Vieran qué difícil es tener contacto con los residentes de Avenida Escazú. Pensé en tocarles la puerta, en decirles “¡upe!”, en dejarles un recado con mi número telefónico en sus buzones... pero nada de eso se me permitió.
“Mis clientes son personas muy lindas, pero sumamente reservadas, y aquí somos extremadamente exigentes en el tema de seguridad”, explica María Fernanda Portacarrero, ejecutiva de ventas del proyecto, quien le ofrece a un equipo de Revista Dominical, un recorrido por el edificio de apartamentos.
El tour es silencioso y gris debido a la poca gente que se percibe y al look industrial del inmueble.
“Los habitantes viajan mucho, y cuando están ni se sienten; son muy individuales”, detalla María Fernanda.
–¿Hacen fiesta de la buena vecindad? – consulto.
– ¿Qué es eso?
– Una reunión entre ellos, para socializar.
– No, muchos no se conocen– responde mientras nos muestra un apartamento amueblado de una habitación que se puede alquilar por $3.500 al mes, o comprar por $480.000.
Bajando del piso cuatro al tres, nos topamos, casi de frente, con una de las residentes, quien iba de salida en compañía de quien parecía ser una masajista o terapeuta física (así lo parecía pues cargaba una de esas camillas portátiles).
Sonriente y cortante, nos dijo que no podía hablar “por motivos de seguridad”.
‘Siente la vida’
La torre de apartamentos es parte de una miniciudad que combina entretenimiento, comercio y trabajo.
Su eslogan es “ siente la vida ” y tiene un aire elegante, exclusivo y ordenado. Los parqueos están alejados para que tanto carro no eche a perder el paisaje; mas no hay que preocuparse por la caminada porque un servicio de valet parking se encarga de estacionar el vehículo.
Hay 32 locales comerciales: un restaurante francés y otro peruano, un food court y una iShop (tienda de Apple); así como diez salas de cine y un hotel...
La escultura Crepúsculo, de Jorge Jiménez Deredia –en medio de una rotonda, diagonal a Starbucks– y otra de cuatro metros de longitud, del artista Idan Zaresky y de nombre Big Foot, ubicada frente a las tiendas de Lego y Barbie, aportan el toque cultural al sitio.
Todo esto bajo la vigilancia de un moderno sistema de monitoreo, se distribuye en ocho hectáreas con amplias aceras y fuentes de chorros multicolores.
De los 100 apartamentos, 82 están vendidos y 40, ocupados. Pronto se iniciará una nueva etapa en la que se destinarán ocho hectáreas para más viviendas. El proyecto empezó en el 2009 y se espera que quede listo en el 2015.
Este concepto de miniciudad se perfila como una tendencia en Costa Rica. Varias similares a Avenida Escazú se levantan en distintos puntos; por ejemplo, está Distrito 4, en Guachipelín , la cual agrupa en un mismo terreno 230 apartamentos, un supermercado, un centro médico y una casa club. Este martes se empiezan a entregar las primeras viviendas.
Entretanto, para el 2020 estará listo Hacienda Espinal . Se trata de 112 hectáreas en San Rafael de Alajuela, cercadas por cinco kilómetros de tapia perimetral, en las que habrá 1.200 viviendas, canchas de tenis, 3,8 kilómetros de ciclovía, piscinas y hasta un colegio.
Otros complejos de este tipo se desarrollarán en los proximos años en Guanacaste, Sabanilla de Montes de Oca y Santa Ana.
Los impulsores de las llamadas miniciudades hablan de “comunidades modelo, en las que se vive con la seguridad del pasado y las comodidades del presente”.
Por el contrario, quienes estudian el tema de vivienda las ven con criticidad; Franklin Solano, sociólogo y coordinador del área de investigación de la Fundación Promotora de Vivienda ( Fuprovi ), explica que la miniciudad es la forma hacia la que ha evolucionado la segregación social, un peldaño arriba de los condominios de gente homogénea (ingresos, conductas y pensamientos similares) situados en las afueras de la ciudad, los cuales se volvieron populares a partir de los años 90.
“Nos acercamos a esa imagen de las películas futuristas, donde hay ciudades dentro de burbujas, donde viven los privilegiados, y en las orillas, miles de marginados. Son espacios cerrados, donde la membrecía tiene un alto valor económico”.
Además de la kilométrica muralla, Hacienda Espinal contará con accesos controlados, vigilancia por circuito cerrado y seguridad privada. Las casas y apartamentos apuntan a ser habitadas por jóvenes profesionales, pensionados y, sobre todo, familias con hijos; es por ello que el centro educativo Country Day se trasladará allí.
También habrá áreas verdes para las mascotas, excepto para los rottweiler, pitbull y american stafford, razas prohibidas por su fama de peligrosas.
Arte en el jardín
Quienes residan en Hacienda Espinal tendrán todo a su alcance: supermercado, gimnasio, restaurantes….
El arte de Jiménez Deredia también está presente en esta miniciudad, pues el proyecto compró la exposición Foro romano–que el artista hizo en Italia– y acondicionó un parque para exhibirla.
“La mejor forma de describir nuestro concepto es: ‘revivir la Costa Rica de antes pero con el confort de esta época’. Es lamentable pero ya no se puede salir a caminar sin el riesgo de ser víctima de la delincuencia”, manifesta Juan Ignacio Pignataro, gerente de mercadeo de Garnier y Garnier, desarrolladora del proyecto, quien se refirió al ideal nostálgico de un país sin crímenes.
La seguridad es la piedra angular de las miniciudades y condominios. Durante los primeros seis meses de este año, Fuprovi hizo un estudio sobre la oferta de 79 proyectos habitacionales y descubrió que el rubro de “vigilancia las 24 horas” ocupa el primer puesto en la lista de “ventajas” que se publicitan.
“Estamos ante una nueva ciudad amurallada, similar a la de la edad medieval, pero con la tecnología del siglo XXI” , lamentó Solano, quien considera que aunque sí hay inseguridad en el país, esta se magnifica y se utiliza para “hacer negocio”.
Desde la academia, también surgen voces que cuestionan el modelo de las miniciudades. Jorge Evelio Ramírez, arquitecto, catedrático de la Universidad de Costa Rica y coordinador de la maestría de Diseño Urbano de ese centro de estudio, opina que estos desarrollos generan aislamiento y le dan la espalda a la conciencia cívica. “Son enclaves, guetos de ricos. La ciudad debe tratar de resolver los problemas , no aislarse de ellos”.
Para Pignataro, estas visiones son exageradas. En su criterio, Hacienda Espinal ofrece un estilo de vida acorde con la realidad que permite a la gente atareada pasar más tiempo junto a su familia y menos atrapada en el congestionamiento vial.
“Está claro que no es para todo el mundo…Yo no diría que la palabra es aislarse; se trata de una forma diferente de convivir”, recalcó.
Hacienda Espinal ofrece lotes desde 600 hasta 2.000 metros cuadrados y los precios van de $275 por metro cuadrado en adelante.
El barrio
Tras días de espera, pude hablar con un residente de Avenida Escazú gracias a la gestión de Portafolio Inmobiliario (desarrolladora del proyecto). Me llamó Marlo Trejos, quien, junto a su esposa e hija de tres años, vive en uno de los penthouses .
Él no es un residente común pues este arquitecto –hijo de Ricardo Trejos Montealegre– fue quien diseñó el complejo. Su discurso se centra en resaltar la comodidad de tener todo al alcance sin tener que usar el vehículo. Actualmente, Avenida Escazú conecta con el Hospital Cima y, en la segunda etapa del proyecto, lo hará con el Costa Rica Country Club.
“Imagínese, yo voy a poder ir caminando, con mi hija en bicicleta, de mi casa al Country Club”, dice y añade que el concepto de Avenida Escazú pretende emular a un barrio, “un barrio acorde al producto interno bruto de un sector de la población”, especificó.
La carencia de mezcla social, es decir, el hecho de que no haya personas de condiciones socioeconómicas distintas, es criticada por Franklin Solano y Jorge Evelio Ramírez. Esto, para ellos, incrementa la desigualdad e invisibiliza a una parte de la población –la de menos recursos– a los ojos de los más acaudalados.
“¿Qué relación van a tener con el resto de la ciudadanía? Los niños conocerán de la pobreza virtualmente. Su situación vivencial se resuelve en la miniciudad pues no saldrán de ahí. En el futuro, construirán helipuertos para que puedan ir a la playa sin pasar por nuestras congestionadas calles”, manifestó Solano.
Para rebatir lo anterior, Trejos alega que la parte comercial de Avenida Escazú está abierta al público, por lo que sí hay relación con la gente de afuera. Mencionó las actividades gratuitas que se realizan, como el mercado orgánico de los sábados, que procura generar una dinámica similar a la de una feria del agricultor.
“No es un gueto de ricos; hay interacción de clases con la gente que trabaja en los comercios, entre los trabajadores hay de todos los estratos sociales: el que limpia, los meseros, la gente que te atiende en el Starbucks…”
Por su parte, Pignataro indicó que el departamento de responsabilidad social de Garnier y Garnier ha contribuido a la comunidad de San Rafael de Alajuela mejorando calles y donando dinero para proyectos educativos.
“Nos enfocamos en ayudar a escuelas, brindar las herramientas para que esos niños que ven ahora a Hacienda Espinal como algo lejano y excluyente, puedan formarse profesionalmente y aspirar a vivir en ella”.
En vez de fomentar el deseo de vivir en miniciudades, el académico Ramírez enfatiza que se debe apostar a construir ciudades más inclusivas, en las que haya ofertas para todos los bolsillos y en donde los beneficios no recaigan solo en un sector de la población.
Consumidores
En Distrito 4 reconocen que el proyecto está destinado a gente que está muy ocupada por su trabajo y que requiere tener todo al alcance: jóvenes profesionales o pensionados. Las familias con hijos no son su prioridad.
Ese perfil del residente es similar en Avenida Escazú: personas solas que pasan mucho tiempo viajando; empresarios, médicos, abogados... Marlo Trejos calcula que el 60% son ticos y el resto, extranjeros (venezolanos, españoles, canadienses…).
Tal y como decía María Fernanda Portocarrero cuando nos dio el recorrido por el edificio, los vecinos se relacionan poco entre ellos.
“Las miniciudades no propician prácticas comunitarias, en ellas prevalece el individualismo, lo común es que la gente no se conozca ni se ayude”, critica el académico Jorge Evelio Ramírez, quien razona tal afirmación con la dinámica del lugar, en la que todo gira en torno al comercio: “No hay ciudadanos, hay consumidores”.
Mas esta etiqueta no le molesta a Marlo Trejos, pues aduce que el comercio es, históricamente, la razón de ser de toda ciudad. Además, aclara que los residentes sí se reúnen: tal vez no tengan fiestas de la buena vecindad, pero sí Chill out sunsets, especie de reuniones sociales en algunas tardes de verano.
– ¿Hay una asamblea de vecinos? – pregunto.
– Me parece que sí, debe haber –responde.
–¿Cómo se llama el presidente?
– No lo tengo claro, no recuerdo el nombre.