Paquito nació al lado de la cama de Martín de la Trinidad Herrera. Desde ese día son inseparables. Para poder convivir tuvieron que aprender el uno sobre el otro. Paquito practicó por horas cómo pasar en el hombro de Martín sin caerse, y Martín aprendió cómo sujetarlo para no arrancarle ninguna pluma.
Paquito es temperamental. Sabe muy bien lo que le gusta, y lo que no.
La mayoría del tiempo la pasa en silencio, observando. Tiene la capacidad de quedarse por horas mirando fijamente un objeto o a una persona. Paquito es también privilegiado. Vive en un mundo paralelo al resto de muchos otros gallos, gallinas y pollos.
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"Quebró la cáscara un 4 de enero de 2014", me dijo Martín en la casa que comparte con su hermano, en Tres Ríos. Un hogar rodeado de plantas. Miles de miles. Árboles muy altos que oxigenan a un montón de gallos que viven en la parte de atrás.
También hay un estanque que construyó Martín, y al que luego le puso cocodrilos y lagartijas de plástico. Hay un pasito que en diciembre iluminan para que amigos pasen a saludar; y las paredes están decoradas por cosas que Martín y su hermano han considerado, tras el paso de los años, importantes tesoros.
Cuadros con aves. Budas. Libros con nombres extraños, Como A Treasure of Superstitions; una pecera con peces anaranjados. Libros sobre magia. "Esos son de mi hermano". Dragones, almohadones, gallos de cerámica, de madera, de vidrio...
"El primer gallo que tuve se llamó Coco. Igual, andaba siempre conmigo. Para que Paquito se supiera comportar lo tuve que educar por 17 días seguidos", me explicó Martín.
Martín tiene 58 años. Es flaco, y alto. Se levanta todos los días temprano, y duerme poco. Su deporte favorito es el de perilla. "¡Cómo me gusta ver tele!", me dijo.
Hace muchos años trabajó en Matapalo en Quepos. Ahí enseñó inglés en una escuela. Tenía 26 años. Aprendió inglés estudiando a través de correspondencia con un programa que da una universidad en Seattle, Estados Unidos. El curso duraba dos años y medio. "Lo hice en tres meses".
En Matapalo, Martín se enamoró de una mujer. Pero eventualmente se cansó de niños que no le prestaban atención, y regresó a San José. Allí tuvo muchos trabajos. Nunca se volvió a enamorar y tampoco tiene hijos, hijos humanos.
"Fui bartender, salonero, guarda de seguridad, dueño de una pulpería, luego de un abastecedor, trabajé con indigentes, impartí terapias".
Ahora Martín trabaja traduciendo documentos, así gana suficiente dinero para alimentarse y para alimentar a Paquito.
"Es un muchacho muy sano", me contó mientras sacaba fotografías de una bolsa.
Las fotos eran retratos que Martin pagó a hacer en distintos estudios junto a Paquito. Salen abrazados, haciendo muecas. También hay una foto con Coco.
Después de ver los álbumes familiares, Paquito debía merendar. Entonces Martín abrió un paquete plástico con gelatina que luego masticó. Abrió la boca para que el pico de Paquito entrara, y así se alistaron para irse a San José.
Pero antes de partir había que vestir al gallo con alguna de las tantas mudadas que Martín le ha hecho. Pedazos finamente seleccionados y recortados para cubrir el pecho del gallo. Dentro de otra bolsa Martín guarda confites para el camino.
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En el bus íbamos de pie porque así Paquito puede ver por la ventana.
"Me pasa que si subo y no traigo al gallo todos me preguntan si le pasó algo".
Entonces dentro del bus nadie reacciona; afuera, sí.
"Paquito es mi amigo. Hemos aprendido a comunicarnos. Yo sé que muchos no entienden. Pero es mi compañero. Es una gran compañía".
Con el tiempo, la avenida central en San José se convirtió en un espacio importante para la relación de ambos. Casi todos los días salen temprano para dar una vuelta y saludar.
"Paquito es famoso. Muchos lo paran para tomarse fotos". También entra a tiendas de ropa, lo dejan subirse en los stands de los vendedores ambulantes, es parte de.
Martín entiende el comportamiento, y por eso lo puede disfrutar. Su amor por los gallos no es una rareza, entre ellos se entienden. Se sabe el nombre de todos los gallos que cuida. "Pepe, Pablo, Chumeco, Tocoro".
Pero sus ojos son para Paquito, a quien le da de comer pollo, está enamorado del dorado de sus plumas, y no tuvo que aprender a caminar más lento para seguirle el paso. "Los dos vamos a un mismo ritmo".
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