En la casa de Juan Carlos Villalobos Umaña todo lleva la marca de la piña: cada pedazo de madera, el piso, el chapulín para abrir la tierra y las 18 hectáreas de terreno de las cuales es propietario junto a otros miembros de su familia.
Empezando por la casa. “Pude hacer una casita propia, que era uno de mis sueños”, dice este exganadero de Cuatro Esquinas de Pital, en San Carlos, una de las zonas donde el cultivo de esta fruta ha crecido exponencialmente en la última década.
Sí, exganadero. Dejó las reces para seguir el rastro dorado de un producto muy apetecido en Europa, Estados Unidos y, más recientemente, en Rusia y algunos países asiáticos. “Comencé con dos hectáreas; ahora tenemos 18. Compré maquinaria y doy trabajo a cuatro familias de manera directa. En época de cosecha, 20 hogares de mi comunidad salen beneficiados con trabajo”, relata este piñero, quien lleva 14 años dedicados a plantar miles de “hijos” de piña.
En el país, 1.300 personas se dedican a este cultivo y casi todos (1.250) son pequeños productores.
La piña, que cobró auge en las últimas dos décadas tras desplazar a cultivos como el café, el banano, los tubérculos y las plantas ornamentales, le da trabajo directo a este exganadero, a 27.000 personas más, y a otras 110.000 de manera indirecta. Una de estas es William Rojas González.
Casado, con dos hijos, William vive en La Tabla de Río Cuarto de Grecia (Alajuela). Es camionero y le transporta piña a la empresa Del Huerto. Actualmente, es propietario de dos camiones: “Hasta me metí a sembrar piña. Tengo 100.000 plantas sembradas. Yo pego, mínimo, cinco viajes a la semana. En épocas buenas, hasta 11 viajes. La piña vino a dar un cambio importante a mi vida. He ido progresando. De un camión pasé a dos, ya tengo mi propia siembra y espero seguir avanzando”.
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La piña fresca de Costa Rica tiene el primer lugar en el mundo en la preferencia de los mercados por esta fruta. Es la nueva mina de oro de los campos ticos, lo cual explica que sembradores de tubérculos como Álvaro Solís Rojas, en Pococí, dejara el ñame y el camote para probar suerte con la piña; igual que William Alfaro Navarrete, de Freehold de Pacuarito, quien va por su segunda cosecha luego de que una de sus hijas lo animara a cambiarse de cultivo.
En lo que va del año, la piña se ha convertido en el primer producto agrícola de exportación del país, aseguró la ministra de Agricultura, Gloria Abrahams Peralta. Solo en el 2011, dejó $726 millones en divisas, y el MAG calcula que, anualmente, genera más de $388 millones en pago de salarios, patentes, cargas sociales y transporte, entre otros rubros.
El área de producción ha crecido en forma sostenida desde que un pequeño grupo de productores decidió echar a andar este cultivo, hace más de dos décadas. Se ha pasado de 16.000 hectáreas en el 2003, a 42.000 en la actualidad, distribuidas de la siguiente manera: 22.500 hectáreas en la zona huetar norte, 13.400 en la zona atlántica y el resto en el Pacífico.
También ha aumentado el volumen producido: la producción total de piña en el 2011 superó las 2,3 millones de toneladas (un 15% más que en el 2010). De ese total 1,7 millones de kilos se exportaron como fruta fresca, 140.699 kilos como jugos, concentrados y en otras presentaciones, y 430.988 kilos se destinaron al consumo interno, según datos de la Cámara Nacional de Productores y Exportadores de Piña (Canapep).
La Promotora de Comercio Exterior (Procomer) sitúa a esta fruta en el segundo lugar de productos de exportación del sector agrícola para el período 2010-2011, solo superada por el banano –que generó $778 millones el año pasado–, seguida por el café –$374 millones– y las plantas ornamentales –$80 millones–.
Si la velocidad de su crecimiento continúa, la piña podría colocarse en pocos años en el puesto número dos entre los productos de exportación, después de los componentes de Intel.
Sabor amargo
Mas los indudables beneficios económicos de esta fruta, de cuerpo ovalado amarillo-verdoso, se han acompañado de un clamor desde diferentes áreas del país, que la acusan de ser fuente de contaminación ambiental.
Desde el 2007, unos 6.000 vecinos de cuatro barriadas de Siquirres, en Limón, fueron advertidos por el Ministerio de Salud de no tomar el agua que les llega por la cañería pues está contaminada con agroquímicos usados para la maduración de la piña en cultivos cercanos. Hay quienes han seguido la recomendación al pie de la letra, pero la gran mayoría se cansó y hoy toma sin reparos el agua que les baja con una nata blanca (nota aparte).
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Ni qué decir de las moscas que han reventado en la zona norte, donde se concentra más de la mitad de los cultivos de piña. Omar Arias Murillo es vecino de Boca Arenal, en Cutris de San Carlos. Es ganadero y dueño de casi un centenar de reses. Lleva una década lidiando con la llamada mosca del establo, un insecto que ataca a sus vacas y las estresa a tal punto que las hace bajar la cantidad y calidad en la producción de leche. Ya tres de sus animales han muerto.
“El último brote fue en abril y en junio pasados. He gastado un montón en medicamentos y alimentación especial para el ganado. Las pérdidas las calculo entre un 30% y 50% . He perdido tres animales asfixiados por las bolsas que ponen las piñeras embarradas de una sustancia para matar a las moscas”, se lamentó el productor, quien aplaude la “cuarentena” de 90 días que giró el Servicio Nacional de Salud Animal (Senasa) para que los piñeros de Cutris se pongan en regla con el manejo de los desechos de la fruta, considerados el caldo de cultivo para el nacimiento de las moscas.
Otros lugareños son más confrontativos. En La Trinchera de Veracruz de Pital, en San Carlos, más de cien ganaderos plantearon una denuncia judicial contra instituciones del Estado –Agricultura y Salud, entre ellas– y unas 20 piñeras.
“La presentamos el 26 de junio pasado. La firmamos más de cien ganaderos de Pital, Cutris, Río Cuarto de Grecia y la zona atlántica. Estamos pidiendo que se nos reconozcan las costas, daños y perjuicios por ¢13.000 millones, que es lo que hemos perdido en los últimos diez años por muerte de animales, disminución en el ganado de carne y una baja en la producción de leche provocada por la mosca. Estamos tramitando otra denuncia por los efectos al medio ambiente, pues estos cultivos han causado contaminación del agua y deterioro de los suelos”, explicó Álvaro Álvarez Álvarez, ganadero de Veracruz de Pital.
Un “hijo de piña”, como se le llama a la planta que se siembra, tarda alrededor de nueve meses en crecer y producir su primera fruta. Se calcula que cada uno de esos “hijos” tiene potencial de dar tres frutos en su “vida” productiva. Las características del suelo y el clima del territorio favorecen una planificación del cultivo en función de la entrega de la fruta, que no tiene ningún otro país (ver nota aparte).
En todo ese proceso, se utilizan agroquímicos que facilitan tal programación, para así madurar el fruto con las características deseadas por el productor. Este es uno de los principales focos de crítica comunal, pues hay plantaciones ubicadas en terrenos de mucha inclinación. Por ejemplo, en Pococí, Limón, durante un recorrido de la Revista Dominical se detectaron plantaciones en colinas que antes fueron cerros con montaña. A los pies de una de ellas, estaba una captación de agua de un acueducto comunal.
En ese cantón de 125.000 habitantes y 2.400 kilómetros cuadrados, la piña ha ganado terreno. El alcalde local, Emilio Espinoza, no ocultó su preocupación por los olores, las moscas y la fumigación de algunas de las plantaciones. Él lidera la iniciativa para reunir tanto a los empresarios piñeros –a quienes reconoce su aporte en la economía local–, a las instituciones estatales y a los grupos comunales. El encuentro, promete Espinoza, no pasará de este mes, y su objetivo es poner en orden un cultivo cuya importancia económica no es un secreto para nadie.
Canapep reconoce la existencia de estos problemas, pero aclara, primero, que son casos específicos y, segundo, que no se puede poner bajo la misma sombrilla a todo el sector. Su presidente, Abel Chaves, sostiene que gran parte del trabajo de esa cámara –que reúne al 85% de los empresarios– se concentra en la parte ambiental y social. “Estamos buscando la sostenibilidad”, asegura. Chaves dice que a los agremiados de la Cámara se les ha dificultado obtener la licencia ambiental pues la Secretaría Técnica Nacional Ambiental (Setena) solo se las da a los productores que desarrollaron sus cultivos antes de junio del 2004.
Pero el boom de la piña se dio después de ese año (creció el área plantada y el volumen producido), con lo cual, la medida de Setena coloca a la mayoría de piñeros en un limbo legal. “Este es uno de los lunares que se nos achaca, pero no es porque no hemos querido, sino porque no hemos podido sacar esa licencia. Hace falta voluntad política”, advierte Chaves.
Esta Cámara ha firmado convenios con el TEC, el Tribunal Ambiental y el InBio para fortalecer sus programas de gestión socioambiental. Adicionalmente, la empresa Del Monte-Pindeco firmó un convenio con un instituto de investigación del MAG para estudiar el control de la mosca de establo y el manejo de los rastrojos de piña; este esfuerzo se une al Programa de Investigación y Transferencia de Tecnología de Piña (Pitta), también del MAG.
De cal y de arena
Carlos Quirós Delgado administra el acueducto comunal de La Suerte de Ticabán, en Pococí. El enorme tanque de agua está a tan solo 200 metros de la plantación bananera más cercana. Carlos tiene 52 años y asegura que “los pelitos blancos de mi bigote son por años de experiencia de vivir aquí”, con lo cual busca dar autoridad a sus palabras.
Él ha sido testigo de la época de oro del banano, del surgimiento de la piña y del abandono de algunas empresas que dejaron La Suerte “a su suerte”: sumida en el abandono y el vandalismo. Hace unos siete años, volvieron los tiempos de prosperidad a este pueblo de agricultores, y la piña fue la responsable de esto. Donde antes hubo cocales y bananales, ahora hay piña. Más de 200 personas del pueblo trabajan en las plantaciones, tienen salón comunal, una plaza de futbol que se desearían muchos equipos de Primera, apoyo para la escuela...
“¿Tendré yo moral para decirle a los chinitos que paren la producción?”, pregunta Carlos refiriéndose a los orientales, dueños de los principales cultivos de esa región. “Algunos de mis vecinos piden erradicar la piñera, pero si eliminamos la piña, ¿al día siguiente nos van a colocar aquí una zona franca para generar trabajo? ¡Nooo, no, señora!”, manifiesta airoso. “Estaría de acuerdo en quitarla porque sé que trae contaminación, pero todo eso se puede mejorar. ¡Ah, y le aclaro que yo no estoy con las orejas gachas! Solo le pido a Dios una fuente de empleo, que haya paz y que el gobierno no se olvide de nosotros”, agrega en tono salomónico.
Y parece que, al menos, en el Ministerio de Agricultura tienen muy presente el tema de la piña, no solo por su relevancia económica (segundo producto agrícola de exportación para EE.UU. y el primero para Europa, según Procomer), sino porque también desde el Senasa han debido lidiar con quejas por el manejo del cultivo de ciertas piñeras.
“¿Quiénes incumplen? Hay de todo. Los pequeños productores son quienes tienen mayores dificultades para la tecnificación y, en materia de rastrojo de piña, a ellos se les complica más tener la maquinaria adecuada para la disposición oportuna. No quiero generalizar porque podría caer en injusticias. Hay fincas grandes impecables y hay fincas pequeñas impecables”, sostiene Gloria Abrahams, ministra del ramo.
Según su contraparte en Salud, Daisy Corrales, las diferentes instituciones han cruzado datos y se han encontrado con una lista de 12 piñeras “reincidentes”. Aparecen tanto en la lista del MAG, como del Minsa o del Minaet: “La región más complicada es la huetar norte, donde tenemos más asuntos pendientes de resolver. Estamos trabajando con una línea dura en la cual contemplamos el cierre de aquellas a las cuales hay que intervenir”.
Esos cierres se podrían dar a finales de este mes o principios de octubre, dice Corrales, quien asegura que los ministros de Salud, Agricultura, Ambiente y Trabajo están enfocados en exigir el cumplimiento de las normas.
En esto, el Ministerio de Agricultura (MAG) trabaja de la mano de la Canapep, según confirmó Abrahams. Desde hace un año, existe una Plataforma de Producción y Comercio Responsable de Piña en Costa Rica, donde todos los sectores (productivo, académico, ambientalista y compradores internacionales) están trabajando para hacer de la piña un cultivo sostenible. La plataforma se creó con apoyo del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
“Un cultivo de tal extensión no se puede dar en forma sostenible”, rebate Soledad Castro Vargas, ambientalista, especialista en recursos hídricos y miembro del Frente Nacional de Sectores Afectados por la Producción Piñera (Frenasapp). “Este es un tema de ordenamiento territorial. No solo se contaminan aguas por malas prácticas agrícolas. Nosotros no conocemos una sola experiencia positiva, porque la lógica de todo esto son las grandes empresas y corporaciones, las únicas que se benefician”, insiste Soledad Castro.
Más proclive a facilitar la autorregulación del sector piñero, Abrahams no oculta su preocupación por el ambiente de conflicto que se ha generado alrededor de este cultivo. Pero insiste en que la plataforma creada para este sector impulsará una producción responsable a través de buenas prácticas agrícolas, buen uso de los suelos y el respeto a la normativa ambiental y laboral.
“Hay que ver las cosas positivas de la actividad piñera para poder seguir mejorando. Sobre todo, tener claro cuáles son las dificultades para intervenir de manera conjunta e interinstitucional. La autorregulación es el instrumento más efectivo, sin que por eso nosotros, como Estado, dejemos de aplicar las disposiciones jurídicas para corregir situaciones inadecuadas”, dijo la Ministra.
Colaboraron los corresponsales de GN Édgar Chinchilla (zona norte), Alejandro Nerdrick (Siquirres) y Reiner Montero (Pococí).