En Monteverde , una naturaleza avasalladora conquista voluntad y sentidos de todo espíritu dispuesto a dejarse maravillar.
Su merecida fama internacional como joya del bosque nuboso no se la debe a sus paisajes sobrecogedores ni a sus aventuras por doquier, sino a su riqueza natural: posee el 2,5% de la biodiversidad mundial; incluso, allí se ha encontrado la mitad de la flora y fauna de Costa Rica, así como un tercio de las especies de orquídeas del país.
Llegar es un pequeño desafío. Tras recorrer casi 30 kilómetros desde la entrada de la comunidad de Sardinal (a unos 140 kilómetros de San José) y sacudidos por el paso –durante un tramo– por una carretera de lastre flanqueada por guindos poco aptos para el vértigo, Santa Elena da tranquilidad y recibe al visitante con ese aire hospitalario de un pueblo abocado al turismo.
La oferta en este destino turístico puntarenense se despliega y abruma: caminatas, canopy , puentes colgantes, paseos a caballo, tours de café y cacao o a la fábrica de quesos, visitas a ranarios o mariposarios, expedición a una catarata, rappel …
Usted escoge cuál será su aproximación a este Edén: plan tranquilo o aventurero, modo contemplativo o arriesgado; en nuestro caso, lo ideal fue una combinación.
Sobre las nubes
Lo primero fue tratar de capturar con la mirada y el cuerpo este bosque nuboso; llenarse la retina de verde.
Durante un ascenso de 800 metros en el teleférico de Sky Adventures , la espesa vegetación y las nubes llenan el horizonte, mientras que se pueden explorar las copas de los árboles de cerca. En el punto más alto, se abre una belleza: una panorámica hacia las bajuras guanacastecas y el golfo de Nicoya; no obstante, los cúmulos de nubes escondieron tres volcanes y un vistazo al Gran Lago de Nicaragua…, mejor suerte la próxima vez.
Ya no hay vuelta atrás, la curiosidad está desatada y hay que internarse en las profundidades de esa masa verde al recorrer los cinco puentes colgantes de esa empresa en Santa Elena. Tiempo para develar los tesoros escondidos gracias a la experiencia de un guía llamado Michael; por supuesto, para qué negarlo, tenemos una tímida esperanza de encontrar un quetzal. Hemos avanzado tan solo unos metros y encontramos un buen augurio posado en una rama: un trogón –algo así como un primo del quetzal– exhibiéndose tranquilo. A los lados del sendero, mientras caminamos y atravesamos puentes, aparecen muchas orquídeas, pájaros, insectos y plantas. Ni rastro del quetzal, pero se disfrutó de la montaña.
Conocer y degustar
En la propiedad de don Juan Cruz, un vecino de 77 años de Monteverde, aguarda una inyección de cafeína y energía con el tour del café y el cacao que lleva su nombre. Al seguirle el paso a la simpática y políglota tilaranense Enervey Ramírez, de 40 años, conocerá cómo se produce el grano de oro y, al final, podrá disfrutar degustándolo. Empieza comentando que, aunque Monteverde no es de los mayores productores del país, sí tiene las condiciones adecuadas y hacen un café muy gustado. Vamos al almácigo, conocemos las plantas de café pequeñas que luego pasarán a la plantación, hacemos una pausa para ver una perezosa con su cría, nos ponemos un canasto en la cintura, tratamos de coger el fruto rojo en el cafetal –con vergonzosos resultados–, vemos la complicada labor para procesarlo y hurgamos en los diferentes tipos de tueste. ¿La recomendación al escoger un café? Enervey es enfática: tueste claro y sin azúcar, así lo toma ella y se lo enseñó a su hijo de cuatro años.
Como parte del recorrido, el visitante también aprende acerca de la producción del cacao y la caña de azúcar. Las degustaciones son lo más entretenido: caña de azúcar con jugo de limón, refrescante, y semillas de cacao molidas con vainilla, páprika, pimienta, chile picante, sal y azúcar moreno, una delicia.
El bosque de noche
En Monteverde, irse a descansar temprano es la peor opción, ya que falta la estocada final, por si aún no está fascinado con este lugar: la caminata nocturna por la Reserva Biológica Bosque Nuboso de Monteverde .
Un tiempo después de que el sol cae, Ricardo Guindon –hijo de uno de los cuáqueros fundadores de la comunidad – nos conduce a las entrañas del bosque oscuro, equipado con linternas led, mucha paciencia, así como la pericia y conocimientos de 27 años como guía y una vida de admirar Monteverde.
De noche, la reserva es otra; cualquier sonido, movimiento u olor pone en alerta al osado visitante porque esas son las únicas pistas de que un tesoro anda cerca. Encontrarlo es un efímero pero gran triunfo. ¡Quietos! Algo refleja la luz y, al acercarse, sorprende una oruga negra con pelos verde neón. “Probablemente es una mariposa nocturna”, comenta Guindon. “¡Shhhh! Oigan”; es el canto de una rana que no se dejó ver.
Siempre con la luz a la altura de los ojos y moviéndola constantemente, avanzamos lentamente de hallazgo en hallazgo: una araña de patas largas, una chicharra mudando su exoesqueleto, unos escarabajos ebrios con el fuerte perfume de unas flores, dos ranas de lluvia (el pequeño macho sobre la hembra) y hasta un olingo brincando entre las copas de un árbol. Fue una buena noche, aseguró Guindon y, como detectives satisfechos, coincidimos con él.
Al final, hubo dos sorpresas más en la pura entrada de la Reserva: una tarántula con las coyunturas anaranjadas y un escarabajo dorado –cualquiera creería que de oro puro–; sin duda, premios para el turista paciente y respetuoso.
En Monteverde, las hipérboles son tan solo descripciones objetivas de un destino en que las palabras ‘paraíso’, ‘maravilla’ y ‘joya’ se quedan realmente cortas.