A las generaciones que “convivimos” con el Psicópata nos parece inaudito que los menores de 35 años a menudo ni siquiera sepan que en el país hubo un sádico asesino que segó la vida de al menos 19 personas entre 1986 y 1996.
Y a la inversa también ocurre que a las nuevas generaciones les parezca posible que un personaje de semejante calibre de horror y maldad sea parte del pasado reciente de la tranquila Costa Rica del siglo pasado.
Lo cierto es que al juntar los trozos de la historia de la masacre de Alajuelita, con motivo del 30 aniversario de la tragedia, vuelve a la palestra el siniestro personaje que, según las autoridades, inició su macabra cuenta de crímenes justo con el asesinato de La Cruz.
Si bien el Psicópata logró coronar su prontuario sin ser atrapado jamás, investigaciones posteriores señalaron con alto grado de certeza a un sospechoso. El problema fue que, al querer ir por él, la policía se percató de que había muerto asesinado un tiempo antes.
Si la presunción de las autoridades es correcta, este caso no hace más que aumentar su dosis de surrealismo: el psicópata –originario de Nicaragua– habría muerto a manos también de un asesino múltiple, al que se le atribuye la muerte de al menos cuatro nicaragüenses y a quien en círculos policiales se le conoció como “el matanicas”.
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Los otros casos
Como verdugo del amor (el Psicópata se ensañaba con parejas que encontraba en sitios solitarios) la primera actuación comprobada del siniestro personaje ocurrió ocho meses después de la masacre de Alajuelita.
La reconstrucción que se publica a continuación fue realizada para un reportaje publicado por el periodista Ronald Moya Chacón y por quien escribe, en la Revista Dominical del 17 de noviembre de 1996.
Todo se inició el 12 de diciembre de 1986. Roberto Castro Mora, de 27 años, y Francis Salazar Suárez, de 19, quienes mantenían un noviazgo, fueron asesinados en el Parque de la Amistad en Curridabat. El mismo sitio fue el escenario del ataque mortal que sufriría el 11 de febrero de 1987 la pareja compuesta por Juan Guillermo Nájera –de 23 años– y Damaris Rodríguez Martínez –de 21–.
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El cuerpo de Juan Guillermo fue depositado en el mismo sitio en que estaban los restos de Roberto, bajo unos matorrales, mientras que los cadáveres de las mujeres aparecieron en sectores diferentes de una hacienda vecina.
Al ser hallados los hombres, quienes habían sido reportados como desaparecidos con sus respectivas novias, se asumió casi como un hecho que ellas habían corrido la misma suerte, por lo que la policía inició la búsqueda en las vecindades del Parque La Amistad. Así hallaron los dos cuerpos femeninos.
Todos murieron a causa de diversos disparos, ejecutados sobre todo en la cabeza. Aunque no se pudo determinar el grado de ensañamiento que tuvo el asesino con Francis debido a la etapa de descomposición en que se encontraba, Damaris sí mostraba las heridas en los órganos genitales que más adelante sufrirían también otras mujeres.
Como Jack el Destripador
La comparación puede sonar a burdo cliché, pero lo cierto es que entre el sadismo de uno y otro no hay mayor diferencia.
Fue la violencia con que ejecutó el asesinato de los novios Víctor Julio Hernández y Aracelly Astúa, la noche del 21 de agosto de 1988, lo que le permitió a la policía formalizar el primer perfil psicológico del asesino, esto debido la saña y el sadismo que evidenciaban las lesiones de Aracelly.
Ya ahí se detectó su predilección por atacar a las parejas que se aventuraban hasta lugares oscuros y despoblados, su desmesurado odio contra la mujer, y su manía de asesinar al compañero de ésta más que todo por “quitarlo del camino”, para descargar luego toda su furia contra ella.
Aquella noche la pareja de adolescentes –él de 18 años y ella apenas con 15– regresaba de una fiesta cuando fueron interceptados por su verdugo en una calle solitaria de San Vicente de La Unión.
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El homicida obligó a la pareja a introducirse unos 15 metros dentro de un cafetal adyacente a la carretera y casi de inmediato ultimó al muchacho de dos disparos, uno en la sien y otro en el pecho.
Luego inició una siniestra carnicería con Aracelly, a quien provocó heridas con arma blanca en los pechos y los glúteos, para luego ensañarse con su órgano genital.
Roberto Castro Mora, de 27 años, fue encontrado muerto junto a su novia, Francis Salazar Suárez, de 19.Detalles de este comportamiento llevaron en algún momento a la policía a pensar que se trataba de un miembro de alguna secta satánica, pues luego de extraer por vía vaginal algunas vísceras, las destrozó y las dispersó por el sitio.
Apenas ocho días después del crimen de San Vicente de la Unión, el asesino coronó su cuarto doble asesinato de parejas. El jueves 20 de abril de 1989, Marta Miriam Navarro Carpio –quien era casada y madre de tres hijos– salió de su casa en Barrio Pinto de Montes de Oca con el fin de ir a aplanchar ropa donde una señora en el barrio La Granja.
En algún momento la mujer se encontró con Edwin Mata Madrigal, divorciado y con un hijo, y ambos se dirigieron en el pickup de este a una callejuela desolada, en las inmediaciones de la finca Agrinca, en San Juan de San Diego de Tres Ríos.
Fue ahí donde la pareja sufrió el mortal ataque. Según las investigaciones, el psicópata llegó al carro y sin mayor preámbulo disparó a través del vidrio trasero a la nuca de Edwin, quien falleció reclinado en el asiento de su vehículo.
Acto seguido sacó a la mujer y la llevó dentro de la finca, para dejar su cuerpo abandonado en las inmediaciones del río Tiribí, a unos dos kilómetros de donde la encontró.
Según la policía, las lesiones vaginales y en otras partes del cuerpo que presentaba la mujer eran idénticas a las que recibió Aracelly.
Este asesinato fue el “broche de sangre” con el que el asesino cerró su ciclo de tres años de asesinatos, para perderse de vista durante seis años.
Seis años de ausencia
Conforme se alargaba el período de inactividad, la policía empezó a suponer que el hombre estaba fuera del país, se encontraba enfermo o encarcelado, o quizá había muerto.
Con las investigaciones girando alrededor del arma homicida, el modus operandi y algunos sospechosos que fueron prácticamente descartados, el asunto cayó poco a poco en un letargo del que saldría parcialmente con la muerte de Marjorie Padilla Sequeira, asesinada el 12 de marzo de 1995, y totalmente con el asesinato de la quinta pareja, acaecido el 26 de octubre de 1996 en Patarrá.
Esta vez, las víctimas del infortunio fueron Mauricio Cordero López e Ileana Álvarez Blandón, quienes fueron atacados cuando se hallaban en una callejuela solitaria, cerca de un tajo en Patarrá de Desamparados. Con 25 y 23 años, respectivamente, sufrieron torturas idénticas a las infringidas a sus antecesores.
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Casi desde antes de conocer el dictamen de balística, que agregaría a la siniestra lista del psicópata dos víctimas más, la policía descubrió con asombro que se hallaba ante una nueva e irrefutable actuación del casi olvidado asesino en serie; el manejo de la escena del crimen, la manera de operar y sobre todo la forma en que se ensañó contra Ileana, no dejaban duda alguna: el Psicópata había vuelto.
Dos casos atípicos
¿Por qué se dice que el asesinato de Marjorie Padilla, quien fue muerta de un balazo en la espalda cuando intentó huir de su agresor, descubrió “parcialmente” el regreso del Psicópata?
Aparte del misterio que encierra el caso de Alajuelita, por su gran complejidad, todos los demás asesinatos del psicópata persiguen al amor: parejas en predios solitarios, sobre las que el asesino descargaba toda su violencia.
Todos, menos dos. Uno es el de Marjorie, sobre quien se maneja a nivel policial la hipótesis de que el asesino pudo haber enviado un aviso (un reto interpretan otros) a la policía sobre su presencia.
Aracelly Astúa y Víctor Hernández pensaban casarse en diciembre. El Psicópata los mató en agosto del 88.Esta suposición se basa en que al morir Tres Pelos apenas dos semanas antes del crimen de Marjorie, el Psicópata decidió aumentar el misterio que lo rodeaba y demostrar que Monge Sandí no fue el ejecutor de la masacre de Alajuelita.
Otra hipotesis estableció que el Psicópata planeaba asesinar a Marjorie junto con su novio, lo que le adjudicaría una nueva pareja muerta, pero el plan le falló: el muchacho acompañó a la joven hasta 25 metros antes del punto donde fue interceptada por su asesino, cuando se dirigía a su casa por un camino solitario a unos 800 metros de Higuito centro de Desamparados.
Ella intentó huir del agresor, pero él alcanzó a dispararle por la espalda, lo que horas después le causó la muerte.
Pero el caso que definitivamente se escapa de todos los patrones, y quizá de toda lógica, es el de Ligia Camacho Bermúdez, una de las primeras víctimas, quien fue asesinada el 14 de julio de 1987 en San Antonio de Desamparados. A diferencia de las demás víctimas, ella fue expresamente buscada por el asesino, quien la ultimó en su casa a través de una ventana.
A las 10 p. m. de aquella noche de luna, el novio de Ligia María Camacho Bermudez, de apellido Umaña, salió de la casa de la muchacha, en San Antonio de Desamparados, rumbo a su casa.
Ligia María, como todas las noches, leía un libro sentada sobre su cama en ropa de dormir. Su silueta se dibujaba a través de la cortina de la ventana principal.
A la mañana siguiente, cuando los familiares de Ligia acudieron a llamarla reiteradamante a su cuarto y no respondió, optaron por derribar la puerta y la encontraron sin vida.
Al examinar el cadáver, se determinó que presentaba un balazo en la cabeza, sien izquierda, disparado por un arma de la cual hasta ese momento se desconocía su calibre. Luego se comprobó que se trataba de un arma calibre 45, igual a la usada en el crimen de Alajuelita y en los que habían ocurrido hasta ese momento.
Así las cosas, el crimen de la pareja de Patarrá sería el último. Desde entonces, la huella criminal del psicópata se desvaneció. El hombre que al día de hoy es considerado el sospechoso número uno, fue asesinado apenas dos años después, en 1998.
¿Quién era?
Un exguerrillero de la “contra” (Contrarevolución) nicaragüense que trabajó en la Policía Metropolitana de San José sería el Psicótata, ese criminal que mató a 19 personas entre 1986 y 1996.
Esta última pericia trascendió en el año 2002; la confirmación la hizo el en ese momento subdirector del Organismo de Investigación Judicial, Gerardo Láscarez, para un exhaustivo reportaje publicado en La Nación por el periodista Ronald Moya Chacón, jefe de la sección de Sucesos.
El OIJ distribuyó en ese momento un retrato hablado del sospechoso, nacido en Nicaragua pero nacionalizado costarricense, que se elaboró con base en una descripción que hizo una sobreviviente atacada por el psicópata en 1988.
La entrega del retrato se hizo con la condición de que no se revelara la identidad de la persona bajo investigación.
Aparte de haber sido policía y guerrillero, el sospechoso fue guardaespaldas de empresarios y tenía dos placas de taxi cuando lo mataron.
Otro psicópata: el ‘Matanicas’
El 19 de junio de 1998 cuatro caminantes encontraron tres osamentas esparcidas en una quebrada del Parque Nacional Braulio Carrillo, cerca de la carretera San José-Guápiles.
La policía determinó que las víctimas murieron en tiempos diferentes, razón por la cual se estaba ante los crímenes de un asesino en serie y no frente a una ejecución múltiple.
Un mes después el Organismo de Investigación Judicial (OIJ) estableció que las víctimas eran tres nicaragüenses reportados como desaparecidos.
Esto se comprobó después de analizar 30 denuncias por desapariciones, en las cuales se describen las vestimentas de los extraviados, bienes que portaban y otras características.
Una de ellas era el sospechoso de ser el Psicópata, desaparecido desde el 25 de marzo de 1998.
Este exguerrillero nicaragüense tenía un pin en su pierna derecha, el cual apareció entre los huesos. Además, su familia reconoció la ropa hallada.
La quinta pareja que murió a manos del Psicópata apareció en marzo de 1996, en Patarrá de Desamparados.Tras esta etapa de la investigación, los agentes comenzaron a reconstruir las últimas horas de vida de las víctimas.
Durante esa labor, la policía supo que el presunto Psicópata afrontó el día de su muerte un accidente de tránsito en San José centro por conducir bajo los efectos del licor y la cocaína.
Esa situación la aprovechó su homicida, un joven costarricense de 26 años, quien tenía un resentimiento con los nicaragüenses debido a una violación que de niño sufrió por parte de un zapatero de origen nica.
Las investigaciones revelaron que ese hombre, también calificado por el OIJ como un asesino en serie, se identificó por su nombre y dijo ser conocido del exguerrillero. Lo llevó a su carro, un Nissan Sentra rojo, presuntamente para trasladarlo a su casa.
Empero, eso nunca ocurrió. Se dirigió al Zurquí para matar al extranjero.
Víctima y victimario se conocieron, al igual que los otros fallecidos, en un bar capitalino.
Dos años después de esclarecido el caso, el homicida fue sentenciado a prisión solo por el crimen del sospechoso de ser el Psicópata, responsable de 19 asesinatos.
El sospechoso, quien hoy tendría 68 años de edad, pasó su infancia en Nicaragua y a los 12 años fue sacado de su casa por el ejército somocista para participar en diversas actividades, lo que le dejó una gran experiencia de tipo militar. Se le conocía como un francotirador preciso.
La policía descubrió que el odio por las mujeres que se le atribuye tuvo, al parecer, origen en los maltratos de su madre cuando era niño y en decepciones amorosas que sufrió de dos mujeres con las que convivió en los primeros años de la década de los ochenta.
Ingresó a nuestro país por primera vez en 1979, procedente de Nicaragua.
De 1983 a 1984 trabajó en la Policía Metropolitana (ya no existe), que le asignó, con otros compañeros, el patrullaje nocturno de Curridabat, Patarrá y San Antonio de Desamparados, sitios en donde años más tarde se cometieron la mayoría de los asesinatos del Psicópata.
Durante ese tiempo, recibió cursos de adiestramiento en la academia policial de Murciélago, en La Cruz, Guanacaste.
A finales de 1984, regresó a Nicaragua a pelear contra los sandinistas al lado del comandante Edén Pastora Gómez, en la Alianza Revolucionaria Democrática.
Volvió otra vez a Costa Rica a finales de diciembre de 1985, junto con un grupo de exguerrilleros.
Su primer domicilio fue una casa en Linda Vista de Río Azul, La Unión, donde vivió entre 1986 y 1990.
En este último año, vendió esa propiedad y compró otra en Villas de Ayarco, en Curridabat, donde vivía con su esposa y tres hijos al momento de su muerte.
Ellos lo describieron al OIJ como “un hombre solitario que no permitía que nadie visitara su casa”.
Los familiares entregaron a las autoridades una chamarra y una bolsa plástica con balas calibre 45 que el sospechoso guardaba en su casa, iguales a las usadas en los crímenes, así como otras evidencias que la policía no quiso revelar.
El OIJ también fue informado de que el sospechoso poseía un cuchillo cuyas características de filo presuntamente coinciden con los cortes que mostraban algunas de las víctimas.
Por razones legales, nunca se difundió su identidad.
Todo calza
Fueron muchas las evidencias en poder de la policía judicial que convencen a los oficiales de que este hombre fue, sin duda, el Psicópata.
Destacaron su experiencia en moverse en zonas montañosas, la estatura, contextura y la edad que tendría en el momento de la investigación (54 años al 2002). Los oficiales también señalaron que los antisandinistas, a cuyo lado peleó el sospechoso, usaban abundantemente munición igual a la empleada por el psicópata.
Mediante un examen de su expediente clínico en la Caja Costarricense de Seguro Social, el OIJ descubrió que el hombre padeció de la próstata y otros trastornos urológicos entre 1990 y 1995, lo que lo obligó a recibir atención médica con frecuencia.
“Eso es la explicación del porqué durante esos años no mató a nadie”, dijo un oficial.
En el caso de las muertes de Patarrá, se halló un recinto, ubicado a unos 100 metros del sitio del crimen, donde el sospechoso guardaba uno de sus taxis.
Retrato hablado del Psicópata que el OIJ difundió en el 2002, bajo la condición de no revelar su identidad.“Nunca hemos tenido tantas coincidencias juntas”, manifestó Gerardo Lázcares.
Del sospechoso se encontraron los restos óseos a mediados de 1998, en un guindo del parque nacional Braulio Carrillo, en momentos cuando la policía judicial no tenía la menor presunción de que se pudiera tratar de los del asesino en serie.
La versión que maneja el OIJ es que lo mataron en una disputa personal que se produjo en un bar capitalino, en la que –supuestamente– primero fue drogado.
Al identificarse los restos e iniciar el OIJ una indagación intensa de la vida del fallecido, surgieron las similitudes con los perfiles que se tenían del Psicópata, hechos con la asesoría de la Oficina Federal de Investigaciones de los Estados Unidos (FBI).
¿Marcado?
Testimonios rendidos por amigos del sospechoso ante el OIJ lo calificaron como un hombre que, por sus experiencias, no valoraba a las mujeres.
Siempre habló mal de ellas frente a sus conocidos y solo defendía a sus hijas y a su esposa, a quien conoció en Costa Rica.
La protección sobre estas llegaba a los extremos. No permitía que amigos o novios de las muchachas visitaran su casa.
Sin embargo, no existen antecedentes de violencia doméstica en su hogar. Siempre fue una persona tranquila en su casa.
Pese al odio por las mujeres, el sospechoso se caracterizó por mantener relaciones cortas con varias de ellas.
También acostumbraba visitar clubes nocturnos. El día que murió había estado en uno.
Las evidencias que terminan de amarrar el caso tienen que ver, por ejemplo, con que la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS) reveló al OIJ que el sospechoso padeció de la próstata y otros trastornos urológicos entre 1990 y 1995, lo que explicaría la inactividad durante ese período.
Por otra parte, el OIJ determinó durante su investigación que el presunto homicida en serie salía del país, hacia Nicaragua, horas después de cada crimen. Así lo muestran los movimientos migratorios que aparecen entre 1982 y 1997.
El 20 de agosto de 1988 el Psicópata cometió su gran error. Falló un asesinato contra una mujer en San Vicente de La Unión, Cartago, lo que permitió la confección de un retrato hablado y, posteriormente, la realización de un reconocimiento fotográfico que logró resultados positivos.
En el año 2001, la esposa del sospechoso entregó a la policía una bolsa con balas calibre 45, similares a las utilizadas por el psicópata. Estas aparecieron en la habitación del hombre semanas después de su muerte.
El presunto criminal era propietario de dos taxis, uno de ellos era guardado en un garaje situado en Patarrá de Desamparados, San José, a pocos metros de donde se cometió –en octubre de 1996– el último ataque mortal.
Y hay más.
La policía encontró una huella de un zapato tenis fuera de la casa de una de las víctimas. Cuando eso sucedió, ese tipo de calzado no había llegado al país. En una foto en poder del OIJ el sospechoso aparece con tenis de ese tipo, traídas al parecer del extranjero.
Finalmente, el psicópata utilizaba un cuchillo para hacer cortes en la vagina a sus víctimas. Un instrumento similar, según supo el OIJ, guardaba el sospechoso en su casa.