La patria no es más que una familia extendiday la indiferencia no más que una derrota
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Tenemos un país. No es algo que a todo el mundo le suceda. Los kurdos, por ejemplo, vieron desvanecerse del mapa su territorio, repartido con todo y sus gentes (hablo de hoy día sus 60 millones), entre cuatro fronteras. Los armenios mucho han sangrado por recuperar lo que han recuperado de su tierra. Hay quienes han vivido entrampados en el limbo de un aeropuerto, sin país que los reciba. Hay apátridas sin bandera ni pasaporte. Hay quienes tienen un país del que no gozan, pues son inmigrantes. Hay quienes tienen un país del que se alejan, pues son perseguidos. El peor castigo en la antigüedad, después de la muerte, era el exilio.
Tenemos un país y eso es un completo azar. No escogimos a nuestros compatriotas como tampoco elegimos a nuestros padres. Sin embargo, imperceptiblemente aprendimos con ellos lo que es fraternidad, amor, apego, raigambre, pertenencia. Tenemos un país, que al fin y al cabo no es más que ese pedazo del orbe que nos asignó la historia (ínfimo por su tamaño, multitudinario gracias a nuestra hermana biodiversidad) y debemos administrarlo. Somos sus responsables y es eso, en realidad, lo que nos une.
No obstante, ‘patria’ es un vocablo de cuidado. Les sirvió a muchos pueblos para juzgar a otros como distintos, entendiendo por distintos, inferiores, justificando con ello su invasión, su despojo, su aniquilación.
Bien tomada, la palabra “patria” no tiene por qué empujar a la arrogancia. No significa más que la tierra de los padres. Y la de los hijos, porque la patria son los niños, y lo que hoy le hagamos o quitemos a la patria, a ellos se los quitamos o a ellos se los construimos.
En este instante, desfilan por las calles celebrando con marchas ambiguas, a medio camino entre lo castrense y el carnaval, y festejan nuestra historia de guion rudimentario y pocos héroes, alegres y desprevenidos, como quienes llevan en el bolsillo intacta la apuesta en blanco del futuro.
Por ellos, y a pesar de que no fuimos el país que pudimos haber sido, a pesar de todos los sueños maltrechos, a pesar de nuestra fe cotidiana descascarada por la codicia y el egoísmo de muchos poderosos y de muchos desclasados, no desistamos. Tenemos un país: querámoslo con testarudez, sin desesperanza. El rigor, la honestidad, el esfuerzo, la decencia, son las pequeñas hazañas del heroísmo anónimo.
La patria no es más que una familia extendida y la indiferencia no más que una derrota. Defendámosla de ella. Por los que no tienen patria, y por los que la heredarán de nosotros.
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