desfila un popurrí de figuras destacables: su leal banda, conformada por el guitarrista Rusty Anderson, el tecladista Paul Wickens, el bajista Brian Ray y el baterista Abe Laboriel Jr.
McCartney, por su parte, canta y toca la guitarra, pero no toda la noche será así; en algunos momentos, sus manos preferirán el piano, el bajo o hasta un ukulele, con el que interpretó Something de forma espléndida.
Cómplice. Estar frente a un revolucionario de la música pop y rock no es cosa menor, máxime cuando dicho ídolo ha logrado mantener viva su carrera tantas décadas después.
Todavía mejor que eso es que esa luminaria se dirija al público en su propio idioma y le diga cosas como “te quiero”, “pura vida”, “qué buena tafies” o “qué chiva”; que se detenga a ver a los ojos a quienes vinieron a verlo, y que baile entre canciones y dedique los minutos no-musicales a entablar una conversación con el público.
De repente, McCartney detiene el comienzo de Paperback Writer para contar que la guitarra con la que va a tocar la canción (también de Los Beatles) es la misma con la que la grabaron... “¡En los años sesenta!”.
Si bien Macca ha logrado construir una infalible carrera como solista, él sabe que lo que la mayoría de personas quieren es escucharlo cantar canciones de Beatles y Wings (la banda que formó luego de la separación del cuarteto de Liverpool), y es por eso que la mayor parte del espectáculo se enfoca en esas épocas.
[[BEGIN:INLINEREF LNCVID20140501_0007]]En la gira[[END:INLINEREF]] Out There!, McCartney construye confianza para sus canciones como solista; es decir, tienta al público con clásico tras clásico de sus veneradas agrupaciones, y una vez que sostiene al gentío en lo más alto, lanza algo de lo que ha compuesto en solitario, que aunque son menos populares, igualmente enganchan.
Por supuesto, son temas de Los Beatles –como All My Loving, The Long and Winding Road, I've Just Seen a Face, And I Love Her y Blackbird – los que generan pequeños sismos alrededor de cualquier lugar en el que Paul McCartney se presente.
Además de complacer al aforo con palabras y melodías, el músico brinda un espectáculo alucinante que va más allá de los placeres del oído: el escenario es dinámico y él se eleva varias veces sobre el mismo, el juego de pólvora en Live and Let Die es un ataque al corazón, y los juegos de luces y las pantallas son del más alto nivel.
Regalos mutuos. El momento más alto de la noche en la que McCartney debutó en Costa Rica fue con Hey Jude, la última canción que interpretó antes de despedirse por primera vez.
El club de fans Meet the Beatles le tenía una sorpresa para cuando tocara esa canción: 10.000 rótulos con la leyenda “Na” fueron repartidos entre todo el público, y Paul parecía querer llorar de la felicidad cada vez que volvía a ver al Estadio Nacional sosteniendo en papel el coro de la pieza.
Incluso, la producción del artista estaba sorprendida con la cantidad de papeles que de repente aparecieron durante su interpretación.
Después del tema, McCartney se retiró a su camerino, pero tres minutos después ya estaba de vuelta en las tablas, sosteniendo una bandera de Costa Rica junto a una del Reino Unido, devolviéndole el regalo gráfico a sus seguidores costarricenses.
Day Tripper, Hi, Hi, Hi y Get Back fueron las canciones que interpretó tras el emotivo momento, antes de salir por segunda vez del escenario, no sin antes regresar, nuevamente, esta vez a interpretar más temas, entre ellos Helter Skelter y The End.
Durante las casi tres horas de concierto, Macca nunca ocultó su característica sonrisa y sus facciones de niño. Costa Rica fue su playground.
McCartney es adicto a la vida sobre el escenario, a tener a un estadio con 20.000 personas secundando cada una de sus palabras, a hacer un chiste del que todos se rían, a ver a otros sonriendo con sus canciones.
Todas esas son las razones por las que está vivo, a pesar de lo que las necias teorías de conspiración quieran decir acerca de su existencia. Paul está vivo, y ayer estuvo en Costa Rica. Todos lo vimos. Todos estamos un poquito más vivos desde entonces.