Hará unas dos décadas, un entonces veinteañero Sergio Paniagua empezó a figurar en el escenario teatral de la mano de Lucho Barahona, mentor de gran parte de talentos nacionales en este ámbito, que se formaron en los años 80 y 90.
El click con uno de los pioneros del teatro popular en el país fue instantáneo: Barahona recordaría, con motivo del fallecimiento de Paniagua, en noviembre pasado, que alguien se lo recomendó para una obra y desde el primer momento supo que tenía frente a sí a un gran actor.
Lo cierto es que tanto en vida como después de su muerte, allegados, excolegas, seguidores y hasta periodistas coincidían con Lucho en cuanto a las destrezas actorales de Paniagua, pero destacaban por igual su don de gente y su optimismo a toda prueba. Hasta el último momento quedó patente el ser humano lleno de luz que fue, aún en las circunstancias más adversas. El actor fue diagnosticado con un tumor cerebral en octubre pasado y su deceso ocurrió por complicaciones tras una cirugía. Casado con Kimberly Saavedra y padre de un niño de 11 años, fruto de una relación anterior, se encontraba en una etapa sumamente productiva al momento de su muerte: seguía vigente como actor de teatro y tevé (tenía un protagónico en la nueva serie La Mandarina , de canal 13); administraba El Teatro del Angel deTibás, dirigía obras de teatro y daba clases de actuación.
Tras recibir el diagnóstico de su enfermedad, se dedicó a ofrecer mensajes positivos a sus amigos y seguidores por medio de sus redes sociales y a distribuir alegría por los pasillos del hospital México, donde convaleció hasta su fallecimiento. “Sea una guerrera, no tenga miedo, no se estrese. El vivir es Cristo y el morir es ganancia”, le dijo a su esposa unas horas antes de su partida. Detrás suyo, dejó una estela de admiración y cariño, y sí, una sonrisa triste, pero sonrisa al fin, al recordar la gracia y picardía con la que se conducía tanto sobre las tablas como fuera de ellas.