Los vecinos de Guanacaste esperaban desde hace varios años un gran terremoto en la zona de Nicoya. Las autoridades lo prevían así pero, como en todo fenómeno natural, no se aventuraban a dar fechas.
Cuando finalmente se sintió el gran temblor de Nicoya, se convirtió en el segundo más impactante en la historia sísmica registrada del país. No obstante, sus consecuencias fueron menores que las temidas.
“Terremoto de 7,6 ° en Nicoya solo causó daños moderados” fue el título de La Nación el jueves 6 de setiembre de 2012, un día después del sismo. Si bien era temprano para enumerar todos los daños causados por el terremoto, desde entonces estaba claro en que no había provocado tanto desastre como fenómenos anteriores.
No obstante, daños hubo, naturalmente. Las víctimas mortales fueron indirectas (ataques del corazón, por ejemplo); apenas un par de días después del movimientos sísmico ya se hablaba de un saldo de al menos 169 casas dañadas y 260 personas en albergues.
El Instituto Nacional de Seguros recibió más de 300 reclamos por daños en propiedades en menos de 24 horas, y los principales daños provocados por el terremoto superaban los ¢22.000 millones, según la información suministrada por el gobierno.
Las zonas más afectadas fueron las guanacastecas, aunque en Alajuela también sufrieron los efectos. La Caja Costarricense del Seguro Social destinó ¢10.000 millones para recuperar el Hospital Monseñor Sanabria, que mostró varios daños.
La duda que todos los costarricenses tenían luego del terremoto era una sola: ¿fue este el temido terremoto nicoyano del que se habló durante años? La semana siguiente, el Ovsicori lo confirmó: ese era el inevitable movimiento sísmico que los expertos anunciaban.