Aquel niño que una vez soñó con ser policía hoy es un adulto que quiere ser presidente de este país.
El sueño infantil lo abandonó tarde, si se considera que lo dejó de lado cuando entró a dar clases, a los 22 años de edad, a la Universidad de Costa Rica.
Hoy tiene 55 y sabe que su eventual nuevo oficio no depende solo de él: está consciente de que se halla en las manos de una clientela escéptica, la cual, peor aún, no tiene idea de quién es él. Lo sabe...
Luis Guillermo Solís Rivera no pudo llegar a ser el oficial, el cabo, el teniente o el capitán Solís, pero ahora quiere ser el presidente Solís.
Hijo de un zapatero y de una maestra, también se declara hijo del llamado Estado Benefactor, auspiciado por el Partido Liberación Nacional y que, entre otras cosas, fortaleció los sectores medios rurales y urbanos del país, a los que perteneció (pertenece) su familia y que se constituyeron en la base social de apoyo de los verdiblancos.
Esa es una de las razones por las cuales el profesor Solís dio un paso al frente y pretende tomar las riendas de este país: porque lo que veía antes, no lo ve ahora; lo que ve ahora, no le gusta.
También porque se lo propusieron y la idea vino de su amigo cercano, a quien considera su hermano mayor: Alberto Salom.
Embarcado...
La sala de la casa del candidato Solís es cómoda, sin extravagancias.
Sentado en un sillón, se siente a sus anchas, tal y como –dice– se siente al estar en un salón de clases.
De hecho, ni nota (o no lo perturba) el trabajo de la fotógrafa que lo retratará para esta nota que habla de él.
También se vio cómodo cuando se carcajeó, de muy buena gana, al preguntársele si todavía le mantiene el habla a Alberto Salom por la “embarcada” que le pegó. Sí le habla e insiste en su relación de amigos..., a pesar de lo que le hizo.
Él creía que quien se iba a “tirar” era Salom y con esa idea le aceptó un cafecito y llegó dispuesto a apoyarlo; pero, insondables son los caminos de la política y de esa charla de café salió con un “apodo”: precandidato del Partido Acción Ciudadana (PAC), el alero que encontró cuando sintió que del PLN aquel no quedaba nada..., o algo que valiese la pena.
Por aquella tacita de café–no contó qué tan cargada estuvo– a quien sería el primer candidato rojiamarillo distinto del fundador del PAC se le trastornaría la dinámica de familia.
Ahora visita a su padre, en Paracito de Moravia, cada dos o tres fines de semana; aunque Solís dice que su “papá Solís” entiende –con la sabiduría que dan 89 años de vida–, sí se le va un ligero dejo de frustración por el cambio de rutina: un “ni modo” sin dejarlo explícito.
Luis Guillermo Solís sigue en el mismo sillón y aquella comodidad por un momento se le escapa, el dejo se le hace un tanto mueca, la voz baja un poco y la mirada –que gusta sostenerle a su interlocutor– se le estropea.
El día de la entrevista, Inés no está en casa, pues ella “trabaja” de hija menor de Luis Guillermo Solís y estaba en la escuela.
Inés demolió a su “papá Solís” con la lógica irrefutable que solo se tiene a los ocho años de vida: no quiere que él gane las elecciones, porque si lo hace, lo debe compartir con otros chiquitos. Fue un golpe en mala parte..., y todavía no sabe cómo encajarlo.
En caso de que el deseo de la cumiche de la “solísada” no se cumpla (el candidato tiene otros cinco hijos de otra relación), Luis Guillermo Solís sabe que ella sería aún una niña cuando asuma la Presidencia de la República y sería una preadolescente cuando deje Zapote.
Su semblante cambia al contar ese anécdota...
La decisión de echarse al agua electoral fue sopesada en su círculo íntimo; sin embargo, hay cosas que no se ven venir, aunque se entienda como parte del juego que aceptó voluntariamente.
Al candidato Solís le pasó la de Sancho cuando don Quijote le pegó por una falta merecida. Ante sus lágrimas por el azote, don Quijote le urgió a Sancho no llorar, pues se lo merecía; este le respondió que el hecho de que lo mereciera no significaba que le doliera menos...
Como en botica
La costumbre indica que se le ofrece café a las visitas.
Así lo hizo Luis Guillermo Solís al equipo de La Nación que lo entrevistó el martes anterior. Ofreció, como suele suceder, una tacita más. Él mismo preparó el café.
¿Don Luis es cafetero? Dice que no y, de una vez, amplía el espectro de bebidas a todo tipo de colores, tamaños y sabores.
La sonrisa deviene ancha cuando se apoya en el habla popular para definir su preferencia: “Soy carburador universal”.
Como no quiere dejar dudas de ello, arma, de nueva cuenta, la variopinta lista de infusiones, destilados, exprimidos, chorreados, fermentados y otros líquidos que deleitan su paladar.
El café, por cierto, lo evita por las noches.
Quien se mete a candidato debe prepararse para comer, dadas las actividades y cariños que recibe (aún en esta era de “antipolíticos”) durante los infaltables y necesarios recorridos por la geografía de Tiquicia.
Nadie se lo dice al postulante, aunque es un detalle que no debería ser un dato menor: ser de “buena muela” es parte de los requisitos informales para aspirar a la Presidencia, porque..., ¡Dios guarde rechazar el bocadito de un partidario!
Lo que hace, ahora, es caminar, un poco más por las mañanas para hacerle la finta a eso de más que come.
En las comidas también vale lo de “carburador universal”, aunque con ajustes, pues se declara más amante de la carne de animales de tierra que de mar. Utiliza la palabra “carnívoro” para enfatizar su gusto principal en un plato fuerte.
Se declara frutero más que dulcero, no cae ante las golosinas y se sabe inerme ante los pejibayes: ante ellos, firma la rendición y se despacha a sus anchas.
Todos tenemos un punto débil en la cocina. También todos tenemos un placer culpable, ese que es malo..., pero sabe tan bien.
Cuando Luis Guillermo Solís anda por la cocina, ese placer culpable toma la forma de arroz blanco, sobre todo el que tiene “costra”.
Él mismo lo hace, de la manera como su abuela le enseñó y por eso asegura sin duda que hoy todavía come el arroz de su abuela.
Consciente de que lo engorda, lo come; aunque debe escapar de la vigilancia de Mercedes, su compañera.
Así son los placeres culpables; de lo contrario, pierden mucho de su encanto.
Autorretrato
Luis Guillermo Solís Rivera es candidato presidencial del PAC sin haber hecho una carrera política de largos años de militancia: no pasó por la criba de la Asamblea Legislativa.
A pesar de la actividad partidaria de la última década (fue, incluso, secretario general del PLN), siente que su hábitat es la academia.
Por ello, a la academia espera volver, como debió ir el martes pasado, día de esta entrevista, a cumplir con el cuarto de tiempo en la UCR; como esperará regresar aún si el voto popular le cambia la dirección de su oficina.
Dice que sus alumnos lo traen “a tierra”, como lo hace Mercedes , y como hace un círculo cercano que, espera, le impidan envanecerse.
“Homosexualidad”
“Una realidad”
Fertilización in vitro
(Se toma sus segundos) “Vida”
Laura Chinchilla
“Quedó debiendo”
Estado laico
“Necesario”
Daniel Ortega
(Fue la respuesta que más pensó). “Pucha, va sonar muy idiota: el presidente de Nicaragua”
Puentes bailey
“Abusivamente utilizados”
Marihuana
“No la uso”
Encuestas
“Un instrumento”
Abstencionismo
“Enemigo”
Partido Acción Ciudadana
“Mi partido”
Johnny Araya
“No lo contrataría”
Otto Guevara
“Privatizador”
Rodolfo Piza
“Serio”
José María Villalta
“Inteligente”
Desconocido
“Yo”
Tiene amigos queridos, aunque con algunos tenga poco o nada de contacto.
Sin embargo, le pasó que habló con un amigo de colegio como si lo hubiese visto ayer, sin importar que llevaban 20 años sin verse.
También sabe trazar una raya para poner un “hasta aquí” si es del caso con alguien con el que debe cortar una relación.
Si se diera el caso, sería capaz de levantarse de una mesa ante la presencia de “X” o “Y”. De ameritarlo, se marcharía..., aunque primero daría las buenas noches.
Como cualquier mejenguero, se enojó, y feo, cuando lo patearon por atrás; mas, no recuerda –y se vio sincero a la hora de rebobinar– el haberse visto cegado por la ira.
Se dice controlado, pero si se enoja, asegura, no monta en una cólera cual si fuese Júpiter tonante.
Lo maltrata el maltrato a los niños y a los ancianos; se lleva muy mal con la deshonestidad, y la chambonada lo pone de malas.
Como cualquier político aspirante a un cargo de elección popular, existe un deseo de ser apreciado, querido.
Así lo enseña la película Change Game (HBO, 2012) acerca del inesperado ascenso de Sarah Palin, candidata a la vicepresidencia del Partido Republicano de los Estados Unidos para las elecciones del 2008.
Ese deseo de cariño es la razón por la cual, menciona esa cinta, los asesores nunca será n candidatos: están vacunados.
El político Luis Guillermo Solís dice que sí, que sí existe algo de ello; pero asegura que se trata de una natural condición humana, en cualquier ámbito, porque todos queremos sentirnos queridos y que no nos pongan mala cara cuando entramos o llegamos a un lugar.
Entonces...
El candidato Luis Guillermo Solís asegura que no es solo vanidad lo que lo impulsa a luchar por la Presidencia de la República, a pesar de que una candidatura por la silla de Zapote lleva implícita una cuestión de ego: yo soy mejor que los demás y por eso vote por mí.
Asegura que lo hace porque Costa Rica merece un mejor gobierno y él se siente en la capacidad de hacerlo mejor, mucho mejor.
Por eso aspira y espera que, en el 2018, le reconozcan que hizo un buen trabajo.., si el voto le favorece el 2 de febrero del 2014.
Eso espera que le reconozcan, como él cree que el Luis Guillermo Solís niño –aquel que quería ser policía, aunque su mamá cuenta que quería ser presidente– sabría reconocer al adulto que hoy pide votos, si se topasen.
Si el candidato Solís llega a ser el presidente Solís, el resto de sus días lo acompañará un policía. El destino tiene modos de hacer guiños.