En el aula 304 de un edificio que lleva años intentando caerse, hay un profesor cincuentón que quiere ser presidente. Lo decidió hace un año tras conversar con un amigo. Así le pasa a algunas personas: salen una mañana a comprar verduras, a recoger medicamentos a la farmacia o a visitar al zapatero, y un conocido los invita a postular su nombre para la Presidencia de la República. Yo te apoyo, les dicen. Somos varios, les dicen. Andá, aceptá, les dicen. Sucede.
A este profesor le pasó cuando salió a tomar café. Esto lo sabremos casi todos en abril del 2014, cuando él alcance 1.300.000 votos en las elecciones nacionales y despeje las dudas, pero eso parece tan lejos ahora.
Para llegar allí, Luis Guillermo Solís deberá convencer al Partido Acción Ciudadana de que es uno de los suyos y tendrá que desafiar todas y cada una de las encuestas para ganar una convención desde la periferia. Una vez candidato, el músculo del partido lo pondrá en periódicos y noticieros; antes, sin embargo, vive en la oscuridad. Esta es la historia oculta del profesor que quiso llegar a Zapote.
Un martes de agosto del 2011, Solís está en el segundo piso de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Costa Rica (UCR), de pie frente a una veintena de estudiantes de segundo año de Ciencias Políticas y todavía no es nadie, al menos en política electoral. Para el mundo académico, en cambio, es casi un clásico.
El profesor imparte lecciones en la UCR desde la prehistoria. Esta prehistoria empieza en 1981 cuando terminó su maestría en la Universidad de Tulane, Estados Unidos.
Por eso fue fácil regresar a dar clases en el 2011, meses después de dejar su trabajo en Panamá para empezar a perfilar su candidatura. Por eso está aquí, enseñando Política y Relaciones Internacionales a estudiantes que tal vez desconocen que lleva casi un año planeando un camino a Zapote. En marzo, impartió el Seminario de América Central y el Caribe, la especialidad de la casa.
Gary Obando está sentado frente al profesor medio pelón que no necesita presentaciones de PowerPoint, y el estudiante de 19 años desconoce todo sobre él. No sabe de su comando de campaña, ni de las reuniones en la Iglesia Luterana, ni de sus giras por Cañas, Upala o Pérez Zeledón. No sabrá nada hasta que agregue al profesor en Facebook al final del semestre y descubra decenas de fotografías de actividades partidarias en las que Solís abraza a jóvenes.
En el 2014, dirá que es su profesor favorito de la Escuela y que todavía le molestan los ‘pegabanderas’ del PAC, pero que votó por Solís. Y que no, que en serio no sabía nada. El profe nunca lo mencionó. “A mí nunca me pasó por la cabeza que él era precandidato”, dice Obando.
Solís es imposible de describir sin la academia: es su vida. Del cuarteto inicial que impulsó su candidatura, por ejemplo, a todos los conoció en un campus universitario.
Se puede decir que no hay Luis Guillermo Solís sin universidad, pero tampoco hay Luis Guillermo Solís, Presidente Electo de la República, sin un hombre: Ottón.
]El otro Solís
El 7 de febrero del 2010, parecía que solo existía un Solís en el Partido Acción Ciudadana y precisamente esa noche perdía por tercera vez consecutiva la carrera por la Presidencia de la República. Ottón Solís se plantó frente a los seguidores del PAC en la Casa Ciudadana de La Granja y dijo que había perdido. Que él no seguía. Que hasta ahí llegaba. Que 12 años eran mucho y que tendría que pedírselo Dios para que regresara. Y, hasta ahora, parece, no se lo ha pedido.
Pero había otro Solís en el partido y estaba allí mismo.
Mientras las cámaras y los micrófonos apuntaban hacia Ottón, o a la celebración de triunfo de Laura Chinchilla en el hotel Corobicí, un hombre de 51 años se abrió paso hasta la sede del partido. No hubo flashes , ni entrevistas, ni selfies, y quizá pocos notaron que Luis Guillermo Solís caminaba entre ellos.
Alberto Salom, diputado 2006-2010, lo encontró en el molote y le estrechó su mano. “Se veía sentido; bien, pero como serio. Me saludó, hizo lo mismo con dos o tres personas más y se fue”, recuerda Salom.
Meses después de perder las elecciones, cuando el excongresista y otros partidarios empezaron a buscar un nuevo líder en la agrupación, recordaron a Luis Guillermo, quien todavía estaba trabajando en Panamá.
Salom sostenía reuniones con el periodista Carlos Alvarado, el asesor legislativo Hárold Villegas y el internacionalista Eduardo Trejos, y el grupo decidió hablar con el catedrático universitario. “Estamos pensando en vos”, le dijo Salom en la cafetería Giacomín.
“Pensé que estaba loco, que estaba absolutamente rematado de la chaveta”, recuerda Luis Guillermo.
Razones que respaldaban la tesis de la locura: Solís no tenía experiencia en la estructura del partido, no conocía a las dirigencias y nunca había sido una figura visible. Para rematarlo: fue secretario general del PLN “Aquello parecía ser una cosa que no tenía ni pies ni cabeza”, dice Solís, pero prometió pensarlo.
Aquella noche del 2010, Ottón Solís abandonó el mundillo electoral del PAC e inauguró sin quererlo la búsqueda de quien lo reemplazaría. “La salida de Ottón dejó un vacío en el PAC y en política no hay vacíos. Cuando alguien se quita, otro se mete”, sentencia Emilia Molina, diputada electa por Cartago y futura jefa de fracción del PAC.
El rey ha muerto, viva al rey.
Bendiciones
Luis Guillermo Solís invitó a sus hijos a almorzar para consultarles. “Cuando dice que necesita hablar de algo importante con todos los hijos, uno más o menos augura que es algo importante”, sostiene su hija Beatriz.
Los gemelos, Diego e Ignacio, dieron su bendición; Beatriz también, pero con ciertas dudas. ¿Presidente sin ser antes diputado, o ministro, u ocupar algún puesto de elección popular?
Mercedes Peñas, su compañera, habló de la economía familiar. Ninguna campaña promete salario y para mantenerse hasta el 2014, tendría que jugársela con un cuarto de tiempo en la UCR y el ahorro que había reunido en Panamá, una buchaca pensada para hacer de pensión.
Dicen sus estudiantes de Ciencias Políticas que Solís no habla en absolutos en clase. Al explicar el conflicto palestino-israelí, por ejemplo, expone la visión de los norteamericanos, los rusos y los árabes; para las elecciones panameñas, los puso en los zapatos de liberales y de conservadores. Así enseña, abriendo los ojos.
Así, seguramente, hablaron Mercedes y él. Aceptar la campaña implicaba renunciar al cheque del 30; si no, tal vez él podría hallar algún trabajo de-ocho-a-cinco para poder aportar económicamente a la familia. Al final, hallaron un punto de acuerdo. “En la parte de la casa y demás, estaba resuelto por mi lado. Asumí esa responsabilidad”, explica Peñas.
Con las bendiciones familiares, el siguiente reto era convencer al PAC de que lo aceptara. “Al principio, nuestros adversarios decían que él era un arribista”, asegura Eduardo Trejos. ¿Cómo explicarles que era uno de ellos?
Tocar la puerta
Luis Guillermo llegó antitos de las 7 a. m. a Nicoya y Aura Salas se sorprendió de verlo tan temprano. Cuando se dio cuenta, estaba Solís con una camisa blanca de mangas cortas en la puerta de su casa. Sacó las tortillas palmeadas y lo invitó a tomar asiento.
En la robusta mesa de la cocina de Salas, asambleísta nacional del PAC por Nicoya, Luis Guillermo empezó sus giras para conocer (y que lo conocieran) las bases del partido. Corría octubre del 2010 y él no se presentó aún como precandidato.
“La idea era que la dirigencia PAC más histórica lo conociera”, dice Villegas.
Acción Ciudadana es un partido joven, pero celoso de su historia. Como en toda agrupación política, hay un derecho de piso. Antes de convencer a los votantes en el 2014, era urgente cacarear a Luis Guillermo como un hombre del PAC.
“El principal obstáculo era que Luis, aunque era del PAC, no tenía una militancia ostensible”, recuerda Salom.
Tras meses de reunirse en el apartamento del periodista Enrique Sánchez, estaban listos para presentarlo en sociedad. Emilia Molina ofreció su casa en San Ramón de Tres Ríos y el 6 de noviembre del 2010 lo mostraron al mundo. Todavía no era oficialmente candidato, pero allí habló ante unos 40 militantes entre asesores, legisladores y líderes locales.
Se ampliaba su alcance y también su comando: seguían Salom, Trejos, Villegas, Alvarado, Sánchez y Molina; pero también Juan Manuel Villasuso y Felisa Cuevas (jefa de campaña), ex-PLN como él, el académico Alberto Cortés, el obispo luterano Melvin Jiménez y el dirigente cooperativista Víctor Hugo Morales Zapata.
Para cuando las otras precandidaturas empezaron a armar sus bases, Luis Guillermo les llevaba ventaja. “Ya teníamos copada cierta estructura”, apunta Molina.
Aun así, los golpes duelen. Como cuando Juan Carlos Mendoza anunció su precandidatura en agosto del 2012 y el equipo de Solís perdió a gente valiosa como Enrique Sánchez.
Otros sonaron alarmas, pero Solís no. Les dio la bendición y estrecharon manos, pero les advirtió que habría golpecitos en el camino: eso no era un partido de tenis.
Faltaban todavía una o dos burocracias que sortear dentro del PAC, algunas más graves que otras: el estatuto partidario exigía ocho años para ser precandidato y Luis Guillermo solo tenía cuatro y resto. ¿Cómo hacemos? El tema fue a la Asamblea Nacional a finales del 2012 y se reformó a cuatro.
“(El cambio) era una cosa que estaba consensuada. No solo por su candidatura, sino porque se consideraba excesivo en un partido de 11 años”, dice Olga Marta Sánchez, actual secretaria general del PAC y entonces parte de la tendencia de Solís.
Entretanto, Luis Guillermo todavía no aparecía entre los favoritos. En el segundo semestre del 2012, mencionó por primera vez la campaña en una de sus clases cuando lo ubicaron debajo el margen de error de una encuesta. “Lo bueno es que no puedo caer más”, bromeó.
Lo que iba en serio era la falta de fondos. “En algunos momentos, fuimos de gira y Luis andaba con mil pesos en la bolsa, porque no le habían pagado”, dice Morales Zapata. En 2011, el comando formó el Centro de Análisis Estratégico para Centroamérica y Costa Rica (Cedae) que vendía un boletín semanal y canalizaba ingresos por consultorías, como los cursos de economía que impartía Villasuso. En abril del 2013, Luis Guillermo pidió una cuota a los invitados para su fiesta cumpleaños. Todo juega para mantener el barco a flote.
Quedaba una última incertidumbre: cómo se elegiría el candidato.
En junio del 2013, cuando el PLN, el Frente Amplio, el Movimiento Libertario y el Partido Unidad Social Cristiana ya tenían candidato, y tras meses y meses de incertidumbre, asambleas anuladas y apelaciones a cuanto tribunal pasa por la mente de un partidario del PAC (es decir, muchos), la Asamblea Nacional dictó día y método: sería el 21 de julio, mediante una convención abierta.
“Una vez que se decidió, era fundamental ampliar la convocatoria al voto. Si nos quedábamos solo con el PAC, eso hubiera sido ínfimo”, asegura Solís.
Los votos
Durante esos meses de precampaña y aún mucho tiempo después, Luis Guillermo Solís disfrutó –muy a su pesar– del anonimato. “Nadie lo tenía en el radar”, asegura Carlos Alvarado. Cuando entraba al mercado de Cartago con las banderas rojiamarillas del PAC, la gente lo chiflaba entre gritos de “¡Viva Heredia!” (nota al margen: Emilia Molina asegura que ahora es imposible para Solís entrar: hay demasiada gente).
Si la convención iba a ser abierta, había que hacer algo ya, ayer, la semana pasada, para asegurar votos. Versado en aritmética doméstica tras estirar el salario, Luis Guillermo le entró a la matemática electoral: si votaron 22.000 personas en la convención del 2009, ¿cuántas serían necesarias para esta?
Ese número, el que fuera, no iba a salir solo de la vieja guardia del PAC. Dos grupos fueron vitales: la juventud del partido y sectores sociales y productivos donde son fuertes Melvin Jiménez y Víctor Hugo Morales Zapata.
“Le apostamos a Luis dando conferencias en cooperativas, organizándole encuentros con pescadores en Puntarenas o con gente de problemas fronterizos”, dice Jiménez.
Luis Guillermo perdía la batalla de los medios. La plataforma legislativa de Juan Carlos Mendoza y la trayectoria de Epsy Campbell lo dejaban fuera de la ecuación: si Solís hubiera abierto cualquier periódico en los días previos a la elección, difícilmente habría hallado su rostro en las noticias. Sin dinero para pautar, el comando se aferró a ganar votos por “redes sociales y de contactos”.
El miércoles antes de la convención, Morales Zapata citó a una veintena de dirigentes de Pérez Zeledón para pedirles el voto. Casi ninguno sabía quién era Luis Guillermo.
“Yo vengo aquí porque les tengo confianza a ustedes y ustedes a mí. Ustedes tienen que ir ahora a sus comunidades a hacer lo que hice yo”, recuerda haberles dicho Morales.
Día E
Suena el teléfono en su casa de barrio Escalante y Luis Guillermo se está bañando. Sus seis hijos descansan junto a Mercedes, después de haber jalado votos, movilizado gente y fiscalizado mesas. Es la noche del 21 de julio del 2013, unas horas después de que cerraron las urnas de la convención y, cuando Beatriz contesta, encuentra la voz del académico Alberto Cortés.
–Según los resultados que tenemos, tu papá es el ganador y es muy difícil que pierda. Pasámelo, por favor.
Confundida, la joven le entregó el teléfono a Mercedes y le dijo: “ Merce , yo creo que ganamos, tomá”, y se echó a llorar.
Una vez en la sede de la tendencia, recibieron el primer corte: Juan Carlos Mendoza iba ganando. Luis Guillermo estaba sereno; sabía que su comando tenía mejor información que el propio tribunal interno.
El conteo de votos debía durar hasta las 8:30 p. m., pero se alargó toda la noche. Al final, esa noche se multiplicó por siete y el Tribunal no declaró ganador sino hasta el 28 de julio: Luis Guillermo Solís Rivera era el candidato del PAC por una ventaja de 113 votos.
Nada sería igual: la tendencia era ahora el partido, Solís era ahora el candidato, Juan Carlos sería uno de los voceros en la segunda ronda y Epsy sería diputada en el segundo lugar por San José.
El comando de campaña empezó a mutar y, del núcleo que comenzó en el 2011, solo Melvin Jiménez llegó con él hasta abril del 2014.
El resto de la historia después de ese 21 de julio todos la sabemos: la invitación a “conocerlo”, su eslógan de “Con Costa Rica no se juega”, su ascenso de un 5% en las primeras encuestas a un 78% en la segunda ronda, y las rutas de la alegría que lo llevaron por todo el país.
Después de aquella noche que duró una semana, nada fue igual para aquel profesor cincuentón que había entrado un lejano martes, seis meses antes de las elecciones nacionales, al aula 209 de Ciencias Sociales, todavía buscando ganarse el salario, todavía aspirando a la Presidencia.