El diablo, Lucifer, Belcebú, el ángel caído. Como quiera que se llame, dice el obispo argentino Carlos Alberto Mancuso, que lo conocía desde antes de que él naciera. Ya sabía que ese niño, hijo de campesinos de La Plata –Argentina– se iba a convertir en sacerdote y, más adelante, en su enemigo.
Monseñor Mancuso, de 79 años, lleva 30 persiguiendo y expulsando demonios. Es el exorcista más reconocido de su país y uno de los más ‘cotizados’ de América Latina. El papa Francisco, cuando era arzobispo de Buenos Aires, le enviaba endemoniados para que él los exorcizara.
Recientemente, visitó Colombia invitado por el canal católico Teleamiga, a dar conferencias sobre cómo evitar caer en las garras del demonio y, en una entrevista con el diario El Tiempo , afirmó que ha visto a muchos endemoniados.
–¿Cómo terminó convertido en exorcista?
De la manera menos pensada. Ningún sacerdote se propone ser exorcista. En el seminario me interesé por todo lo que estaba vinculado con el espiritismo, el esoterismo, la masonería. Después, en 1984, se presentaron dos posesiones demoniacas en La Plata, y unos amigos sacerdotes me llamaron y me dijeron: “Padre, ¿quiere venir a ver qué opina?”. Fui como sacerdote de consulta y ahí comenzó todo.
–¿Cómo fueron esos dos casos?
–Era un muchacho que se revolcaba y que bramaba como un cerdo. Pero esa primera vez no pudimos hacer nada, hubo necesidad de otro exorcismo, porque salió huyendo. El otro fue de una muchacha que había sido embrujada por la mamá del novio, que no quería que se casara con el hijo. Fue adonde un hechicero y le encargó un queque, le puso un encantamiento y quedó endemoniada. Pensaba que así el hijo la iba a rechazar, cosa que no sucedió, porque el amor lo vence todo.
–¿Cómo se resolvieron esos casos?
–Reitero que a estos dos casos yo fui como observador. A ambos hubo que hacerles varios exorcismos. Pero con la chica pasó algo muy especial. Un sacerdote chileno era el que estaba dirigiendo todo, pero cuando llegué, el demonio, a través de la chica, se puso furioso y me gritó: “¡Fuera, basura!”. Y me escupió. Con el chileno no tenía ningún problema. Sabía que algún día tendría esa misión. Él sabe distinguir al exorcista de quien no lo es.
–¿Y usted qué le respondió al demonio?
–Como el escupitajo no me alcanzó, le dije con ironía: “¿Ni fuerza para escupir tenés vos?”, cosa que al demonio lo encabrita, porque es muy soberbio. Le muestro la cruz y le digo: “Este te va a derrotar, te va a hacer salir”. Y él me dice: “A ese yo ya lo derroté”. Le respondí: “¿Ah, sí?, eso lo vamos a ver después”. Y me atacó el estómago, con un dolor que no era propio en mí.
–¿Cómo fue el primer exorcismo que usted hizo?
Una vez fui a un hospital, donde había un ingeniero endemoniado. Luego me enteré de que a la hermana de él, que era una docente, otra compañera que la odiaba le había mandado una caja de chocolates que había pasado por las manos de un hechicero. Y este hombre se los comió. Y el demonio, que tenía que entrar en esa mujer, entró en este hombre. Lo llevamos al altar, lo tuvimos entre seis sacerdotes y lo exorcizamos.
–¿Qué le pasa al endemoniado?
–Va perdiendo su propia voluntad, siente odio hacia la familia, la casa, los seres queridos, por lo que hace, por la religión católica. La persona sufre ciertas alteraciones físicas, la mirada se le vuelve siniestra.
–¿Cómo hace el rito?
–El ritual que yo utilizo es de 1614. Es una oración que la Iglesia pone en boca de los sacerdotes para conjurar y expulsar al demonio que está poseyendo a una persona y dejarla libre de todo sufrimiento. Hay gente que acude a curanderos y a otro tipo de ritos y eso es muy peligroso, porque salen de las llamas y se tiran a las brasas. Solo hay que ir a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, que es la que tiene la facultad que Jesucristo, nuestro Señor, entregó a los apóstoles.
–¿Hay parecido con los exorcismos que se muestran en las películas?
–La espectacularidad de una película es producto de la ficción. La gente cree que todos los días vemos endemoniados que vuelan, que vomitan verde, que caminan por el techo o cuya cabeza les da vueltas 180 grados. ¡Es solo una fantasía! La realidad no es así; es, más bien, aburrida.
–¿Qué sucede durante el exorcismo?
–Yo no ato al endemoniado, como lo hacen otros exorcistas; lo acuesto sobre una alfombra y una almohada, boca abajo, y cada uno de mis cuatro ayudantes le sostiene una pierna o un brazo. De ahí no se va a ir, porque intenta salir disparado. Si no se libera [el demonio], no hay más remedio que hacer más exorcismos. Hay casos más fuertes que otros, no hay dos iguales. Eso hace que no todos se comporten igual: unos tienen un demonio mudo; otro, uno que grita y escupe, son distintos.
–¿Y cómo reacciona el diablo?
–Con furia y soberbia. Miro los ojos de los endemoniados y el diablo no puede sostener mi mirada. Lo miro; el otro mueve la cabeza. Al demonio hay que hacerle la vida lo más intolerable posible; si no, no se va nunca.
–¿Habrá muchos endemoniados en Colombia?
–En todos los países hay endemoniados, ¿por qué va a ser Colombia una excepción? Hay demonios por todas partes, aunque están escondidos.
–¿Y cómo se da cuenta la familia?
–Porque comienzan a insultar, a dejar de comer, a no querer que recen. A un niño que no había hecho aún la Primera Comunión, me acerqué a darle la bendición y me gritó: “¡Basta de bendiciones!”
– Se ha referido en estos días al caso de un muchacha. ¿Cómo fue ese caso?
–Cuando empezamos la oración de liberación, empezó a gritar, se cayó y me la llevaron una vez terminada la ceremonia. Había policías y les pedí que la sostuvieran. En La Plata yo tengo a 20 muchachos que me ayudan. Cuando empecé las primeras palabras de la oración, ella vociferó; y la gente que está endemoniada no se va a curar con una oración.
–¿Cuánta gente lo busca?
–Hay mucha gente que está pidiendo verme, pero no puedo con todo, no me alcanza el tiempo. Les he sugerido que acudan a sus obispos y pidan ayuda urgente.
–Este es un tema que, de entrada, produce miedo. Usted ha dicho que no siente miedo. ¿Cómo lo logra?
–A mí se me ocurre esta respuesta, no sé si será la verdadera: Dios le da a cada hombre la cualidad que necesita para desempeñar su oficio. Si a mí el Señor me puso para hacer exorcismos, se hizo cargo de revestirme de un manto y una habilidad para mantenerme sereno en medio de la dificultad. Nunca he sentido miedo.
–La Iglesia ha reconocido que el diablo realmente existe. ¿Hay que creer en él, hay que respetarlo o tenerle miedo?
–Hay que tomar precauciones, no acercarse. Este es un perro atado, que ladra pero no muerde. Pero por más atado que esté un perro, si usted le pone la mano, el perro le va a dar un mordisco. Porque no quiere que usted esté pateando su verdadero hormiguero y se defiende. Y, sobre todo, hay que tomar precauciones.
–¿De qué tipo?
–Generalmente, por imprudencia, la gente que se acerca demasiado a las cosas malignas que el demonio va sembrando en el mundo. No hay que practicar magia, ni espiritismo, ni el tarot, no conviene consultar adivinos ni curanderos. Eso le abre puertas al diablo.
–Usted ha dicho que el demonio es un espíritu que se puede materializar, un ser real. ¿Cómo es?
–Es un espíritu, con la diferencia de que no tiene materia. El cuerpo no existe. Es un ser que está metido en la humanidad, en las cosas de la gente. Eso de que tenga cachos, cola y tridente es pura imaginería popular.
–Usted también ha dicho que las mujeres son más vulnerables a estas posesiones. ¿Por qué?
No es fácil discernirlo. Yo pongo siempre este ejemplo: ¿a quién se le acercó el diablo en el paraíso: a Adán o a Eva? A Eva.
–¿Cómo distingue entre un caso psiquiátrico y una posesión real?
–Para mí es muy fácil distinguir entre una persona que tiene una enfermedad mental y la que está endemoniada. Son cosas muy distintas.
–¿Es cierto que el entonces arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Jorge Bergoglio, hoy papa Francisco, le enviaba endemoniados?
–Sí, eso es cierto. Él solía enviarme los casos porque no tenía exorcistas en Buenos Aires. Me los enviaba a La Plata, que queda a una hora; hacíamos ese servicio y él quedaba muy agradecido.