Así como Prometeo robó el fuego del Olimpo, estos mortales desafían el peligro y retan la sensatez de una “vida normal” para, literalmente, jugar con fuego.
Bajo el cielo de la noche y sobre la arena de la playa, bailan –cual rito pagano– con bastones, abanicos y aros prendidos en llamas.
Se trata de un grupo multicultural de nómadas que procuran sentir la adrenalina de la vida. Hace dos años, se unieron bajo el nombre de Pyrodanza y desde entonces viajan por distintos puntos de Costa Rica, México e Italia para mostrar su arte.
La danza parece un rito ancestral, como si alguna tribu invocara a una deidad o pretendiera despertar a un dragón para sentir su aliento en forma de llamarada.
El fuego toma forma; teje símbolos mientras levita al son de las olas del mar, dibuja imágenes… Estrellas y espirales rojas, anaranjadas, y azules deslumbran en la oscuridad. Las bailarinas se mueven con delicadeza, elegancia y elasticidad, mientras que los bailarines parecen guerreros o custodios del rey Sol, imponentes y soberbios. Súbitamente y con fuerza, lanzan las antorchas encendidas al aire y se crea una ráfaga, una hilera vertical de fuego de gran sonoridad.
Amantes del fuego
Luis Wachang Fu parece el actor secundario de una película de Van Dame, sobre todo cuando luce el vestuario de Pyrodanza: pantalón y chaleco negro de cuero con dibujos de llamas y un cubrebocas similar al de Subcero de Mortal Combat.
Tiene porte de peleador de MMA, pero en realidad es doctor en Psicología. De ascendencia china y nacido en Costa Rica, Luis empezó a practicar la danza con fuego hace solo tres años, mas ahora es un experto.
La mayor parte de su conocimiento lo obtuvo en Tailandia, adonde lo llevó el destino en un viaje que hizo para recorrer el mundo luego de concluir su doctorado en California, Estados Unidos.
Durante dos meses, estuvo aprendiendo la técnica. Al tiempo, regresó a Costa Rica y junto con el nicaragüense Miguel García conformó Pyrodanza.
Miguel era un mesero en Puerto Viejo de Limón, y fue a punta de práctica y curiosidad que desarrolló la habilidad para domar el fuego.
“Es una liberación; no pienso en nada más; pero al mismo tiempo sé que la gente que nos ve es parte del performance , pues interiorizan las figuras que creamos con fuego y les dan significado”, así se refiere Miguel, de 32 años, a lo que siente cuando baila con antorchas.
Luis, por su parte, narra que una vez que está en la danza del dragón se olvida de todos los problemas y deja que su mente vuele: “Se logra un trance espiritual y se nivelan las energías”, comenta el artista, de 35 años.
Libertad
En total, Pyrodanza está formado por siete personas, incluyendo a Luis y a Miguel. El ala femenina está representada por dos mexicanas que aprendieron el arte en playa Del Carmen, y por la italiana Olivia Manciano.
Ella dejó su vida en Milán, donde tenía una academia de danza del vientre, para correr tras la libertad y una vida con menos estrés.
“Milán es una ciudad muy industrial, todo pasa muy rápido y la gente solo se preocupa por ganar dinero. Además, los inviernos son terribles; acá es otra cosa, el estilo de vida se basa en la convivencia y en experimentar cosas juntos”.
Actualmente, Pyrodanza tiene su sede en playa Tamarindo, Guanacaste, pero hace presentaciones a lo largo de toda la costa pacífica y también, pese a la distancia, en el Caribe sur.
Una vez que termine la temporada turística alta, se trasladarán a Italia, donde ofrecerán espectáculos en distintas regiones.
La meta de sus integrantes –y hasta ahora lo han logrado– es vivir del fuego y de la danza, lejos de los trabajos de corbata y de las rutinas de oficina, un estilo de vida que respetan pero que definitivamente no comparten.
La inestabilidad es compensada por el aplauso y la cara de asombro del público que admira su espectáculo. Las quemaduras que han sufrido han sido muchas pero leves, y ni siquiera hablan de eso. Ellos dominan el arte, y la práctica y la constancia son su garantía de seguridad.
Están decididos a seguir viviendo del fuego, jugando con él y encantando a turistas…
Pero ¿se puede vivir así? “Lo único que hace falta para hacer lo que a uno lo hace feliz es soltarse de las cadenas de lo que nos dicen que es ‘una vida normal”, concluye Luis, el doctor en Psicología que ahora se dedica a viajar por las playas entre llamaradas.