“La vida para una mujer afgana es agotadora, un constante estado de guerra. El país se parece a un horno hirviendo en el que, con cada aliento, se puede sentir el calor de la discriminación”, describe Zahra Joya en su ensayo Me vestí como un niño para poder ir a la escuela .
“Spogmai tenía 12 años cuando la separaron de sus padres y la entregaron a otra familia. No era un arreglo matrimonial ordinario; fue entregada a un hombre que le triplicaba la edad para pagar una deuda familiar”, cuenta Nadia Zahel en su reportaje Golpeada y torturada por 24 años para pagar por el error de su padre.
Los textos de Joya y Zahel forman parte de un paquete de doce artículos de periodistas afganas que fueron publicados por el periódico digital The Huffington Post bajo el nombre de Sahar Speaks.
“Les preguntamos a doce mujeres sobre qué querían escribir y dijeron que querían escribir sobre derechos de la mujer. Eso es lo que les importa”, explicó en entrevista la periodista inglesa Amie Ferris-Rotman , coordinadora del proyecto. “Esperaba secretamente que las historias fueran más ligeras pero son afganas y esto es de lo que quieren escribir”.
Un país para hombres
El país ha estado en guerra civil o invadido por potencias extranjeras casi que de forma continua desde 1979. El único periodo de “paz” fue durante el régimen islámico extremista, entre 1996 y 2001. No obstante, esa estabilidad tuvo sus costos sociales, sobre todo en la calidad de vida de sus mujeres.
Durante esos cinco años de control talibán, a las mujeres afganas se les prohibió educarse, trabajar, caminar solas y hasta buscar atención médica de hombres (aún cuando era prácticamente posible que una doctora ejerciera su profesión).
Tras los atentados del 11 de setiembre del 2011, Estados Unidos intervino en el país para derrocar a los talibanes y, desde entonces, no ha podido retirarse. Según anunció esta semana el presidente Barack Obama, su gobierno mantendrá a 8.400 soldados en sus bases hasta enero del 2017.
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“Afganistán es raro porque tiene 15 años de estar intervenido por Estados Unidos. Por un lado, trabajas en un ambiente en el que a las mujeres se les ha dicho que tienen derechos y que son libres para perseguir su cumplimiento; pero, por otro lado, la realidad no puede ser más lejana a esa situación. Es uno de los peores lugares para ser mujer. Les es muy difícil hacer cualquier cosa: ir a la escuela, caminar en las calles. Es muy difícil hacer cualquier cosa que no sea casarse con quien les dicen sus padres, quedarse en casa y tener bebés. Básicamente, todo lo demás es difícil”, relató la periodista Amie Ferris-Rotman.
Ferris-Rotman llegó a Kabul (capital afgana) en el 2011 para trabajar como corresponsal de la agencia de noticias Reuters.
En el 2012, participó de la cobertura de un festival de rock exclusivo para mujeres y al cual se le prohibió la entrada a los periodistas hombres. Sin mano de obra masculina, las agencias de noticias no tenían personal que tomara fotografías o que grabara el festival.
“Para mi asombro, me di cuenta de que no teníamos periodistas afganas trabajando con nosotros en ningún puesto. Ni como asistentes o intérpretes. Intenté contratar a mujeres afganas (en Reuters) pero se me opusieron los hombres de mi oficina”, recuerda Ferris-Rotman. “Luego comencé a hablar con otros medios como The New York Times , Associated Press, y al hablar con ellos me di cuenta que nadie estaba contratando a mujeres afganas”.
La periodista calcula que de los 9.000 profesionales que trabajan en Afganistán, unas 2.000 de ellas son mujeres. No obstante, ninguna trabajaba como corresponsal de agencias o medios internacionales.
“Soy feminista y periodista. Me enloqueció, me puse muy enojada y me di cuenta que quería cambiarlo. Apliqué a la Beca John S. Knight de Periodismo en la Universidad de Stanford, la conseguí y cuando estuve allí apliqué con la idea de Sahar Speaks”, explicó Ferris-Rotman.
Palabras que gritan
“Nunca he podido usar una enagua o un vestido en el campus de la Universidad de Kabul. De hecho, no estoy autorizada a vestir nada que enseñe mi cuerpo. Mis piernas deben estar completamente cubiertas. Todos los días me cubro la cabeza para que no me vean el cabello. Aún así, los hombres me dicen comentarios asquerosos”, escribe Sparghai Basir en su crónica Kabul en 1979 y 2016: una madre y una hija reflexionan sobre el cambio.
Cuando comenzó Sahar Speaks –cuya traducción literal es “ Sahar habla”–, el objetivo de Ferris-Rotman era sencillo: quería que un medio publicara historias sobre Afganistán, reporteadas y escritas por mujeres afganas.
Sahar, un nombre común para mujeres árabes y persas, significa “aurora”. Para el proyecto, ese nombre es un símbolo de representación femenina, un mensaje sobre la esperanza de comenzar un nuevo capítulo profesional para sus colegas afganas.
Después de un proceso de aplicaciones, Sahar Speaks eligió a 12 mujeres para, en una primera etapa, participar de un taller de periodismo que Ferris-Rotman impartió en Kabul durante febrero de este año.
Las condiciones de sus estudiantes eran mejores que la media del resto de sus congéneres. Para empezar, todas ellas sabían leer y escribir.
En Afganistán, solamente un 38.2% de la población mayor de 15 años está alfabetizada, según las estadísticas de The World Factbook , un almanaque que actualiza anualmente la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos.
No obstante, pese a que después del fin del régimen talibán la escolaridad de las niñas ha aumentado, la CIA dice que sólo el 24,2% de las mujeres sabe leer y escribir (esa misma publicación indica que 97,8% de las mujeres ticas sabe hacerlo).
La Organización de las Naciones Unidas dice que, entre el 2007 y el 2013, el 24,3% de los estudiantes de educación superior eran mujeres. En promedio, cada mujer da a luz a cinco niños.
Para Ferris-Rotman era importante contar el apoyo familiar de su equipo de trabajo. Las peores trabas no provienen de prohibiciones externas sino de los mismos límites que las familias imponen a sus mujeres.
“Quería un estipendio porque significaba que los miembros masculinos de sus familias aprobarían su participación. Algunos no aprueban que salgan y trabajen, pero si están llevando a sus casas dólares entonces pueden aceptarlo”, explicó la periodista y añadió que cada una de las mujeres recibió un total de $500 por su trabajo: $200 por atender el taller; $300 por escribir la historia de su elección y publicarla.
Los estipendios salieron de la beca que recibió la periodista; no obstante, el financiamiento del resto de gastos del proyecto fue más difícil de lo que esperaba.
“Llegué justo al final de una larga guerra que ya aburría a la gente y la gente estaba harta de darle dinero a Afganistán. Me aparecí en el peor momento pero no podía hacer otra cosa”, detalló.
Antes y durante el taller, Ferris-Rotman protegió las identidades de sus pupilas.
Justo en enero, un atentado suicida mató a siete empleados de una empresa de televisión afgana. Otros 25 resultaron heridos.
Los talibanes se atribuyeron el acto terrorista y amenazaron al resto de medios de comunicación del país.
“Yo solía vivir ahí pero ahora era responsable por esas mujeres. Estaba muy paranoica por la amenaza”, recordó Ferris-Rotman. “Les estaba enseñando periodismo a mujeres afganas, era un triple estado de alerta con respecto a la seguridad. Nada pasó, afortunadamente. Las chicas tuitearon fotos suyas el primer día pero yo les dije que esperáramos a que acabara todo”.
Un futuro
El compendio reúne trabajos de distintos géneros –ensayos, reportajes y crónica–, pero todos hablan de lo mismo: la precaria situación en la que sobreviven las mujeres afganas.
En su artículo Combatiendo la miseria que es la menstruación para las niñas afganas , Sahar Fetrat describe como el tabú de la menstruación repercute en la higiene y salud física de las niñas de Afganistán: “La mayoría no tiene el dinero ni el apoyo de sus madres para comprar productos de higiene. Algunas veces, las toallas sanitarias se pueden conseguir en los supermercados de las ciudades más grandes, pero están escondidos en lugares que no todas pueden ver”.
“El mundo está listo para esto”, aseguró Ferris-Rotman sobre las historias. “Estas son historias muy duras pero cuando fui reportera en Afganistán, durante dos años, escribí sobre cosas que me hacían llorar por las noches. Historias de crueldad impronunciable que las mujeres tienen que vivir: asesinatos, mujeres a los que los hijos se les mueren porque sus padres gastan el dinero en sus adicciones”.
En los artículos, el entorno familiar se repite como el espacio más peligroso para las mujeres afganas. Las violaciones a sus derechos provienen de sus propios padres, hermanos y, sobre todo, los esposos a los que son casadas sin su consentimiento.
En Para las mujeres afganas el divorcio es una persecución absurda , Zahra Nader escribe: “El divorcio en un estado religioso islámico no es posible para las mujeres sin el consentimiento de sus esposos. Conseguir el divorcio en una corte afgana, contra la voluntad de sus esposos, toma muchos y largos años”.
Nader fue el primer caso de éxito de Sahar Speaks. Después del taller, el New York Times la contrató como su corresponsal.
“El éxito del programa excedió mis locas expectativas. Creo que estas mujeres conseguirán trabajo. Especialmente cuando sus historias se publiquen y ojalá que eso se pueda mantener”, detalló Ferris-Rotman.
Para la periodista, en el mundo fuera del salón de su taller, existen trabas para representar a las mujeres, especialmente aquellas de los países en los que son culturalmente reprimidas.
“Necesitamos voces más diversas. Es un cliché pero me gustaría que fuera tan cliché que cada sala redacción lo aplicara porque todavía no lo hacen”, opina. “Es importante escuchar a gente de todo el mundo, hombres y mujeres de sus propios países. Creo que el modelo de corresponsales es anticuado”.
Para la periodista, el financiamiento de proyectos periodísticos de calidad continúa siendo un reto, no obstante no es tan importante sin tener las condiciones para difundirlos.
“Hay muchas becas y subvenciones para iniciativas lideradas por mujeres. Ese no es un problema. El problema es lograr que las voces de mujeres se escuchen globalmente, que sean escuchadas en la prensa internacional. La prensa internacional está dominada por hombres blancos. Hombres blancos y heterosexuales. No hay diversidad, no hay otros colores de piel, no hay gays ”, opinó la periodista. “Es tan aburrido. En las noticias organizan un panel de discusión y ves otro hombre blanco y calvo. Es cansado y es un problema global”.
Aún contra esas condiciones, Ferris-Rotman no renuncia a la esperanza de que las periodistas de Sahar Speaks tienen un futuro: “Aman sus trabajos, son periodistas de verdad y no van a renunciar tan fácilmente”.