"Nadie es profeta en su tierra, entre su propia gente", dijo Jesús. Si alguien debe sentirse identificada con ese pasaje bíblico es Christiana Figueres Olsen, la tica que muchos en su tierra desconocen, a pesar de ser la costarricense que más cerca ha estado de la cúpula de la Organización de las Naciones Unidas y la persona que carga sobre sus hombros gran parte del peso del mayor reto al que se ha enfrentado la humanidad.
Cuando se habla de la familia Figueres, el imaginario colectivo tico suele centrar su atención en su padre, el caudillo fundador de la Segunda República y tres veces presidente, José Figueres Ferrer, o en sus hermanos: José María, también expresidente y Mariano, actual Director de Inteligencia y Seguridad (DIS).
No es la mayoría la que se ha percatado de que a más de 9.000 kilómetros de nuestro país, en Königswinter, Alemania, vive la que desde 2010 ocupa el cargo de Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, el más alto puesto político relacionado con clima al que alguien puede aspirar en toda la ONU.
"El peso del mundo: ¿Puede Christiana Figueres persuadir a la humanidad de que se salve a sí misma?", titulaba The New Yorker en agosto pasado. "Christiana Figueres: la mujer con la tarea de salvar al mundo del calentamiento global", tituló The Guardian en noviembre. La revista Vogue también le consagró un espacio en una edición especial: "juega un papel fundamental en la que probablemente sea la negociación del clima más exitosa en la historia".
A Christiana no es raro verla interactuar con líderes del calibre de Barack Obama, François Hollande o el príncipe Carlos. Tampoco es extraño verla reunida con personajes como Bill Gates, Richard Branson o Al Gore, ni que Leonardo DiCaprio la haya entrevistado hace unos días para su próximo documental sobre cambio climático (y no al contrario).
¿Quién es esta diplomática de 59 años, de pelo canoso y baja estatura, con un ojo color celeste y otro marrón, a la que la prestigiosa revista estadounidense Foreign Policy ubicó entre los 100 pensadores más influyentes de 2015, junto a figuras como el Papa Francisco, Ángela Merkel y Vladímir Putin? ¿Cómo escaló tan alto? ¿Por qué los monstruos mediáticos mundiales le achacan la tarea de salvar el mundo?
Para contestar con el detalle que se merecen estas preguntas, habría que escribir un libro. La historia de Christiana podría comenzar a contarse cuando hace casi seis décadas vio pasar sus primeros años de vida en la finca de su padre, la famosa Lucha sin Fin, en San Cristóbal de Desamparados.
Podríamos devolvernos a su adolescencia, cuando realizó sus estudios secundarios en el Colegio Humboldt y después en el Colegio Lincoln, o a la Universidad de Swarthmore en Pennsylvania, donde estudió antropología. Podríamos hablar del año en que vivió en Bribri de Talamanca, en donde diseñó un programa de alfabetización para los indígenas.
También habría que viajar a 1981, cuando sacó su maestría en antropología en la universidad London School of Economics, o profundizar en los cinco años en que formó parte del equipo negociador de Costa Rica en conferencias del clima.
Mucho más podría precisarse de la biografía de Christiana, pero lo cierto es que el tiempo apremia. Mientras usted lee esta semblanza, Figueres acaba de cerrar en París las dos semanas más importantes de su carrera en la Conferencia de las Partes (COP21), negociación climática que tuvo el objetivo de alcanzar a toda costa el más ambicioso acuerdo global para intentar frenar el cambio climático antes de que sea muy tarde.
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La principal emergencia de la humanidad. Para entender el rol de Figueres como arquitecta del convenio es necesario conocer la magnitud de aprieto en el que nos metimos por nuestra propia voluntad. El cuento es largo, pero se puede resumir con una simple idea: Mire a su alrededor; para lograr el nivel de "desarrollo" que conocemos, el ser humano ha necesitado quemar muchos combustibles fósiles.
Desde la Revolución Industrial, la quema de carbón, petróleo, gas natural y otras materias primas ha liberado tal cantidad de gases causantes del calentamiento global que la temperatura de la tierra aumentó a niveles críticos y el clima se ha alterado peligrosamente.
El número clave es 2°C (grados centígrados), aunque se habla ya de 1.5°C. Es decir, que si la temperatura aumenta más allá con respecto a la era preindustrial, las consecuencias serán incontrolables. Hasta el momento, ese aumento se encuentra en 0,85°.
El reloj sigue avanzando y la ventana de oportunidad se está cerrando. Se calcula que si las emisiones de dióxido de carbono no se reducen, la temperatura alcanzaría al menos 4°C para el año 2100 y potencialmente superaría los 8°C para 2200. Tal aumento de la temperatura transformaría al mundo en un mosaico de ciudades inundadas, de tierras de cultivo desertificadas y de colapso de los ecosistemas.
La ONU se dio cuenta y, desde hace 20 años, la Convención ha convocado a líderes de todos los países año tras año para buscar una solución urgente que nos convenga a todos.
En diciembre de 2009, el mundo fracasó en el intento de buscar un nuevo acuerdo universal que remplazara el Protocolo de Kioto como herramienta para combatir el cambio climático en COP15.
A raíz de eso, el Secretario Ejecutivo, Yvo de Boer, puso su renuncia y cedió su campo a la tica a la cual se le aplaude por haber revivido el diálogo entre países y devolver confianza al proceso diplomático noqueado, en coma y sin credibilidad.
En palabras de Figueres, aquel "fue el más exitoso fracaso que hemos tenido". Seis años después de la fallida conferencia del clima de Copenhague, con discusiones más cocinadas y con una mayor disposición política de colaboración internacional, la promesa volvió.
El sábado 12 de diciembre, los delegados de 195 países adoptaron el Acuerdo de París que reemplazará a partir de 2020 al actual Protocolo de Kioto, y sienta las bases para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, y más importante aún, para empezar a soñar con un mundo sin combustibles fósiles.
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Fuera de protocolo. Figueres es una diplomática poco convencional: se carcajea a menudo, las lágrimas le brotan fácilmente, se quita los zapatos y se sienta en el suelo para hablar con jóvenes y practica –ocasionalmente– con su equipo una rutina de baile con la canción Move Your Body de Beyoncé. En octubre, a dos meses del encuentro en París, Christiana me atendió en su despacho en Bonn, Alemania, en las sesiones previas a la COP21.
Le pedí una traducción de lo que estaba pasando en un lenguaje más digerible. ¿Por qué debería importarle estas negociaciones a un taxista en San José, a una ama de casa en Desamparados o a cualquier persona costarricense?
"Lo que se está preparando en Bonn y la decisión que va a salir de París, pareciera que va a ser algo estratosférico desde la perspectiva de cualquier ciudadano de Costa Rica o de cualquier otro país, pero eso no es así. Se está definiendo cuál va a ser la transformación de la economía mundial y ésta va a tener un efecto directo sobre la calidad de vida (...)", me dijo.
"Aunque pareciera algo alejado de la vida real, la verdad es que hay pocas decisiones que se están tomando que vayan a tener tanto efecto sobre cada uno de nosotros como esta".
El mundo está cambiando y Christiana Figueres lo sabe. El discurso de salvar el único hogar que conocemos no ha sido efectivo durante veinte años, ¿por qué habría de serlo ahora?
"¿Por qué 183 países (ahora 188) ya presentaron sus compromisos nacionales climáticos? Francamente, ninguno lo está haciendo para salvar el planeta. Déjennos ser muy claros. Lo están haciendo por lo que creo que es un motor político mucho más potente, que es, para el beneficio de su propia economía. Han entendido que esto es por sus propio interés. No hay nada más poderoso que usted, yo o cualquier país trabajando en su propio interés", afirmó Figueres a la CNN.
El gran reto: convencer a 195 países, muchos de los cuales basan su economía en los combustibles fósiles, que dejen de luchar contra lo inevitable: el futuro del planeta depende de las economías bajas en carbono y renunciar a la quema de petróleo no sólo es buena idea, sino que dependemos de ello.
Una periodista de The Guardian le lanzó la interrogante que seguro le da más miedo: ¿Cuál es la esperanza para los países pobres si la cumbre falla? "Espero que no falle. Ellos serán los que más sufrirán", contestó. Tenía lágrimas en sus ojos.
El legado de Christiana Figueres en las negociaciones climáticas es incuestionable. Si diciembre de 2015 cierra con una ruta clara para hacerle frente al cambio climático se debe, en gran medida, a los incansables esfuerzos diplomáticos y habilidad política de una tica. Será recordada como una de las personas más influyentes en la confección del fin (o, en su defecto, el que debió ser el fin) de una era: la de los combustibles fósiles.
Nota del editor: Esta semblanza fue actualizada el domingo 13 de diciembre, tras los acuerdos de París.
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