T iene en un penoso secreto y por eso no quiso ni revelar su nombre.“Sí, sí, lo que pasa es que le tengo fobia a los aviones y por eso voy en este barco, abajo llevo mi carrito”, reconoció un hombre de estatura baja, con pinta de ejecutivo y un tono de contagioso alivio.
El pasajero anónimo es colombiano, ingeniero en sistemas y se dirige a Costa Rica a visitar a unos clientes. Por su miedo enfermizo a las aeronaves, este cartagenero de cepa no les ve la cara desde hace dos años, un gran pecado en el mundo de los negocios.
El susodicho viaja en e l Ferry Xpress, de Cartagena de Indias en Colombia, al Puerto de Colón en Panamá . Esta ruta, prodigiosa y oportuna, se burla en la cara del famoso tapón del Darién –robusta selva de 160 kilométros de longitud que, haciendo trizas el tránsito terrestre, separa las Américas–.
Así las cosas, el nuevo ferry le saca la lengua a sus montañosos obstáculos y le roba la espalda por el mar Caribe.
Para los fóbicos a las alturas, motociclistas, aficionados a los campers (carros casa) y un grupo de avispados y sigilosos comerciantes, la senda marítima es camino dorado, algo así como la octava maravilla del mundo.
“Para viajar en avión yo tengo que ir borracho; por eso hace rato que no voy a Costa Rica. Ahora voy en carro, me bajo en Panamá y me voy manejando hasta allá. Esto es una maravilla,”, finalizó el fugitivo del aire.
El pasado 27 de octubre y luego una gran ola de comentarios incrédulos, el Ferry Xpress –una mutación entre crucero y barco de transporte– zarpó por fin del puerto de Colón y se aventuró en su primera travesía internacional.
“Es curioso, en redes sociales hasta nos decían que esto seguro era una estafa. No creían posible que al fin sucediera”, dijo satisfecho Santiago Jacome, community manager del Ferry Xpress.
Las dudas eran variopintas, lo que explicaba el porqué, en su anunciado viaje inaugural, apenas unos 19 automotores y unas 300 personas aprovecharon los servicios del singular barco.
1.000 pasajeros, 300 tripulantes y aproximadamente 500 automotores –sin contar el servicio de carga–, representan la capacidad total del inmenso ferry , recia embarcación que, aunque liviana en su primer periplo, zarpó del puerto panameño con expectativas de oro y un sinfín de ilusiones a bordo.
¡Leven anclas!
Una noche de lunes se escribiría la historia. Como meditando en las tranquilas aguas de la bahía de puerto Colón, el Ferry Xpress estaba allí, imponente, a la espera de su primera travesía a la tierra del vallenato.
“Ya revisaron mi carro, ¿verdad?... Desde la tarde está aquí, acá están los papeles”, exclamó un chico de acento mexicano, algo chaparro y de look relajado.
Es Roberto Soto, de 25 años, que junto a su novia y su perrito, viaja desde su país natal con el sueño de recorrer América.
Lo hacen en una pequeña camioneta, que partió de México DF, cruzó el norte de Estados Unidos y luego se orientó al sur, con la misión de conquistar la encantadora Patagonia, en Argentina.
A Soto y compañía, el ferry los sacó de apuros. Antes del Xpress, la pareja habría tenido que embarcar su carro en un container , olvidarse de verlo por varios días e irlo a topar más tarde en avión, avioneta o quizá lancha. Una tediosa travesía.
“El Tapón del Darién complica todo. El trayecto por otro medio hubiera podido tardar hasta 15 días. Acá viajamos con el carro a nuestro lado, podemos cuidarlo y el viaje solo dura 18 horas”, celebró Soto.
Pero, sin duda, el principal atractivo de embarcarse en el ferry es el ahorro.
“Si hubiéramos montado el carro en un container nos hubiera salido carísimo. Ese flete puede salir entre los $2.500 y $3.000, según la naviera. En el ferry nos salió en un 10% del precio”, agrega entre risas de asombro.
No es broma, según el tamaño del carro, los precios de transporte van desde los $300 a los $655, aproximadamente. Una moto paga $180.
Los boletos por persona también son relativamente baratos. Por esa razón, Marta López, de Colombia, se trajo a sus cuatro hijos a visitar su país. Ella dice que se ahorró como $1.500 en pasajes.
“Voy a viajar más seguido a mi tierra pues los boletos en avión están carísimos. Además, me encanta que no hay límite de peso en las maletas”, dijo emocionada.
Lo del peso del equipaje es para hacerle números. Un par de comerciantes, que se ahorraron decir su nombre, se embarcaron en el ferry para probar la conveniencia de comprar ropa en el Depósito Libre de Colón y revenderla luego en Colombia.
¿Será negocio? A juzgar por su semblante y el grosor de su equipaje, dio la impresión de que sí.
Pero, volviendo a la nota de los campers , mochileros y demás, abordo nos encontramos con Mei Ham. Ella es una ciudadana canadiense con rasgos asiáticos que viaja sola, en un pequeño jeep negro y desde la lejana ciudad de Toronto.
“Conduzco sola para sentirme más libre”, afirma Ham, cuya añorada libertad le da tiempo y espacio para hacer muchas amistades.
De hecho, así lo hace Ham en el ferry , donde charla con un grupo de estadounidenses que se conocieron en el barco. Andan en los mismos trotes y bromean como amigos de toda la vida.
Todos cruzan América impulsados por el ferry . U na pareja viaja de Nueva York, otra de Boston y otra más de Los Ángeles . Todas, en campers o carros pequeños.
“Nos alegramos cuando nos dimos cuenta del ferry . Es más barato que un container y es más rápido. ¡Allá vamos, fin del mundo!”, exclamó Julie Wood, en nombre de ella y su joven esposo.
Contemplando la serenidad del mar, extremadamente solitario y como perdido en pensamientos filosóficos, estaba Paul en la borda. Él es japonés, y no habla inglés ni español; tampoco es muy expresivo que digamos.
Es difícil comunicarse con el asiático, no entiende nada de lo que le dicen y nadie capta lo que trata de decir. Supimos, por señas, que viaja en bicicleta desde EE. UU., y más que eso, nada.
Ya en Cartagena, volvimos a ver a Paul, quien, montado en su caballito de dos ruedas, nos regaló una sonrisa de despedida. Fue lo único que pudo, estaba contento.
En altamar
Ángela Mora no podía creer lo que estaba viendo.
“A mí me dijeron que esto era un ferry , pero no; si hasta parece un crucero”, dijo Mora mientras toma el sol en la cubierta, vacila con sus amigas y disfruta de la vista.
La noche anterior, Mora bailó en la discoteca del barco, cenó en uno de los tres restaurantes disponibles y hasta buscó un whisky en el duty free de a bordo. No apostó en el casino porque no le gusta y se fue a dormir, aunque nada tempranito, en una habitación con vista al mar.
El Ferry Xpress cuenta con suites , cabinas y butacas que se acomodan al presupuesto del viajero.
Las 18 horas del trayecto se pasan rápido, gozando del show nocturno (con grupo musical en vivo y comediante incluido), conversando en la tienda de snacks o tomando el sol en la cubierta.
“Me imaginaba que íbamos a ir como sardinas en lata. Nada que ver”, dijo Eladys Barranco, quien se embarcó con su pequeño hijo.
Pero no todo fue color de rosa. Llegando a Cartagena muchos pasajeros se quejaron de lo lento del desembarque y los engorrosos trámites de migración.
Antes de zarpar, ya habían descontentos por los extensos trámites para abordar sus carros y hasta hubo uno que otro que se quejó de la comida.“Muy italiana. Tienen que cambiar eso. Odié el desayuno”, expresó con disgusto un pasajero.
de otras aguas
Que la comida tuviera sazón europeo tiene una explicación sencilla. El Ferry Xpress es de fabricación holandesa, pero podríamos decir que habla italiano.
Con señas, sonrisas amables y algo de “mañita”, los pasajeros latinoamericanos se vieron obligados a interactuar con una tripulación que habla muy poquito español, se aferra a su idioma natal y se frustra un poco al no entender a sus pasajeros.
“ Non capisco (no entiendo)”, respondió el capitán ante un simple saludo y, sin perder su buen semblante, prefirió huir de la conversación y se limitó a estrechar la mano del pasajero.
Antes de navegar las aguas del Caribe, el Ferry Xpress se llamaba Snav Adriático, y su ruta conectaba la ciudad italiana de Ancona con Split, Croacia. Sobre las aguas del mar Adriático, el ferry hacía los tours que transportaban peregrinos hacia el santuario de la Virgen de Medjugorje, en Bosnia-Herzegovina.
Eso explica el porqué de la tripulación europea y también por qué Gianluca Rossi, cantinero del ferry , parece un niño que anda de paseo. Mientras disfruta de una birra colombiana y hace bromas en el puerto de Cartagena, Rossi está feliz por su aventura caribeña y expresa que las personas en esta parte del mundo “tienen mucho calor, más que en Europa”.
De los nuestros
¿Y había ticos? No podían faltar. Una pareja de esposos– empresarios hoteleros de Uvita, en Osa– fueron los primeros nacionales a bordo.
Patricia Jiménez y Felipe Vargas se toparon con la opción del ferry y, al estilo mochilero, se lanzaron a la aventura. Ambos hicieron el trayecto Panamá-Colombia, pero también disfrutaron de la ruta que hace el ferry todos los fines de semana: de Colón a Bocas del Toro.
La pasaron de lo lindo, pues tampoco esperaron un ferry con tanta comodidad.
Desde Costa Rica, y conduciendo su propio auto, viajó también el colombiano Paulo Barbier, quien recicla bolsas de banano en el país.
Su objetivo del viaje: pasear y de paso competir en su país en la maratón en bote del río Magdalena, la principal ruta fluvial de Colombia.
“Hombre..., muy buena la experiencia. Hay cosas muy bonitas que uno conoce que, así haya pasado antes por ahí, revive de nuevo. Yo toda la vida he soñado con esto y me gusta mucho andar en carro”, confesó Barbier.
“Yo me dije: ‘Me voy en carro y me vine en carro’”, finalizó el aventurero, resumiendo la ilusión de los que, descarada y relajadamente, le sacan la lengua al Darién.
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