Décadas antes de estar recluido en una celda de máxima seguridad en Guatemala, Alejandro José Jiménez Leal era un muchacho común y corriente que caminaba por los pasillos y aulas del Colegio Claretiano, en Mercedes Norte de Heredia.
Le gustaba jugar baloncesto en el recreo y se comía las uñas de las manos, esas con las cuales se acomodaba la pava de su cabello a finales de los años 80, cuando el peinado de moda era estilo ‘hongo’.
Veintidós años antes de estar acusado en tres países del istmo (los cargos incluyen asesinato y narcotráfico), nunca causó revuelo porque le confiscaran revistas porno en el colegio, porque anduviera el pelo más largo de la cuenta oporque fumara a escondidas en las instalaciones del centro de enseñanza.
Una vez (era la cosa más común en el lugar), se dio de golpes con otro alumno en medio de una nube de muchachos que le gritaban “¡dele, dele!, ¡rómpale el hocico!”, hasta que el padre Práxedes Gallego Morillo, el orientador, llegó repartiendo manotazos a quien pudiera, señal inequívoca de que la sesión de boxeo aficionado se daba por terminada y era mejor irse.
Jiménez Leal era flaco y hablaba rápido; era bromista aunque sin abusar del prójimo, y nunca fue el mejor promedio, aunque sus notas tampoco eran las peores. Su estampa de niño bueno la perfeccionaban la blancura de piel y un puñado de pecas derramadas sobre su rostro.
Lucía como cualquier otro joven de pantalón negro y camisa blanca, con su escudo azul, rojo y amarillo en la manga derecha. Era usual verlo tomando Pepsi con pajilla de una bolsa de plástico transparente y tratando de evitarse líos con los sacerdotes españoles que dirigían el colegio, en una época en que solo se admitían alumnos varones.
A los 17 años, tras graduarse de bachiller, había sumado cinco años de robusta formación académica y religiosa en una institución católica. Entonces era normal ir a misa entre semana, rezar a Dios y la Virgen, y recibir lecciones de formación espiritual contra los peligros del mundo impartidas por religiosos de la orden de San Antonio María Claret.
Así recuerdo a Jiménez del tiempo en que fuimos compañeros de sección. Eso fue hace una o dos eternidades, antes de que el muchacho se transformara en el hombre a quien la prensa llama El Palidejo.
Nunca volví a saber de él sino hasta el 12 de marzo anterior, cuando el recuerdo volvió al confirmarse su captura en el mar de Colombia , desde donde luego fue expulsado a Guatemala. Ese país lo requería por la muerte de uno de los cantautores, escritores y filósofos más grandes del continente.
Las autoridades sostienen que órdenes dictadas por Jiménez Leal a sicarios en Guatemala apagaron, el 9 de julio del 2011, la voz de Rodolfo Enrique Cabral, Facundo Cabral , el trovador cuyos monólogos, reflexiones y sus propias vivencias, agitaban conciencias y palmas por igual en cualquier escenario iluminado por sus versos.
Cuando ordenó el ataque –acusa la Fiscalía guatemalteca– este hombre de 38 años en realidad pretendía asesinar al nicaraguense Henry Fariñas, excolaborador suyo con quien aparentemente tuvo una disputa centrada en dinero y drogas.
Fariñas estaba junto con Cabral al ser interceptados en motocicleta por desconocidos que llenaron de orificios de bala el lujoso Range Rover blanco donde iban hacia al aeropuerto internacional de La Aurora, al término de una gira de conciertos del argentino patrocinada por el nicaraguense.
La muerte evidenció la existencia de un grupo dedicado al narcotráfico en el que participaban Jiménez y Fariñas, conforme las acusaciones en Guatemala. En Nicaragua y Costa Rica, Jiménez deberá enfrentar juicios por narcotráfico y lavado de dinero.
El propio Fairiñas, condenado en Nicaragua a 30 años de prisión por narcotráfico, lavado de dinero y crimen organizado en una banda al parecer liderada por Jiménez, acusó al tico de armar el asesinato de Cabral.
Aislado en máxima seguridad en el centro penal Pavoncito (Guatemala), el tico ha sido trasladado dos veces de prisión desde su captura: una vez por problemas de hipertensión y otra, cuando sus guardianes descubrieron un supuesto plan para asesinarlo , temor externado por Jiménez, quien ha reiterado su inocencia aunque las pruebas en su contra sugieren que, en la cadena alimentaria del hampa, llegó a ser un depredador de cuidado .
‘ Living la vida loca’
Algo cambió entre el ocaso de su vida colegial y su captura en aguas colombianas. ¿Fueron los amigos del barrio?, ¿algún familiar? o ¿habrá tomado, solo, un camino hacia un destino sin retorno?... ¿Todas las anteriores?
El tico, supuestamente dueño de un tramo de verduras en Alajuela, gastaba dinero en forma inusual y atrajo la atención de las autoridades por supuesto fraude con tarjetas de crédito desde el 2002. Dichas causas nunca llegaron a juicio.
En el Registro Civil, aparece como padre de dos menores: una niña de 11 años que tuvo con su exesposa. Se casó con ella en 1995, cuando él tenía 21 años, y se divorciaron casi 10 años después. Antes de separarse, tuvo un hijo, también de 11 años hoy, con una mujer distinta a su entonces pareja.
Se casó de nuevo hace cuatro años, pero sin procrear con su actual compañera, Wendy Nancy Pérez Sánchez, investigada por presunto lavado de dinero y quien huyó del país hace más de un año . También sus suegros, José Francisco Jiménez Solano y Ana Isabel González Vega, están prófugos .
Jiménez llegó a crear 29 sociedades anónimas, compró 10 propiedades (incluidos un bar y una venta de repuestos) y posee 12 vehículos ligados a esas sociedades, entre ellos, modelos Hummer, BMW, Toyota y Honda.
Cuando sus inversiones llegaron a ¢1.000 millones, las autoridades fijaron su mirada en lo que, olían, era un boyante negocio familiar de lavado. El hombre simplemente no se estaba quieto.
Desde el 2002, salió de Costa Rica unas 75 veces hacia Centroamérica utilizando identidades falsas y la suya propia, viajes durante los cuales habría movilizado grandes cantidades de dinero, según indican las acusaciones.
En el juicio contra el nicaraguense Fariñas, trascendió que la presunta banda del costarricense usaba las aguas del río San Juan para introducir cargamentos de droga a Nicaragua .
Testigos en el proceso contra Fariñas aseguraron que este y Jiménez se veían en el club Élite, propiedad del nicaraguense, un sitio de puertas discretas tras las cuales se abre un mundo de luces, desnudez, sexo, música y licor, donde ambos se veían en la zona rosa de Managua .
Generoso o “mano suelta”, podía gastar de $3.000 a $5.000 cada vez que llegaba al sitio, contaron testigos citados en ese caso. Mucho más grueso que antaño, hoy le gustan las camisas de marca y los tatuajes: se hizo dibujar una serpiente en el brazo derecho.
El adorno de piel y un acento mal fingido vinieron a delatarlo a poco de tocar tierra colombiana, cuando fue detenido en marzo.
Ahora le corresponde enfrentar su primer juicio, el de planear el ataque en que murió Cabral.
El 7 de enero está previsto el arranque de este proceso en Guatemala, superados varios recursos planteados por sus defensores, quienes alegaron violaciones a sus derechos básicos como falta de condiciones óptimas para recibir atención médica.
Quizás esas quejas guardaban relación con las reglas de confinamiento en Guatemala. Hasta antes de ser trasladado al penal de Pavoncito, no tenía acceso a ver televisión, escuchar radio ni leer periódicos. Tampoco los periódicos tienen acceso a él. Hace meses, este diario intenta entrevistar a Jiménez Leal, pero sus vigilantes siguen sin dar permiso; así se gobierna a los reclusos que respiran en máxima seguridad. revistadominical@nacion.com