Sequía. Parecía que el manoseado recuerdo del concierto Derechos Humanos Ya era el trapito con el que íbamos a lucir el Estadio Nacional por mucho tiempo; pero, después de cinco años de inercia, las estrellas de la música en inglés cayeron sobre Costa Rica en aluvión.
“Uno sentía que era la última oportunidad de ver artistas de este calibre y que nunca más iba a pasar. Mejor ir ya, antes de que dejen de venir”, recuerda el periodista David Vargas, quien ingresó como redactor y cronista de La Nación en lo más y mejor del fenómeno , 1994.
“Los noventas fueron la primera época en la que comenzaron a venir grupos y músicos pop ingleses y estadounidenses. Eran músicos que estaban vigentes en MTV y VH1, cuando (esos canales) eran de música”, describe Vargas.
Las entradas para los conciertos de la banda de electrónica estadounidense Information Society (1993), los rockeros australianos INXS (1994) y el dúo sueco de pop Roxette (1995) se anunciaron a todo color en La Nación con los flamantes puntos de venta: los locales de Burger King, Pizza Hut y As de Oros, respectivamente.
En esos años, el puñito de productores de conciertos con los que contaba el país hacían de tripas corazón, de tarimas de bares un escenario internacional, de las gradas del Palacio de los Deportes un palco.
“A Jon Anderson (fundador de la banda de rock progresivo Yes) había que recibirlo en una limusina pero fui en un Nissan”, recuerda Enrique Salgado, cabeza de ESP Producciones, una de las compañías con mayor tráfico de talento internacional durante los noventas.
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Salgado recuerda que Anderson dio tres conciertos en 1993, un pequeño preludio para el rock que se avecinaba a la vuelta del año.
Yes tenía una carrera de casi 30 años cuando Salgado consiguió contratar al músico para tocar n el Hotel Fiesta en Puntarenas, el Hotel San José Palacio y, por último, en el Palacio de los Deportes en Heredia.
“Me ‘entotoroté’. Aquí lo que traían era charanga: muy buena pero no era nuestra música”, resiente Salgado sobre esa época. Para sus primeras negociaciones, el tico consiguió sus contactos de disqueras que visitó durante su época estudiantil en Londres, de las páginas de la revista Billboard y de la música que él mismo atesoraba.
“Jon Anderson para mí es un dios”, asegura el exproductor. “Yo siempre he sido rockero sin ninguna duda. Para mí era como darles lo mejor que podía pasarnos”.
El año soñado
Lo peor que podía pasarnos ocurrió horas antes de que Aerosmith subiera a su tarima dentro del viejo Estadio Nacional, el jueves 10 de noviembre de 1994.
En la cima de sus conciertos internacionales, Costa Rica estrenó su primera muerte en una fila de fans.
El joven Robinson Gamboa, un estudiante del Instituto Tecnológico de 20 años, falleció a causa de paro cardiorespiratorio después de que una multitud lo pisoteara durante el desastroso ingreso al Estadio.
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El concierto cerró un año intenso para la música en inglés: la segunda venida de Sting, una pesada presentación de los australianos de INXS y la banda de reggae UB40 se organizaron en el Palacio de los Deportes; Depeche Mode escogió al modesto Gimnasio Nacional como la única parada centroamericana para su gira mundial Exotic Tour.
Y aunque todos entusiasmaron a quienes dudaban la capacidad tica de recibir a los grandes de la música, la llegada de Aerosmith –justo durante la rotación obsesiva que MTV hizo del provocativo video de Crazy–, excedió las expectativas.
Aún en la tragedia, 23.000 personas lograron ingresar al Estadio Nacional.
Además de la muerte de Gamboa, se reportaron 25 heridos. Steven Tyler, vocalista de Aerosmith detuvo el concierto para lamentar la pérdida de su fan. Todavía en el 2010, cuando la banda volvió a Costa Rica, la memoria de Tyler recordaba con precisión la funesta noticia.
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“Yo me estaba alistando para que nos fuéramos para el concierto cuando se da la noticia de que había un muerto. La calma para cubrir un concierto tuanis cambió de tono”, lamenta Vargas sobre el incidente. “Aerosmith se iba a llevar dos páginas por ser el concierto que era y se llevó las dos páginas más un seguimiento muy detallado por la muerte”.
El sábado 10 de noviembre, La Nación publicó en su portada una fotografía apocalíptica del estado de la cancha del Estadio. En el interior de Nacionales, la cobertura del concierto incluía una infografía a color para explicar el fallecimiento, dos artículos sobre la familia y amigos de Gamboa, una noticia asociada sobre la incidencia de paros cardíacos en la población costarricense. La sección de Deportes se encargó de hurgar en los daños de la cancha.
Salgado admite que hubo un antes y un después del concierto de Aerosmith: regresó el recelo moral que el concierto Derechos Humanos Ya había franqueado tan exitosamente años antes.
“Todo se sataniza, la gente toma cualquier excusa”, opina Salgado. Sin embargo, el exproductor no acusa a nadie de mala fe: “Las autoridades no se involucraban para entorpecer. No sabían lo que estaban haciendo”.
Aún en el desconocimiento, “hacer” era imperante: si Costa Rica estaba atravesando una época fértil para los espectáculos, había que vivirla al máximo.
A todo volumen
La primera vez que Jethro Tull vino a Costa Rica, en 1996, el vocalista Ian Anderson venía con la “pata hinchada” después de un accidente en Perú, dice Salgado. Los fans lo recuerdan en una silla de ruedas, maldiciendo y cantando al mismo tiempo, como buen escocés.
No queda constancia periodística de todos los astros que cruzaron las tarimas y escenarios nacionales, pero los que lograron inmortalizarse en La Nación sirvieron de ejercicio para una nueva generación de redactores.
“Yo creo que el concierto que más me gustó cubrir fue el de Depeche Mode”, cavila Vargas. Su ingreso al periódico, con 22 años de edad, coincidió con la fecha del concierto de los ingleses.
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“No era la gran ganga, no era que tenía pase ‘VIP’ para todo lado. Dejaban entrar sin pagar pero tenía que mezclarme con la gente y darme de manazos para tener un lugar tuanis y ver el concierto”, describe el periodista.
Los textos de la época son souvenirs de la mejor nostalgia: en su concierto de 1993, Bon Jovi pidió la extravagancia de una parrilla para asar hamburguesas antes del concierto; al electropop de Information Society se le llamaba indiscriminadamente “tecno” y para rematar con la obviedad, el día de 1998 que Deep Purple sacudió al anfiteatro del Hotel Herradura, el periódico imprimió el titular en tinta morada: “Noche de luna púrpura”.
Ciertamente, después de Aerosmith, amainó la locura. Para setiembre de 1999, la banda Yes –y con ella, la segunda visita de Jon Anderson– despedía una década, un siglo y un milenio en Planet Mall : la vigencia de 1994 se había ido.