“Sos grande, papá”. La vida de Leonardo Chacón está llena de momentos como este: él y un periodista están sentados conversando junto a un teléfono celular que graba la plática, cuando un desconocido se acerca y da un par de palmadas en la espalda del triatlonista.
Chacón recibe la felicitación, esgrime una sonrisa, dice algunas palabras de agradecimiento; todo el proceso parece apenarlo un poco. Es como si sintiera que no es para tanto, pero lo es: durante los once meses previos, Leo Chacón participó en varias competencias, algunas de las cuales acapararon la atención de los medios y del gran público del país.
Pero su humildad le gana el pulso a los méritos deportivos cosechados y por eso dice “muchas gracias” al desconocido y sigue diciendo lo mucho que aprecia el cariño de la gente, lo satisfecho que está con su 2016; cada palabra, eso sí, denota hambre: en el tanque de Leo Chacón queda combustible todavía.
“Soy una persona competitiva, siempre quiero dar todo de mí”, dice. Es un discurso razonable, el que uno espera de un atleta, el que dirán casi todos los deportistas profesionales. En el caso de Chacón, empero, emerge una verdad incontestable: cuando dice “dar todo de mí”, realmente se refiere a todo .
Leonardo Chacón se desmaya en segunda etapa de la Ruta de los Conquistadores. Leonardo Chacón perdió tres kilos en extenuante carrera. Leo Chacón, sexto del mundo en Xterra pese a sufrir varias caídas.
Los titulares que Chacón provoca en medios como La Nación suelen ir en esa línea: una entrega extenuante, un resultado alentador, un cuerpo desgastado.
Leo Chacón, sin embargo, dice que no busca que la gente se fije en los extremos a los que empuja su cuerpo. Su objetivo se limita, en cambio, a conseguir los mejores tiempos posibles y a demostrar el mejor rendimiento en todas sus carreras.
Por ello subraya su participación en el Campeonato Mundial Xterra –una competencia que combina la natación en aguas abiertas, el ciclismo de montaña y el trail running , es decir, correr en campo traviesa– como el momento cumbre del año para él; no por haber necesitado atención médica y suero intravenoso, sino por haber demostrado que puede competir a primer nivel incluso en las condiciones más exigentes.
“El mar estaba picado y eso me gustó porque me daba una ventaja por encima de la gente que le tiene miedo”, recuerda cuando se le pide un relato de la carrera.
Recuerda también que durante la parte de ciclismo de montaña, debió enfrentarse a una encrucijada. Luego de superar un terreno pantanoso, perdió minuto y medio intentando soltar un atasco en las ruedas de la bicicleta. Debió tomar una decisión. La primera opción era entregarse a todo dar, sin preocuparse por las caídas o por lastimarse; la segunda, optar por la cautela.
“Preferí la primera”, dice, y sonríe con picardía, como un niño que admite una travesura; como un atleta consolidado y satisfecho.
¿Pero lo está realmente? ¿Se acaba el hambre de un deportista que desde niño ha sentido, en sus entrañas, como un órgano más, palpitante y exigente, el ímpetu de competir, el deseo de vencer, la determinación de dejar a los rivales atrás a punta de perseverancia, entrega y trabajo constante?
Tras su participación en los Juegos de Río 2016 en agosto, en cuya competencia de triatlón consiguió el puesto 30, Chacón publicó una carta en su página de Facebook titulada Gracias Costa Rica! (sic), en la que dedicaba sus logros al pueblo de este país “por el apoyo que siempre me han brindado”.
Aseguraba, también, que su ciclo como atleta olímpico se había terminado. Durante nuestra conversación lo ratifica: no se ve en Tokio 2020, aunque admite que falta mucho para eso.
La pregunta resurge, justificada: ¿puede detenerse un competidor nato como Leo Chacón? Solo 67 días después de publicada esa carta, Chacón compitió en Xterra; solo 11 días más tarde, Chacón inició su participación en la Ruta de los Conquistadores. Una vez más, la entrega fue total, devastadora, absoluta.
Sería fácil asumir que a Chacón lo empuja un deseo ciego de conseguir medallas y títulos, pero en su discurso hay una constante mucho más cercana y cálida: la influencia de su padre, Rafael Chacón. “Él siempre me dijo ‘si vamos, vamos con todo’”, recuerda.
Fue junto a su padre que asistió al Campeonato Mundial de Triatlón de 1999, en Montreal, Canadá. Durante el torneo, el tema de conversación era uno solo: la inclusión de pruebas de triatlón, por primera vez, en los venideros Juegos Olímpicos de Sidney, en el año 2000. Mirá, le dijo su papá a Leo, si llegás a ser élite podrías asistir a una Olimpiada.
“En mi familia siempre lo vimos como el mayor logro que uno podría tener como atleta”, cuenta. “Como irte a graduar a Harvard: no importa si fuiste el mejor promedio o el peor, lo importante es que fuiste a Harvard y eso muy poca gente lo puede lograr”.
Esa filosofía no parecía ser compartida, sin embargo, por buena parte del público costarricense cuando comenzó Río 2016. En redes sociales, las críticas al desempeño olímpico nacional eran constantes y rudas; desconsideradas, podría pensarse. Chacón lo pensó así.
“Mis medallas doradas están labradas de orgullo, de mi origen liberiano y de ser embajador de Costa Rica a nivel mundial”, escribió en otra carta, a través de su perfil en Facebook, titulada Mis medallas son las de ustedes . “Mis medallas están hechas de honestidad (...), de mil historias, de gente que ha cambiado su vida gracias al deporte. Mis medallas tienen cariños, sonrisas, fotos, abrazos sinceros”.
Siendo así, solo queda una pregunta por hacer a Leonardo Chacón, el triatlonista costarricense que, luego de decenas de horas de competencia durante el 2016, tras concluir su segunda compentencia olímpica, solamente dijo, no con pena, sino con humildad: “Este es el puesto que le pude entregar al país”.
—Leo, ¿qué es el éxito?
La respuesta, tajante, seca porque es innecesario adornarla: “Ser feliz”.