Ecatepec es un municipio del Estado de México que aterroriza a las mujeres, las encierra, las castiga, las desaparece y las mata, sin perdón ni culpa.
Dulce Cristina Payán Urvano estaba cerca de la puerta de su casa cuando se la llevaron el domingo 15 de enero del 2012.
A las 8:30 p.m. una furgoneta se detuvo y Dulce desapareció. Horas después, encontraron su cuerpo sin vida. Tenía 17 años.
Ecatepec es un lugar donde se combina el horror de la muerte fácil, el desprecio hacia la mujer, la inseguridad generalizada y la impunidad.
Las historias sobre estas situaciones son conocidas, pero no siempre hay denuncias, en parte porque las autoridades le cobran a la familia de la víctima para mostrarles el expediente y hasta para mantener el caso abierto. La investigación de un homicidio puede costar 2.000 pesos ($120).
Para Manuel Amador, sociólogo profesor de la Escuela Preparatoria Oficial General Francisco Villa 128, hay una clara intención de parte de las autoridades de “silenciar o de obstaculizar. No se visibilizan los casos porque las mismas autoridades dicen: ‘No denuncies porque si tú denuncias puedes entorpecer todo esto’”.
Algo similar ha experimentado Guadalupe Reyes Martínez, de 43 años, en los últimos meses. Su hija Mariana salió a sacar copias para el trámite de una beca, la noche del 14 de septiembre de este año.
Fue sola porque su padre se había roto el pie y no la podía acompañar, pero Mariana nunca regresó.
Un mes después, las autoridades le dijeron a Reyes que habían encontrado restos en el Río de los Remedios, una corriente que se ha convertido en una fosa común de las víctimas de femicidio.
Solo el año pasado se reportó el hallazgo de hasta 40 cuerpos desmembrados.
Pero las razones de este fenómeno radican en que las mujeres, según Amador, ocupan el lugar menos privilegiado y predomina la idea de que ellas no necesitan una formación profesional y el hombre suele pensar que se debe reproducir ese modelo.
El femicidio, según los autores, “expresa la necesidad de eliminar la capacidad de las mujeres de convertirse en sujetos. De ahí la objetivación radical que encarna el hecho de matar y arrojar sus cuerpos”.