A veces, los reyes leen historias de reyes. A veces, historias de locos. El brillante papel de Sancho como gobernador de la ínsula Barataria, en El Quijote , debería estudiarse en las facultades de ciencia política si es que no se estudia ya.
Joseph Badaracco, profesor en la Harvard Business School, suele usar en sus clases textos literarios como Muerte de un viajante , de Arthur Miller, o Antígona , de Sófocles. Según explicó en una entrevista, se puede aprender tanto sobre liderazgo leyendo Julio César como leyendo cualquier libro de economía: “las lecciones que contiene son igual de valiosas y no menos prácticas”.
La literatura y el poder se pueden dar la mano. ¿Qué se lee en el pináculo político?
Lectura presidencial
En un encuentro del Foro Económico Mundial celebrado hace tres años en la ciudad china de Tianjin, Adi Ignatius, redactor jefe de la revista de la propia Escuela de Negocios de Harvard, moderó un coloquio sobre los libros clásicos y contemporáneos que leen o deberían leer los líderes asiáticos, circunstancia que Ignatius aprovechó para recordar que entre los 20 libros favoritos de Bill Clinton está –junto a Historia viva , las memorias de Hillary, su esposa– y la novela Cien años de soledad , de Gabriel García Márquez.
Por su parte, Barack Obama ha citado alguna vez entre las obras literarias que más lo han influido, las tragedias de Shakespeare y Equipo de rivales , el libro de Doris Kearns Goodwin en el que se basó Steven Spielberg para rodar su Lincoln . Por no hablar de la expectación que se creó en torno a Libertad , la última novela de Jonathan Franzen, cuando se supo que el presidente estadounidense había pedido que le consiguieran un ejemplar por adelantado para leerlo en Martha’s Vineyard durante las vacaciones de verano del 2010.
Un año antes, durante la Cumbre de las Américas celebrada en Trinidad y Tobago, el presidente venezolano Hugo Chávez regaló a su homólogo del norte una traducción al inglés de Las venas abiertas de América Latina , un hito del antiimperialismo firmado por el uruguayo Eduardo Galeano. No hay que decir que los pedidos se dispararon en Amazon.
En España
Lo cierto es que las recomendaciones presidenciales son una inestimable baza de la promoción editorial. Antes de que, en marzo de 1996, José María Aznar levantara cierto revuelo en el Congreso de los Diputados al dejarse ver leyendo durante una votación Habitaciones separadas , un libro de poemas de Luis García Montero, militante de Izquierda Unida, su antecesor en el cargo, Felipe González, había subrayado la utilidad política de la literatura. De paso, resaltó la utilidad publicitaria de la política.
Así, en los años 80, las ventas de Memorias de Adriano se revolucionaron cuando González citó como uno de sus libros de cabecera la novela de Marguerite Yourcenar. El segundo hito político-literario de González tuvo lugar cuando, en 1999, afirmó que había aprendido más sobre el conflicto yugoslavo leyendo Un puente sobre el Drina –una novela publicada en 1945 por el Nobel bosnio Ivo Andric– que incluía todos los informes secretos que había tenido que leer como mediador de la Unión Europea en la guerra de los Balcanes.
La contraposición entre la lectura de informes y la de literatura es un clásico en la vida de los políticos. A finales del verano del 2007, el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero declaró que durante las vacaciones había alternado los 500 folios de un resumen de sus tres años y medio de Gobierno con la lectura de autores como Manuel Longares, Albert Sánchez Piñol, Mijaíl Bulgákov, Amos Oz y, por supuesto, Antonio Gamoneda, quien es su poeta favorito.
Marguerite Yourcenar, en la novela que causó furor ministerial en España hace 30 años, pone en boca del emperador Adriano una frase digna tanto de Sancho Panza como de presidir la sala del Consejo de Ministros: “Lo esencial es que el hombre llegado al poder pruebe luego que merecía ejercerlo”. Aunque sea leyendo, entre informe e informe, literatura.
Artículo reproducido de El País Internacional.