Temprano va a pasar el señor de las frutas, entonces algo le compro. Después voy a salir y voy a tirarme por horas en el zacate adobada en bronceador. Me voy a levantar hasta que me duela la cabeza. Acto seguido: bañarme. Luego comeré las frutas que compré y voy a sentarme en el sillón de la sala a leer la revista que me regalaron la semana pasada. Tengo que jugar un rato con el perro, lavarle los tarros de la comida y ver que los zancudos no se queden dentro del clóset. Voy a ver una película, y sino me quedo dormida ordeno los zapatos. Antes de acostarme, seguro me preparo un té y aprovecho para escribir una larga lista de cosas que tengo que hacer. Ese será mi sábado.
Esto es todo lo que puedo pensar un viernes después de trabajar, un viernes que no está ni remotamente cerca de la quincena, y un viernes sin planes.
Pero la verdad es que esto no es –necesariamente– lo que me gustaría hacer un día libre, sin embargo, a veces es lo único que puedo. Lo que no sabía es que hasta hace poco, quedarse en casa y tratar de no morir del aburrimiento, es toda una tendencia que puede provocar que más de uno se sienta demasiado especial por encontrar dentro de su hogar un mundo fascinante.
Se llama nesting, y según los expertos, esta tendencia consiste en quedarse en casa y aprovechar al máximo todo lo que se pueda hacer dentro de cuatro paredes. Cocinar, ver televisión, oír música, jugar con los niños, leer, conversar con las plantas,...
Pero no es tan simple.
Según un artículo de El País de España, "fue el sector de la decoración el primero en clamar sobre una tendencia sociológica, en la que la necesidad imperiosa de un refugio seguro en el mundo occidental, empuja a reivindicar el papel acogedor y reconfortante de la casa".
Este concepto o estilo de vida nos insta a que encontremos dentro del hogar un pequeño santuario donde refugiarnos. Donde nada nos pueda lastimar, donde podamos controlar a nuestro antojo los volúmenes, y donde la comodidad impere.
Ese mismo artículo explica que "nuestras vidas están tan ocupadas, y el mundo a veces puede parecer tan espantoso por las preocupaciones económicas, políticas y ecológicas, que la casa se está volviendo un lugar donde realmente poder relajarnos, un antídoto. Y permanecerá así durante muchos años", de acuerdo con Lisa White, directora de la empresa Lifestyle & Interiors.
Pero esta práctica ya existía antes de que tuviera nombre. La única diferencia es que ahora, al ser un término, valida para algunos la decisión de no hacer nada durante un fin de semana. Pero cuidado, no salir un domingo y cocinar lasaña en pijamas, no necesariamente es tan maravilloso.
Es decir, detrás de esta tendencia se podrían esconder otros motivos por los que decidimos encerrarnos e hibernar.
Por ejemplo, no salgo a veces un sábado porque vivo lejos, porque no conozco a nadie cerca de mi casa, porque el único número que tengo de un taxi pirata nunca me responde los mensajes, y porque tampoco hay mucho que hacer cerca de la casa, sólo hay una cancha de fútbol 5, un gimnasio, una venta de tacos, una panadería y una veterinaria. Así que no me queda más que mirar el ocaso desde la ventana de mi cuarto, y hacer nesting.
Para mí (quizá dichosamente) el nesting es una opción casi obligada.
Pero hay que tener precaución cuando las condiciones son otras y se tiene todo a la mano para salir a hacer mandados, a actividades lúdicas, a lo que sea, durante los días libres, en otras palabras, hay que sentir alivio, relajamiento y contentera de poder recluirse. Pasar durmiendo demasiadas horas podría ser una alerta de otros problemas, así que los promotores del nesting siempre hacen esa salvedad, porque el exceso de "pereceada" puede provenir de una depresión por motivos diferentes al exceso de ocupaciones.
Capullos
El caso es que el término nesting no es de nuestra época, ni mucho menos lo inventó un artículo periodístico. En 1980, Faith Popcorn (reconocida anticipadora de tendencias de consumo con sede en Nueva York) acuñó el término cocooning, el cual definió como "convertir tu casa en un nido seguro cuando el exterior se vuelve algo aterrador". Esta palabra se deriva de cocoon, o capullo en español.
Faith Popcorn además predijo la tendencia de la explosiva demanda del servicio express para alimentos, así como de comida orgánica y del uso de autos 4x4.
Estos comportamientos terminaron por propiciar el cocooning. Solo por definición, el capullo es esa cubierta protectora, generalmente en forma ovalada, que fabrican las larvas de ciertos insectos, especialmente el gusano de seda, con un hilo que segrega, y dentro del cual se encierra antes de pasar al estado de ninfa.
Pero entonces, si esto es una función biológica de la naturaleza ¿porqué nosotros nos debemos encerrar también? Y ¿para quién está siendo enfocada esta tendencia?
Cocooning, según un artículo del medio especializado en negocios y sociedad Focusing Future, está dirigido hacia una clase alta. "Personas adineradas que pueden gastar su tiempo en casa haciendo shopping desde sitios web".
El resultado es una demanda más amplia en las compras de Internet, porque así ni siquiera hay necesidad de salir de casa. Además, con esta tendencia, es mucho más popular el uso de Netflix y otros sitios que ofrecen películas y series online. De acuerdo con datos de Netflix, desde el inicio de 2012, el número de sus suscriptores se ha triplicado; en 2015 este sitio web acumuló 70 millones de consumidores.
Así que con todas estas facilidades a un click de distancia, ¿por qué nos escondernos en nuestras casas?
Una de las razones para huirle a todo lo que está afuera es la agobiante cantidad de información negativa que recibimos a diario.
Tomemos por ejemplo las noticias publicadas por el periódico La Teja el miércoles 29: "Muerte heroica", "Volvió la ceniza del Turri", "El Chapo quiere ser alcalde".
O, las de La Nación: "Red criminal manipuló millonarios créditos del Infocoop a su antojo", "Adolescente denuncia a su padre por violarla y abusarla desde que tenía 4 años", "Exconvicto que laboraba como taxista informal muere asesinado de siete balazos", "Trailero hondureño cae con millonaria carga de dólares ocultos en aire acondicionado", "244.000 personas sufren desnutrición en Costa Rica".
Entonces sí, razones tenemos para querer apagar todas las pantallas blancas que nos nublan la tranquilidad. Pero tampoco. Esto no pasa. A pesar de la cantidad de datos perturbadores que consumimos con tan solo ojear la primera plana de un periódico, igual buscamos esa información y nos alimentamos de ella.
Y este fenómeno, el de estar constantemente en busca de datos, se llama Global Village, y lo inventó el filósofo canadiense Marshall McLuhan, quien describió cómo el mundo se ha contraído en una aldea por causa de la tecnología.
Pero el problema no es de cantidad, sino que las noticias negativas, generalmente, imperan sobre las positivas. Basta observar que durante el 2015 las notas más leídas fueron sobre el ataque a las oficinas del seminario Charlie Hebdo en París; sobre el grupo terrorista radical ISIS; la crisis de refugiados en Europa o los tiroteos en Estados Unidos, entre otras; esto de acuerdo con el periódico británico The Guardian. Entonces ¿cómo no sentir que el mundo –de afuera– es peligroso y muy impredecible?
Ahora bien, adicional al boom de las malas noticias, también se puede hablar de FOMO, un concepto que ha nacido con la era digital. En inglés significa Fear of Missing Out, es decir, el miedo a perderse de algo.
Esto provoca una obsesión por estar conectados siempre a Internet.
Según la psicológa española Amaya Terrón, cuyas publicaciones contienen varias investigaciones sobre el tema, una persona sufre FOMO cuando "siente miedo o temor a estar desconectado de su vida virtual, cuando su dependencia al Internet es muy evidente, por ejemplo, sintiendo ansiedad cuando pasa cierto tiempo sin estar conectado, y teniendo ideas recurrentes de estar perdiéndose algo".
Ese sentimiento puede resultar agotador para el alma, a tal punto de que por tratar de estar pendiente de todo lo que está sucediendo en el mundo, en Facebook, o Twitter, ignoramos lo que tenemos al frente: el presente.
Según la revista Vanity Fair, "todo el mundo se ha pasado un fin de semana en casa sin salir, apertrechado bajo una cálida manta y viendo la tele en cualquiera de sus encarnaciones".
Y es un hecho: todo el mundo ha hecho o hace nesting de forma habitual sin saberlo, pero, insisten los expertos en el tema en sus ponencias en diversos diarios internacionales, la sensación de tener siempre una lista de pendientes y urgencias, provoca que pasar bajo el edredón leyendo y dormitando, encuevado en la casa un par de días, provoque un sentimiento de culpa, consciente o inconsciente.
Por lo mismo, ponerle nombre a la tendencia valida esa conducta de hibernación hacia uno mismo: a partir de las publicaciones recientes sobre el tema en otros países, los comentarios de miles de lectores denotan un gran alivio porque ahora sienten que estar haciendo nesting es estar haciendo algo, aunque ese algo no sea andar como un loco en la oficina, en las presas de la carretera, en todas partes y a casi todas horas, con tal de ser competitivo y competente.
Con el nesting, no solo se consiguen beneficios como bajar la ansiedad, disminuir los niveles de estrés y llegar mucho más descansados y desintoxicados a trabajar el lunes, sino que se legítima socialmente un comportamiento que hasta entonces no estaba demasiado bien visto ni por quien lo practica.
Vagabundería ideal
Y es que por ese mismo frenesí que nos ha ido consumiendo, para muchas personas pasar todo un fin de semana en casa viendo para el ciprés, es sinónimo de desperdiciar de la vida y de dejar oportunidades en la intemperie. Pero no lo es. No si se hace bien.
Aunque la definición de nesting lo ubica como una tendencia enfocada en el consumo de productos que se encuentran en Internet, la verdadera connotación que se le está dando actualmente es la que se ha explicado en las líneas anteriores.
En Italia, por ejemplo, la frase Il dolce far niente (lo dulce de no hacer nada) define muy bien el estilo de vida que mantienen en ese país. Allá se practica la siesta a medio día, y entienden la importancia de sentarse una tarde, en un balcón, a tomar vino, comer queso y mantener una charla interesante. Es cultura.
Pero el nesting no es solo perecear, también habla sobre meditar, hacer una limpia de objetos viejos y olvidados, estar presentes junto a los niños, cambiar los muebles de lugar, dedicarle tiempo el cuerpo y al espíritu.
Para el escritor chileno Roberto Merino, el ocio tiene una importancia fundamental. "Me da la impresión de que ahí se filtran ciertas consideraciones metafísicas. Me gusta la acción y esas cosas, pero siempre estoy pensando en cómo liberarme y quedar en ese estado de neutralidad mental de no tener presiones por ningún lado", dice. "De repente hay ciertas noches en que en vez de tomar un taxi, prefiero caminar. Y el paisaje por el cual uno va transcurriendo va estimulando ideas y asociaciones".
Y así, permitiendo que el ocio entre a nuestra vida, podremos encontrar chispazos de creatividad, y de reflexión.
Así que está bien no hacer nada un fin de semana, apagar el celular por un rato, no ver la serie de moda, no contestar llamadas, recluirse, estirarse, no bañarse, comprar un queque aun que nadie cumpla años; está bien hacer nesting y encontrar nuevos métodos de entretenimiento. Lo que no está bien es sentir la presión por hacer nesting como nos dictan que debe ser: glamuroso, con estilo y, a la moda.
Después de todo, está bien matar el tiempo a nuestro antojo y tratar de descifrar cómo gastar, de la mejor manera, la vida.