Un tipo se acerca a una sorda en un bar e, intrigado, le escribe en un papel: “¿Sabe usted leer?” Indignada por la impertinencia, la mujer toma el papel y escribe: “No. ¿Usted sabe escribir?” El chiste casi no llega a ser chiste, pero con una imagen nos deja asomarnos a la ignorancia que existe desde la cultura de los oyentes hacia la comunidad sorda. Primero, demos un paso lejos de esa ignorancia: existe una cultura Sorda, así, con mayúscula.
“La lengua siempre conlleva cultura, y puesto que los sordos tienen un lenguaje diferente, esto también conlleva a una cultura diferente”, explica Estefanía Carvajal. Ella es intérprete de lengua de señas costarricense (Lesco), famosa por interpretar al presidente Luis Guillermo Solís, e hija oyente de padres sordos. Estefanía se identifica como Sorda (ojo a la mayúscula), aunque sea oyente.
Esta definición nos habla de un grupo que se diferencia menos por una discapacidad y más por una forma propia de vida y de comunicación.
Sus historias revelan una sociedad que se abre lentamente a sus necesidades; nos hablan de personas oyentes dispuestas a escuchar y a aprender; pero también desnuda lo mucho que falta aún. Sus relatos también hablan de una comunidad orgullosa, con una identidad en pugna.
“Audismo”
Hay una cosa hermosa de la que se han perdido quienes nunca han conversado con una persona sorda: el dramatismo en la conversación. María Infante, por ejemplo, gesticula con una pasión que invita a sentir rabia contra el doctor que no le tuvo paciencia para explicarle más cuidadosamente lo que encontró tras un diagnóstico.
“Como el doctor me oía hablar bien pensó que me estaba haciendo la sorda, y se molestó conmigo”, cuenta María, quien es una sorda de 61 años “oralizada”; o sea, su primera educación consistió en enseñarla a comunicarse en castellano oral, aunque ahora es elocuente en Lesco.
Aquel desencuentro médico sucedió después de haber esperado más de lo necesario en un Ebais, porque la llamaron en voz alta al consultorio, incluso después de que ella había informado de antemano que es sorda. Como tantos de su comunidad, María sabe lo que es estar presente, pero al mismo tiempo sentirse ausente.
Ella es una de las pioneras de los derechos para las personas no oyentes en el país, fundadora de la Asociación Nacional de Sordos en los años 70. María empezó a organizar a la comunidad a su regreso de sus estudios en España.
A esta organización fue a la que se acercó muchos años después Leonel López, un ingeniero de sistemas de 39 años que trabaja en Grupo Nación.
“Sentí como que una parte de mí se terminaba de completar”, dice Leonel sobre su descubrimiento tardío de la cultura Sorda. Él se acercó a la comunidad cuando tenía 21 años de edad, y para entonces no había aprendido Lesco.
“Yo siento que tenía una identidad oculta que descubrí cuando supe que había otros que compartían mis mismas experiencias, y mis valores”, dice Leonel en lenguaje Lesco y con la intermediación de una intérprete.
A pesar de que se le ofreció tener una entrevista por medio de chat, mediado por computadora, Leonel prefirió la lengua de señas, pues con ella siente que se puede expresar a sus anchas.
La culminación de los estudios universitarios para Leonel fue muy ardua, incluso para una persona sorda como él, que había sido primeramente oralizado. Aunque ya para entonces era diestro en Lesco, las universidades privadas no ofrecen servicios de intérprete.
Él le da mucho crédito a su acercamiento a la comunidad Sorda pues mediante ella finalmente pudo acceder a la intermediación de estudiantes de Lesco de la Universidad de Costa Rica, que lo ayudaron en sus últimos años como parte de su trabajo comunal universitario.
El término ‘audismo’ se aplica para designar la discriminación hacia las personas sordas.
De ella nos cuenta Ignacio Álvarez cuando, al no poder entrar a una universidad pública, trató de buscar opciones en universidades privadas, al igual que Leonel. Cuando se acercó a varias, simplemente le informaron que no tenían una oferta para una persona como él.
Con 24 años, Ignacio hoy es estudiante avanzado de sistemas de redes de Cisco en la Universidad Técnica Nacional, en donde finalmente pudo contar con un intérprete.
Encontró una salida, pero le exigió un esfuerzo adicional, como todo en su vida.
Polémica
La cultura Sorda promueve un orgullo de ser parte de un grupo.
En abril pasado, la actriz británica Emily Howlett , quien es Sorda, levantó la voz contra los videos virales de niños que reciben implantes cocleares, los cuales comúnmente llevan títulos como “Un bebé escucha a su madre por primera vez”.
El implante es un dispositivo electrónico colocado quirúrgicamente que favorece la sensación de sonido en algunas personas sordas. Según la actriz, la implantación del aparato es una decisión válida, pero también debería ser privada, pues el tipo de mensaje que expresa es que las personas sordas deberían ser “reparadas”.
Estefanía Carvajal afirma que este tema también es controversial dentro de la cultura Sorda en Costa Rica. María Infante es una de sus adversarias, e incluso en su libro Sordera, mitos y realidades , lo ataca abiertamente como una solución.
Llegados a este punto es importante aclarar que existe una diferencia entre comunidad sorda (compuesto por las personas con dificultades de audición), y la cultura Sorda (enfocado en la gente que ha asumido esta identidad).
Cristina Ramírez, por ejemplo, es sorda, con minúscula. Ella tiene 30 años y decidió someterse a una operación de implante coclear cuando tenía 24. Actualmente trabaja como cajera en un restaurante Taco Bell, en San José.
Ella valora muy positivamente su integración en el mundo oyente. Desde hace casi año y medio trabaja en el restaurante, y agradece la buena acogida por parte del equipo. Ella atiende su puesto por medio de un menú gráfico en el que los clientes señalan las órdenes.
Cristina tiene amistades sordas, pero dice que su prioridad ha sido relacionarse con personas oyentes: le parece más importante para reforzar su oralismo.
Ella relata que su madre siempre le dio prioridad a este tipo de comunicación. La suya es una vivencia común, sobre todo entre personas sordas educadas entre los 80 y principios de los 90, antes de que el bilingüismo (Lesco y español oral) fuera promovido en instituciones de enseñanza especial. Todavía existe una discusión abierta en la comunidad sobre si los niños sordos deben aprender primero la lengua de señas, el castellano oral, o si se debe hacer simultáneamente.
Una vivencia similar con el oralismo relata Leonel López, quien afirma que, incluso ahora, su madre lo ve como un oyente. No obstante, su acercamiento con el Lesco marcó un antes y un después en su historia.
Según Leonel, los implantes han provocado una reducción significativa en la comunidad. “Estamos muy preocupados, porque una persona no deja de ser sorda por tener un implante, y yo siento que es necesario que desarrollen su autoestima y su identidad”, opina Leonel.
Roces
La comunidad sorda muchas veces entra en conflicto con la cultura oyente del país, según relata la intérprete Estefanía Carvajal.
Ella ha ganado mucha notoriedad porque desde la campaña presidencial, y ahora en la Presidencia, ha trabajado como intérprete de Luis Guillermo Solís.
En unas semanas, su rostro ha sido visible para todo el país, pero especialmente para esa minoría de 40.000 sordos señantes (que utilizan el Lesco) quienes pueden acceder a las palabras del mandatario.
Sobre la fricción entre culturas, Estefanía relata que es común que una persona sorda sea tomada por maleducada o confianzuda. Si a un sordo no le gusta algo lo dirá sin rodeos.
Esta cualidad no suele sentar bien en un país como Costa Rica, en donde nos gusta pensar que somos extremadamente delicados con la forma de comunicarnos, evasivos y remilgosos.
Otro choque común entre culturas viene dado porque la comunidad sorda es muy visual. Por ello no es raro que una persona se apoye mucho en las descripciones para comunicarse, las cuales no siempre son halagüeñas.
A todos nos gustaría que se refirieran a nosotros como “el guapo” o “la curvilínea”; pero lo cierto es que no es raro que las personas sordas se refieran a terceros mediante señas que denoten a “la cachetona” o “al narizón”.
Aquello no es falta de respeto, simplemente es signo de una cultura que también habla por la vista.
Sin embargo, la dificultad cultural más grave que enfrentan muchos sordos es la falta de voluntad de los oyentes por al menos intentar sostener una comunicación.
A veces se parte del prejuicio de que son ignorantes, en otras, simplemente provocan miedo. Así le sucedió a Ignacio Álvarez alguna vez que debió hacer un trámite en el Instituto Nacional de Seguros, cuyos agentes de servicio se tiraban la responsabilidad de atenderlo entre unos a otros , como si tratar de comunicarse con él fuera una papa caliente.
“Mi experiencia con mucha gente es que sienten un shock , y ese impacto les genera temor y por eso reaccionan de mala forma”, dice Ignacio. “En lugar de reaccionar así, ¿por qué no piensan en cómo resolver la comunicación?”
María Infante destaca en su libro que los sordos muchas veces son señalados de impertinentes por “preguntones”; sin embargo, la autora afirma que esto se debe a que las personas sordas tienen siempre una necesidad insatisfecha de información, la cual no pueden recibir por su audición. Esta es la mayor necesidad de la comunidad: acceso a la información. ¿Estamos dispuestos a darles lo que necesitan?
Un sordo se acerca a un oyente en un bar y escribe en un papel: “¿Sabe usted escuchar?” Esa es la pregunta.