De niño, Iván Vargas creó un carro impulsado por aire, diseñó un cohete de propulsión nuclear y montó su propio laboratorio con artículos que encontró en la lechería de su papá, en Concepción de la Palmera de San Carlos. De grande, él y su equipo son los responsables de la primera descarga de plasma de alta temperatura en Costa Rica, un combustible que con solo un gramo podría dar energía a 80 viviendas durante un mes. Sin embargo, a sus 43 años, reconoce que una de las cosas más difíciles que ha hecho en la vida ha sido conquistar a su esposa.
A este exalumno de Merecumbé, de hablar pausado y aspecto bonachón, el amor lo sorprendió en la pista de baile, en una discoteca en Madrid, ciudad donde cursaba un doctorado, con una beca de la Cooperación Española.
Iván Vargas y Yoslaidy Rivera, su hoy esposa, se cruzaron una noche del 2005, en la que ni él ni ella querían salir, pero al final lo hicieron por el compromiso de acompañar a sus respectivos amigos.
Después de ese día, Vargas la llamó durante los siguientes ocho meses, “y ella, en su indiferencia”, recordó el científico entre risas.
“Un día dije: ‘Voy a dejar de llamarla, porque ya he insistido demasiado’. No llamé como en cinco días, hasta que ella me devolvió la llamada. Ahí me di cuenta que sí tenía interés”.
Vivieron juntos tres años. Vargas terminó su doctorado un 26 de junio y 21 días después se casaron en el casco colonial de República Dominicana. En julio del 2008, la pareja arribó de vuelta a Costa Rica y 24 meses más tarde, trajo al mundo a su hija: Ivana Angelina Vargas Rivera.
“Ella salió morenita como la mamá; con colochos, parece que de los abuelos. Tiene ritmo caribeño y le encanta bailar”, dice el físico, y los ojos se le iluminan igual o más que cuando habla del laboratorio de plasmas.
En la balanza de las pasiones de Iván Vargas parece que la familia y la física pesan igual y hasta están encadenadas.
“Mi esposa siempre dice entre broma y en serio que nunca la mencionan en nada. Al final, todo esto ha sido un esfuerzo de familia”, comenta Vargas, posando sus ojos en los aparatos que dan vida a su laboratorio, ubicado en el Instituto Tecnológico de Costa Rica.
“Todo lo que usted ve aquí, desde tornillos, mesas, lo empecé yo desde cero”, manifiesta.
Las sofisticadas tareas que realiza el físico no le impiden ser hombre de familia. Es él quien hace el desayuno todas las mañanas y va a dejar a su hija de seis años al kínder. “Me gusta conservar ese espacio”, asegura.
Cocinar lo relaja y labores hogareñas tan poco populares como lavar platos o planchar ropa son de sus preferidas.
Aunque este vecino de Cartago ama la ciencia y tiene claro que el trabajo se queda en la oficina, confiesa casi con culpa que en sus ratos de ocio le gusta leer publicaciones como Physics Today.
Católico practicante y parte del movimiento Encuentro Matrimonial Mundial rompe con el estereotipo de que los científicos son ateos. “Yo he creído que el que sabe mucho termina creyendo en Dios y el que sabe poco también. El que está en el intermedio no cree”, ríe.
Perseverante
El segundo de la familia de cinco hijos –engendrados por Víctor Vargas y Susana Blanco– no la ha tenido fácil, pues le ha tocado lidiar contra el sistema y los “serruchapisos”, incluso antes de comenzar con el sueño del laboratorio y el posterior disparo de plasma (el cuarto estado de la materia).
Al llegar al Instituto Tecnológico de Costa Rica, Iván Vargas pensó en aplicar para una beca de física de plasmas e incluso lo comentó con colegas que lo desalentaron: “¡Cómo se le ocurre que le van a dar la beca! ¡Aplique para algo que se pueda utilizar en el país!”.
Dejándose llevar, se inscribió en un doctorado en acústica. Pero su enamoramiento por la física comenzó a germinar entre las páginas de un libro de ciencias que reposaba en uno de los estantes de su escuela unidocente y, por eso, la historia no podía terminar ahí.
“Estando allá (en España), yo me despertaba a las 4 a. m. y decía: ‘Esto no es lo que yo quiero’”. Por eso, en cuanto pudo pidió permiso para estudiar lo que quiso desde siempre: un doctorado de Física de Plasma y Fusión Nuclear en la Universidad Complutense de Madrid.
En Costa Rica, según él, sus colegas se “pararon de uñas”, pero conforme avanzaron los años Iván alcanzó su objetivo. “Y vea lo que son las cosas, que al pasar de los años, yo he logrado esto y ellos están todavía sin hacer mucho”.
Como lo dicta la mayor de sus virtudes, Vargas se mantuvo perseverante y no paró ahí. Él y su equipo lograron el primer disparo de plasmas de alta temperatura –300.000 °C , parar ser exactos– que tan solo duró 4,5 segundos y consiguieron un hito: la investigación en Física más compleja jamás realizada en Costa Rica.
Su éxito más reciente es el Premio Nacional de Tecnología 2016, el cual –confiesa– lo emocionó hasta las lágrimas.
Hoy, el niño que alguna vez soñó con un laboratorio y que se reconoce producto de la educación pública y de la feria científica nacional –concurso que ganó en 1989–, tiene un nuevo sueño: integrar la Academia Nacional de las Ciencias.
“Siempre he sido una persona que mantiene en mente la visión de ayudar a la ciencia y la tecnología en Costa Rica, y pienso que desde la Academia yo podría tener un gran impacto”, concluye.