S on las 6:20 p. m. e Iván Rodríguez camina con paso inquieto por uno de los camerinos del Estadio Nacional. Pronto, Malpaís saldrá al escenario en su gran regreso: una confirmación de la voluntad de no apagar la música. Manuel Obregón, enfundado en rojo, toma anotaciones en una hoja de papel. “¿Se notará si me tomo un tequila?”, bromea Jaime Gamboa. El aire está helado, pero afuera, en la gramilla, miles de seguidores los esperan con la calidez habitual.
Este es el retorno oficial, tras varios conciertos que, a lo largo de los años desde la partida de Fidel Gamboa, han mantenido viva la memoria de sus canciones. No han perdido las ganas ni la inspiración. “Nosotros sentimos que él está siempre con nosotros”, confiesa Rodríguez.
El violinista dice que siempre, al pararse frente al público, vuelve a ver al sitio donde Fidel solía colocarse. “Es algo que me hace cantar con mucha honestidad”, dice. Sonríe. Para Rodríguez, quien fungió como viceministro (con Obregón como jerarca) es doble retorno, pues finalmente vuelve a producir lo propio.
Junto a ellos, Carlos Tapado Vargas, Gilberto Jarquín y David Coto abrirán una etapa distinta para la agrupación, con noticias de nuevo material que podría salir este año.
En otra amplia sala, se concentran unos 30 niños que acompañarán a Malpaís en varias canciones. La metáfora es obvia, pero no por ello menos fuerte: la banda sigue siendo joven. El instructor les pregunta a los pequeños: "¿Están nerviosos?". "Síii" y "Noooo" riñen, pero al final triunfa el "No". Calientan las gargantas.
"Lo que ustedes van a hacer hoy les va a quedar de recuerdo para todas sus vidas", les dice el maestro. Para un público ansioso de un renovado Malpaís, también será así.
De frente. Finalmente, a las 7:15 p. m., se ilumina el escenario. Salen a escena los 30 niños que conforman un coro especial para una noche de primeras veces. Con el micrófono abierto, se escuchan las primeras palabras del concierto: "¡Ya te vi, mami!", grita uno de los chiquillos.
Poco después, tras la salida al escenario de los músicos, uno de los niños empieza a entonar "Una gota de agua, una gota de agua, una gota de agua". El público, amante de la canción, lo sigue, coreando Presagio. "La voz del futuro de Costa Rica está aquí; la voz del presente", celebra Gamboa.
Con la tierna introducción, toma el micrófono Jaime, quien continúa con Otro lugar . La tercera canción marca la entrada brillante, delicada, de la Orquesta Filarmónica. Es Regreso , una nueva composición y una prueba de fuerza. En este concierto, Malpaís se ha hecho acompañar de múltiples amigos, y la primera es la artista Leda Astorga, quien dibuja en vivo, acompañando la voz de Daniela Rodríguez.
El siguiente colega es una sorpresa: Yaco. "Una bulla pa' Fidel, ¡carajo!", saluda el rapero, y de inmediato comienzan la vibrante y extensa fusión de La calle de la lluvia.
Tras Rosa de un día, donde la Filarmónica entra con fuerza, aumenta el calor con la voz de Daniela Rodríguez que acaricia la juguetona Canela y miel . En esta pieza, la orquesta complementa con un lujo de texturas la interpretación de la banda.
Dos potentes canciones son coreadas con amplia energía por el público: Se quema el cielo, que tiñe de rojo el escenario, y la tierna, animadamente recibida Contramarea. Empero, debe anotarse que no se apreciaba la riqueza del sonido de la Filarmónica en todos los sectores de la gramilla (además, a lo largo del concierto se escucharán otros errores de sonido, aunque ninguno más grave).
La cantante, Rodríguez, se luce en Consejos de una niña a una mujer , la penúltima pieza antes de un fogoso homenaje a Fidel, El barrio de los jazmines. Dice Jaime que todas las canciones les recuerdan al que fuera líder de la banda y, como pocas, esta suena como aquel alegre cantautor.
Fuerza. Una de las virtudes de Malpaís es que, en su diversidad musical, acompaña un intrincado mosaico cultural que alimenta los versos de sus canciones. Así, Hila y reta , encendida con el acordeón de Manuel Obregón, abre la segunda parte del concierto.
Marvin Araya, director de la orquesta, pasa al frente justo para recibir la "cimarrona de la Filarmónica", que apoda "La espantaperros", como se canta en Las coplas del cusuco.
Con una rica introducción de la Filarmónica, el artista Manuel Zumbado empieza a trazar un paisaje marino con carboncillo, proyectado al fondo del escenario como compañía para Remando lento.
Tras otros éxitos, el pintor Pablo Vargas se acercó a la mesa de dibujo para colorear de rosa y azul Tras el ventanal.
Abril, Epitafio, Como un pájaro y Más al norte del recuerdo condensaron la energía de la banda para un final acompañado de güipipías, chiflidos y aplausos del público.
Al cierre de esta edición faltaban aun las canciones de despedida, epílogo de una noche que es apenas la primera para un nuevo Malpaís.