La era de Óscar Arias no acabó con un estallido sino con una breve cadena nacional. El 19 de setiembre, el dos veces expresidente de la República y Premio Nobel de la Paz, abdicó en televisión a los sonoros rumores de una tercera carrera electoral. Casi un mes después de su comedida dimisión, el político accedió a revisitar su decisión en una entrevista. No obstante, para hablar del futuro de Arias es indispensable preguntar sobre su pasado: el trayecto que condujo a sus aspiraciones presidenciales desde su primer periodo de gobierno en 1986 hasta su desaliento en esta última tentativa.
“Yo le voy a hablar con toda sinceridad”, dice con voz grave y pausada.
“Estas cosas que hace La Nación , yo ni las leo. Cuando llegue eso, es un libraco ahí de un montón de gente que me aburre lo que digan y lo que digan no tiene ninguna importancia. Es pa' cuatro gatos que leen eso. Al final, van a nombrar a cualquier carajo como personaje del año y no seré yo, estoy seguro, por haber renunciado, por así decir, a la presidencia. Porque yo no estoy renunciando a una candidatura, si yo soy candidato gano la elección. Estoy renunciando a una presidencia”, afirma el político de 76 años.
En la tercera, la vencida
“Yo no tengo la ilusión de ser presidente por tercera vez. ¿Para hacer qué?”, se pregunta sentado en la oficina de su casa en Rohrmoser, rodeado de una amplia biblioteca, tan grande que cada ejemplar está debidamente archivado dentro de un sistema con su propia signatura.
“A los 76 años, si soy presidente en el 2018, no sé si puedo terminar un gobierno”, medita más adelante.
Detrás de su escritorio, descansa la bandera de su amada Costa Rica. Sobre él, las fotografías. Una de la campaña para su reelección en el 2006: Arias da la espalda con la cabellera cana y, frente a él, sus seguidores ondean decenas de banderas verdiblancas del Partido Liberación Nacional. Al lado de esa, otra imagen más cándida, a blanco y negro: un Arias joven y pensativo agacha la cabeza. A su lado, José Figueres Ferrer sonríe.
“Así como don José Figueres me dio oportunidad de ser Ministro (de Planificación Nacional y Política Económica) a los 31 años, hay que darle oportunidad a que aparezcan rostros nuevos”, dice parafraseando el argumento original de la cadena nacional del 19 de setiembre.
“El futuro de un país depende de que haya siempre nuevos cuadros dispuestos a tomar la estafeta. Solo los tiranos se aferran al poder”, retoma leyendo Nadie es indispensable en una democracia , un ensayo que publicó en la sección de Opinión en La Nación después de renunciar.
“En mis gobiernos anteriores me emocionaba hacer cosas muy importantes que aparecieron, no es que yo las busqué. Ni busqué el momento en que me eligieron por primera vez. Pues lo busqué”, concede, “pero no sabía que me iba a encontrar con una guerra en Centroamérica. En el segundo periodo, el partido me obligó a ser candidato. Al final sí quise (serlo) porque había que ayudar al país a sacar adelante esta cosa que se llama la inserción de Costa Rica en la economía mundial. Don Abel (Pacheco) había negociado el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos y después se arrepintió y ahí quedó. No había nadie que tuviera la fuerza para enfrentársele a los del No que eran mucho más que los del Sí. A mí me tocó la tarea de convencer a un montón de gente”.
Arias prioriza sus justificaciones: en primer lugar, abandonó la contienda para darle campo a los jóvenes. En segundo, lo hizo por la falta de “ilusión”: los logros de sus gobiernos anteriores aventajan una nueva candidatura, según él.
Los grandes proyectos que recuerda con orgullo son la firma de los acuerdos de Esquipulas que frenaron los conflictos político militares de Centroamérica –por lo cual recibió el Premio Nobel de la Paz en 1987– y la aprobación del Tratado de Comercio de Armas en la Organización de las Naciones Unidas en el 2013.
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“Era una quijotada que yo tenía, que esto se aprobara en Naciones Unidas, y lo logré”, sonríe. “Es la mayor contribución a la humanidad de Costa Rica en toda su historia. La mayor contribución de la diplomacia costarricense en toda su historia. El plan de paz era para los centroamericanos, esto es para todo el mundo”.
Sobre ese último mérito, Arias comienza la historia hablando sobre 1997, cuando no había siquiera esperanzas de su reelección. En una reunión con otros premios Nobel de la Paz en Nueva York, Arias insistió hasta convencerlos para convertir un código de ética, que redactó desde la Fundación Arias para la Paz y el Progreso Humano, en un documento de vinculación internacional.
“Era una ilusión mía porque cuando terminó mi primer gobierno me pregunté: ¿Y ahora? Estas armas quedan en manos de los guerrilleros y en manos de los soldados que se van a movilizar. Terminaron en manos de las maras. Los guerrilleros se convirtieron en pandilleros”, recuerda sobre la motivación que, finalmente, concretó su reelección.
“Eran dos sueños míos que logré convertir en realidad: la pacificación de Centroamérica y el Tratado de Comercio de Armas. Hoy no tengo un tercer sueño de ese calibre”, lamenta brevemente y duda un poco antes de continuar: “Lo tengo pero no lo voy a convertir en realidad. Se llama el Consenso de Costa Rica. Luché por él, fui a hablar con el presidente del Fondo Monetario Internacional, el presidente del Banco Mundial y el presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), y consiste en algo muy sencillo: que no le perdonen deuda a un gobierno si gasta más en armas y soldados que en educación, salud y conservación del medio ambiente”, explica.
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“Los intereses de los poderosos son demasiado fuertes y hay que cambiar las cartas fundadoras del Fondo Monetario, BID, Banco Mundial... Y ninguno de los países poderosos de la Tierra está de acuerdo con eso y ya me lo hicieron ver así. Esto es algo que no podría convertir en realidad”, dice. “En el pasado, con hacer una alcantarilla, un puente, un camino vecinal era ya suficiente. Conforme pasó el tiempo creamos un Estado de Bienestar, creamos instituciones, Estas cosas”, dice del tratado de Esquipulas y el Tratado de Comercio de Armas, “son ideas que trascienden nuestras fronteras, son quijotadas mías. Ese Consenso de Costa Rica en un tercer periodo no lo voy a lograr y soy realista”.
Un capitán sin barco
¿Qué lee Óscar Arias? Desperdigados por las mesas de su casa se encuentran libros de arte, filosofía y política. En una de las salas de su hogar está abierto Un mundo restaurado , tesis doctoral del político estadounidense Henry Kissinger. Sobre la mesa de la sala de su oficina, la última edición de Being Nobel , un libro con testimonios de los premios Nobel de la Paz.
“Yo tengo muchos libros en esta biblioteca que no he leído. Además, la gente que no sabe qué regalarme me regala un libro”, dice mientras habla de los planes para su tiempo “libre”: continuar viajando entre charlas y cumbres; y leer, sobretodo poesía –recita de memoria algunos sonetos de Pablo Neruda–. “Siendo presidente no tenía tiempo para eso. Puedo hacer las cosas que me gustan y eso es lo que voy a hacer”.
En la entrevista, Arias toma sus libros y lee fragmentos de sus artículos y discursos, unos de sus libros Con velas, timón y brújula (2010) y otros más recientes. Escribe sobre sus ideas y decisiones, las populares y las impopulares.
“Es peor no tomar decisiones. Hay alguna gente que dice que yo polarizo. La política es polarización. Cuando uno decide, uno divide. Alguien queda contento y alguien no queda contento. Con el TLC, alguien quedaba contento y alguien quedaba descontento; con APM Terminals también; con el Tratado de Comercio de Armas mucha gente me aborrece”, describe con el semblante incólume.
No obstante, la manifestación que hicieron frente a su casa, en agosto, describe a un sector que lo apoyaría en la descartada tercera candidatura: “El cariño que los costarricenses me expresan en encuestas es producto de que yo le he servido a este pueblo con abnegación, devoción, entrega, honestidad y jamás me arrepentiré de haberle servido a Costa Rica por largos 45 años”, asegura. “Como lo dije, yo no me aferro al poder y siempre podré servirle a mi país, este pueblo que me ha dado tanto, en cualquier otra posición como un ciudadano más”.
Arias quiere que un líder joven retome la batuta que ha puesto a descansar. No obstante, se abstiene de dar nombres.
“Va a salir el más popular, el que gane la convención (en abril)”, calcula. “La democracia es un gobierno de mayorías, no es un gobierno de los mejores. De vez en cuando aparece un Thomas Jefferson, aparece un Abraham Lincoln, un Winston Churchill, un general De Gaulle, donde se conjugan las dos cosas: muy populares y brillantes estadistas. Si usted quiere poner que aparece un Óscar Arias, eso se lo dejo a usted. Yo no voy a decirlo”.