Cuando en 1978 se comenzó a inundar el lago del Arenal, los poblados de Tronadora y Arenal buscaron otro lugar dónde asentarse y comenzar una nueva vida. Cuando el volcán entró en un período de inactividad, La Fortuna de San Carlos volvió a sacar la casa y se reinventó a sí misma.
El “apagón” paulatino que comenzó a sufrir el Arenal desde hace seis años tuvo un fuerte impacto en la afluencia de visitantes nacionales en la zona, según el guía turístico Carlos Monterrey. Los miradores dejaron de ser tan atractivos y el espectáculo nocturno que ofrecía el coloso cesó.
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“Todo el mundo comenzó a buscar ideas secundarias”, dice Monterrey. “Ahora la mayoría de gente relaciona La Fortuna con el epicentro del turismo de aventura”.
Lleva razón en sus palabras. Además del encanto que de por sí sigue teniendo el que fue el volcán más activo de Costa Rica, el verdor y las casi paradisiacas aguas termales, hay mucho por hacer en La Fortuna.
Partimos a las 6 de la mañana de San José, con las maletas cargadas con repelente, tenis y toneladas de ropa, pues en la mayoría de las actividades de aventura de La Fortuna es inevitable salir estilando.
Costa Rica Sky Adventures fue la primera parada. Apenas llegábamos y ya íbamos por los aires, en medio del bosque que recorre el teleférico que nos trasladará hasta la estación que le pone los pelos de punta a más de uno.
Desde ahí sale un extensísimo cable del Sky Trek, una especie de canopy en la que no hace falta preocuparse por frenar al llegar a la siguiente plataforma.
El último pasajero es un niño europeo de unos ocho años que irá acompañado de uno de los guías. Dice no sentir miedo, pero su rostro refleja todo lo contrario.
Nos ponemos los arneses y emprendemos nuestro propio rumbo entre puentes colgantes, cuerdas altas y cuerdas flojas y escaleras que parecieran estar diseñadas para ser atravesadas solo por el Hombre Araña.
Pronto llega nuestro primer reto: el de dejarse ir a través de un cable, a varios metros de altura, hasta llegar a la próxima estación. Así atravesamos un total de dos cables más, uno de ellos de 650 metros, con siete grados de inclinación y donde se alcanza una velocidad de hasta 65 kilómetros por hora.
Un poco más adentrados en la montaña, es el momento de abalanzarse sobre una cuerda al mejor estilo de Tarzán. “Lo que más cuesta es dejarse ir”, dice Paola Obando, quien se ha lanzado muchas veces pero aún siente que no puede gritar cuando avanza por los aires.
El siguiente reto consiste en bajar con una cuerda a través de la catarata del río Piedras Negras, donde finalmente nos esperan unos neumáticos grandes que se deslizarán, entre las piedras, por el caudal de las revoltosas aguas. Solo en algunas secciones habrá descanso para el acelerado ritmo cadíaco o, quizá, para poder disfrutar del paisaje.
Ya es tarde y el agua está helada. Solo una taza de aguadulce que nos espera al final del recorrido nos hará volver a la vida.
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El segundo día inicia temprano con una actividad que pareciera ser un poco más reposada. A bordo de caballos y yeguas con nombres tan peculiares para un equino como La Chilindrina, emprendemos el viaje junto a un grupo de españoles, indios y alemanes.
Aunque algunos saben cómo montar, los caballos están tan bien entrenados por los muchachos de la finca, que solo a sus voces y silbidos obedecen.
Gemma Gambín, una de las españolas, nunca consigue relajarse, algo que le causa algo de gracia a su tía, Maripaz García.
En medio de la cabalgata, hay tiempo para tomarse fotografías en el mirador de la imponente catarata Río La Fortuna y de descender hasta sus aguas para darse un chapuzón.
La brújula ahora nos indica que atravesaremos varios kilómetros en carro para trasladarnos hasta el río Balsa. El camino se hace corto mientras Monterrey nos cuenta que se fue de Ciudad Quesada a La Fortuna con un maletín que solo traía dentro cinco camisas, cuatro calzoncillos, , dos pantalonetas, un short –que se le rompió a la semana– y dos pares de tenis: las de jugar bola y las de salir. Traía también un colchón amarrado; es un mochilero de corazón.
Lo suyo es la aventura en las aguas blancas y este será su primer día como guía de una de las balsas.
Con casco, chaleco salvavidas y el remo en mano, estamos listos para embarcarnos en la última parte de la aventura.
La sección más emocionante es la primera, donde los rápidos son de clase tres. Gritos, risas y trabajo en equipo es lo que queda plasmado en las fotografías que los kayakeros de la empresa Wave Expeditions se detienen a captar.
“¡Uy, se cayeron!”, grita Saritah Arroyo, una tica que vive en Estados Unidos y que está en La Fortuna de vacaciones. Nuestro guía le confiesa la verdad: en realidad esta es una sección del río sucedida por un largo trecho de aguas calmadas, por eso algunos de los colegas dirigen a los turistas para volcar intencionalmente la balsa.
Pronto, todas las embarcaciones van quedando vacías. No hay quien se resista a zambullirse y flotar río abajo.
Así llegamos a un pequeño playón en el que hacemos una pausa para comer frutas. “Esta piña sabe tan distinta a la que comemos en casa... es como probar un confite”, dice Amy Wisse, quien viene desde California, Estados Unidos.
Los sobros los aprovecha un rebaño de cabras que pastaba justo a nuestro lado.
“Antes el canopy y el rafting eran el plus del volcán. Ahora el volcán es el plus del canopy y del rafting ”, nos explica Monterrey.
Sin embargo, aún cuesta que los turistas nacionales vean a La Fortuna como un destino donde hay mucho más que hacer aparte de pasar horas sumergido en las aguas termales. Hay tours de mountain bike, caminatas al empinado Cerro Chato a través de senderos no demarcados y hasta flyboard en el lago del Arenal.
“Yo siento que el turista tico piensa que es muy caro”, dice el fotógrafo Christian Vindas, quien acudió para acompañar a un grupo de extranjeros.
Pero Monterrey no se puede quejar. Desde hace mucho tiempo ya no logra diferenciar entre la temporada alta y la baja, pues tienen afluencia de clientes durante todo el año. “Hay gente que es fortuneña. Yo... yo me siento afortunado”.