
En poco más de la mitad de una década se han hecho revelaciones de magnitudes inconmensurables. No una; muchas. “La revolución será digitalizada” manifestó en una carta abierta la fuente responsable de entregar los documentos conocidos como los Panama Papers .
“Yo estaría dispuesto a cooperar con las autoridades”, dijo el responsable de la filtración justo antes de reclamar que los gobiernos se dedican a perseguir a quienes revelan informaciones de interés publico que le esconden al pueblo. “Todo informante legítimo que denuncie irregularidades incuestionables merece inmunidad ante cualquier retribu-ción del gobierno”, reclamó la fuente anónima.
La decisión de revelar secretos –de estado o de empresas– no se toma a la ligera, ya que las consecuencias son todo excepto gentiles. Chelsea Manning está en la cárcel desde el 2013 y permanecerá ahí 32 años más por filtrar documentos del ejercito estadounidense a Wikileaks. Julian Assange lleva años encerrado en un edifico en Londres por compartir información sensible que ni siquiera obtuvo por su propia cuenta. Si sale lo arrestan.
El estadounidense Edward Snowden tiene casi tres años de vivir en Rusia, pues si regresa a su país lo van a juzgar bajo la Ley de Espionaje, un mandato escrito hace 100 años. Bajo esa ley, el acusado tiene dos posibles escenarios: filtró o no filtró documentos. Si los filtró, es un traidor.
Snowden se fugó a Hong Kong en el 2013, donde permaneció dos semanas en un estado paranoico porque sabía y temía de las capacidades de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA). El exempleado de la NSA había descubierto que el gobierno y la agencia para la que él trabajaba recolectaba metadatos de todas las comunicaciones dentro y fuera de Estados Unidos.
Los metadatos son la información de los datos; es decir, el contenido de una llamada o correo electrónico es el dato. Los metadatos es la información sobre ese contenido, o los datos de los datos. Detalles como quién envió el correo, quién lo recibió, la extensión del mismo, la fecha y hasta su localización son parte de los metadatos.
También vio que la agencia de seguridad estaba desarrollando un programa denominado PRISM, que en esencia era una maquinaria capaz de obtener historiales de búsqueda, contenido de correos electrónicos, transferencias de archivos y chats de empresas tan grandes como Google, Facebook, Apple, Yahoo y Skype, entre otras.
Indiscriminadamente del objetivo o persona, PRISM puede obtener toda esta información sin necesidad de una orden judicial. En otras palabras: la NSA tiene acceso a lo que quiera, de quien quiera y cuando quiera. Antes de Snowden, esto era una sospecha de ciertos sectores; con Snowden, los estadounidenses la confirmaron.

El exagente de la NSA optó por revelar la información que mostraba un abuso de poder del estado. Por esto citó al periodista de The Guardian, Glenn Greenwald, en Hong Kong, donde pasó dos semanas explicándole con detalle el contenido de los documentos que le entregó para su publicación. Las entrevistas fueron grabadas por Laura Poitras y ahora son las imágenes del documental ganador del Óscar Citizenfour.
“Uno puede quedarse esperando a que alguien haga algo. Yo esperaba que apareciera un líder pero luego me di cuenta de que el liderazgo se trata de ser el primero en actuar”, explicaba Snowden en el artículo de Greenwald en el que reveló su identidad.
Snowden dijo que decidió filtrar la información porque estaba dispuesto a sacrificarlo todo. “No puedo permitir que el gobierno destruya la privacidad, la libertad de Internet y las libertades básicas que se verán afectadas por esta máquina de vigilancia masiva que están construyendo en secreto” dijo el informante al periodista.
El efecto de la vigilancia
Cualquiera pensaría que si es por la seguridad del país, no hay problema con someterse a tal nivel de vigilancia; que solo quienes tienen algo que esconder se preocupan por estas cosas.
No es necesariamente así. En su libro No Place to Hide , Greenwald lo explica así: “Cuando uno sabe que lo están viendo uno toma decisiones que cree que la sociedad espera de uno. La disidencia, la exploración y la creatividad residen en los ámbitos en los que uno no se siente observado ni juzgado”.
Hay quienes discuten sobre la relevancia de los metadatos de las comunicaciones, y si son o no más importantes que su contenido. Greenwald asegura que en muchos casos los metadatos “son mucho más invasivos que el contenido de la llamada”.
Este año se publicó un estudio realizado por dos científicos de la Universidad de Stanford en el que 823 personas permitieron que se les recolectara únicamente los metadatos de sus smartphones . Con esa información, los científicos lograron averiguar el nombre del 82% de la muestra, así como los negocios que frecuentaban y la dirección de sus casas.
Entre otras cosas descubrieron información mucho más sensible, como que uno de los encuestados había comprado un rifle. A otro le descubrieron un diagnóstico de irregularidades en el corazón, a una mujer los resultados de su prueba de embarazo, y a otra persona sus pla-nes de sembrar marihuana.
El filósofo francés Michel Foucault habla del panopticonismo , “una especie de poder aplicado al individuo en el que se le supervisa continuamente para controlarlo, castigarlo, compensarlo y corregirlo; moldeando y transformando al individuo”.
Dice Greenwald que la vigilancia masiva que se practica de forma indiscriminada puede ser interpretada como el sello de una tiranía.
En diciembre de 2013, Richard León, juez federal de Estados Unidos, dijo que lo que hacía la NSA era “casi Orwelliano” (en referencia al libro 1984 , de George Orwell, en el que la vigilancia es fundamental para una sociedad distópica).
“Cuando uno recolecta absolutamente todo, nada se entiende”, dice Snowden en su más reciente entrevista para el programa de la revista Vice en HBO. “La vigilancia no ayuda a detener ataques terroristas”, concluye el informante.
La Casa Blanca puso en el 2014 a dos comisiones independientes a revisar si los programas de vigilancia masiva de la NSA tenían algún valor real. Ambas determinaron que la recolección de datos no era esencial ni efectiva para detener ataques terroristas, por ejemplo.
El camino correcto era el equivocado
Mark Hertsgaard publicó este mes el libro Bravehearts: Whistle-blowing in the Snowden Age , (que se traduce a “Corazones Valientes: denunciando en la era de Snowden”). El escritor encontró una historia que no se había contado sobre un informante que decidió seguir el camino que –según Barack Obama y Hillary Clinton– Snowden evitó: la forma legal de denunciar irregularidades.
Clinton aseguró en un debate que Snowden debió haber seguido los medios legales para poner su denuncia, y manifestó que de esa manera pudo haber obtenido la protección que el país le ofrece a los informantes.
Sin embargo, el libro de Hertsgaard muestra cómo hacerlo de forma legal arruinó la vida de Thomas Drake, un informante que trabajó por más de 12 años para la NSA y ahora es dependiente de una tienda Apple en un suburbio de Washington.
Drake vio lo mismo que Snowden. Se dio cuenta que desde el 2001 el gobierno de Estados Unidos estaba vigilando las comunicaciones internas sin la orden judicial necesaria para hacerlo.
Junto con otros cuatro funcionarios, Drake presentó una queja al Inspector General de la NSA en la que acusaban a la agencia de “apoyar una vigilancia financiera y constitucionalmente irresponsable” con el desarrollo del programa Trailblazer, cuyo costo fue de casi $4.000 millones. Al notar que nadie dentro de la agencia hacía algo al respecto, Drake decidió seguir la cadena de mando.
La denuncia llegó a la oficina del Inspector General del Departamento de Defensa. El encargado de velar por los derechos de los informantes era John Crane, inspector general adjunto hasta que fue corrido de su puesto en el 2013 por la subinspectora general Lynne Halbrooks, gracias al caso de Drake.
Él investigó las alegaciones de los empleados de la NSA y confirmó que Trailblazer violaba la cuarta enmienda de la constitución.
Cuando el New York Times publicó una información filtrada sobre el programa Trailblazer, el asesor del Inspector General, Henry Shelley, le dijo a Crane que debía compartir la información sobre Drake y compañía al FBI. Crane se opuso firmemente, porque revelar el nombre de un informante es ilegal.
En julio de 2007, los hogares de los cuatro denunciantes que firmaron la carta fueron allanados por agentes armados del FBI. En noviembre irrumpieron en la casa de Drake. Alguien entregó los nombres y los testimonios de Drake al FBI.
Antes de iniciar el juicio contra Drake por la filtración, sus abogados pidieron ver la investigación que había hecho el Departamento de Defensa sobre la denuncia. Shelley solo dijo que alguien cometió un error y destruyó los documentos. Luego informó del accidente al juez Richard D. Bennett.
El gobierno retiró los cargos contra Drake. Bennett comentó que pensaba que era muy extraño que se allanara la casa de Drake, que se le acusara y que luego se dejara el caso botado la noche antes del juicio. “Me parece inadmisible”, dijo el juez.
Ahora, el protector de los informantes, Crane, es uno de ellos porque no pudo defenderlos. Gracias a su testimonio la Oficina del Consejo Especial del Pentágono solicitó al Departamento de Justicia que se investiguen las alegaciones de que Shelley destruyó los documentos de Drake.
No habría Snowden sin Thomas Drake
En una columna de opinión del New York Times, Hertsgaard hace la pregunta perfecta: “¿Es un crimen reportar un crimen?”.
“La triste realidad es que ir donde el Inspector General del Departamento de Defensa con evidencia de un crimen es casi siempre un error. Acudir a la prensa es un riesgo, pero al menos existe la posibilidad de hacer algo”, dijo Snowden en una entrevista reciente con The Guardian. También comentó que si no fuera por Drake, no habría un Snowden.
En su libro, Greenwald se despide con un mensaje claro: “Son los humanos como colectivo, y no una pequeña élite trabajando a escondidas, los que deciden en qué mundo quieren vivir. El propósito de denunciar, del activismo y de hacer periodismo político es promover la capacidad humana de razonar y tomar decisiones”.
El director legal del Proyecto de Responsabilidad Gubernamental, Thomas Devine, que defiende a Snowden, Drake y Crane, confirma en el libro de Hertsgaard que ningún informante que siguió el camino legal tuvo éxito. El gobierno suele responder diciendo que están mintiendo, que son paranoicos y que no tienen pruebas.

Esa es la diferencia de hacerlo de forma legal y hacerlo de la manera que él califica como “denuncia por medio de la desobediencia civil”: Snowden sí tiene las pruebas de todo lo que ha revelado. Como dice Devine, “el problema que enfrentan los informantes es sistémico, y el sistema no perdona”.
El ícono del mártir digital
La fama de Edward Snowden ha crecido exponencialmente gracias a la película de Laura Poitras, Citizenfour, ganador del Óscar a mejor documental en 2015. Además, en setiembre se estrenará Snowden, una película dirigida por Oliver Stone y protagonizada por Joseph Gordon-Levitt.
La imagen del informante ha alcanzado una popularidad que no disfruta casi ningún otro de su especie. Debe ser la época, o tal vez tiene que ver con la valentía de ser mártir en la era digital y con su buen sentido del humor.
En el programa Last Week Tonight, de HBO, el comediante John Oliver dice que el problema es que nadie entiende de qué demonios habla Snowden. Para simplificarlo, Oliver le dice que hable de fotos de penes. El informante se ríe y lo aclara: “Si usted envía una foto de su pene por Gmail, ellos (NSA) ya tienen la foto de su pene”.
Oliver, horrorizado, le pregunta que si sería mejor dejar de tomar fotos de su pene. Snowden le dice que no. “No hay que cambiar nuestro comportamiento porque una agencia del gobierno está haciendo algo indebido”.
Desde el 2013, páginas de Internet como Daily Beast lo han declarado un símbolo sexual. En la revista GQ se publicó una nota explicando que el informante se vio obligado a pedirle a las mujeres que dejaran de enviarle imágenes en las que posan desnudas porque tiene novia.
Snowden suele aparecer por medio de entrevistas, video conferencias y ahora colabora con el medio que abrió Glenn Greenwald, The Intercept. Al estar aislado en Rusia, el informante se manifiesta por Internet, ese mundo al cual defiende incondicionalmente.
Hace menos de un año abrió su perfil en Twitter y ya cuenta con más de dos millones de seguidores. Él solo sigue una cuenta: @NSAGov.