El gigante se sacudió. Abrió su boca y escupió con fuerza. No pidió permiso. ¿Para qué?
Despertó de su siesta el 13 de marzo de 1963 para demostrar quién es el que manda… y que a la furia que proviene de las profundas entrañas de la Tierra no hay quién la detenga.
Decir que el volcán Irazú llevaba largo tiempo en reposo sería mentir. Desde su primera erupción registrada, en el año 1723, la imponente joya natural no se queda quieta. En unas 23 ocasiones ha golpeado la mesa para recordarnos que sigue aquí, que sigue vivo.
Su demostración más reciente, que causó tantos estragos como quiso, inició el mismo día en que el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, comenzaba su visita oficial en nuestras tierras.
“En la década de los años 60 no había vigilancia de volcanes, el país carecía de científicos especializados en estos asuntos y la tecnología de comunicación era rudimentaria”, publicó este medio en un trabajo especial que conmemoró el 50 aniversario del suceso. “Los ticos no se dieron cuenta del despertar del coloso sino hasta que la ceniza les cayó encima”.
A eso de las 7 a. m. del 13 de marzo, el volcán comenzó un nuevo período de actividad que, durante dos años de intermitentes lluvias grises, dejó al 49% del territorio nacional cubierto con un manto gris y tóxico de ceniza.
La oscura y densa nube afectó a todo el Valle Central y llegó hasta Nicoya, en Guanacaste.
“En medio de retumbos, crujires de piedras que chocan unas con otras, de polvo enceguecedor y de ceniza destructora, el volcán Irazú da a conocer su actividad. Cientos de miles de colones, amén del terror que ha sembrado, cuesta este despertar del monstruo”.
La página 43 del diario La Nación alertaba sobre una emergencia que apenas iniciaba y que no había confesado aún sus intenciones. “Desolación y ruina al noreste del Irazú”, tituló el diario en una de sus notas del 18 de marzo de ese mismo año.
“Con toda la furia que está dotado, el coloso lanzaba al aire las inmensas nubes de polvo, ceniza y piedras, sembrando el terror entre los pobladores. La gráfica demuestra en toda su realidad, lo que está haciendo el volcán. ¿Qué tendrá dispuesto para el futuro? Nadie lo sabe”.
Se informó que en la zona noreste del Irazú, una de las más golpeadas, la vegetación estaba totalmente destruida, los árboles agonizaban sin ramas y que el peso del lodo y la ceniza lanzada por el volcán hacían destrozos en los techos de las casas y lecherías.
750 personas de las fincas San Gerardo, El Sitio, San Cayetano, El Roble y Pozo Amarillo debieron ser evacuadas del sitio y trasladadas al Hotel Robert, donde, según reportó el diario, permanecieron hacinadas.
“Sáquennos de aquí que vamos a morir aterrados”. Mujeres y hombres con lágrimas en los ojos rogaban por ayuda.
El director General de Salubridad, el doctor Antillón Montealegre, visitó la zona afectada y dio la preocupante alarma. “Ahora que he visitado aquel lugar me he dado cuenta de que aquello tiene carácter de tragedia nacional. No hay agua, no hay ropa, no hay alimentos”.
Tres días después de que la tragedia inició, uno de nuestros redactores advirtió sobre el estado en el que había dejado a la zona este despiadado fenómeno. “Aseguran que ‘llovía barro’ y cuando trataron de huir, la rara mezcla de ceniza con agua les caía sobre los cuerpos y los quemaba”, escribió. “Los techos de las casas se hunden con el peso de la ceniza. Los niños padecen de terribles afecciones por estas quemaduras, por lo que el doctor Antillón Montealegre, director General de Salubridad, ha incluido entre las vituallas que llevará hoy, medicamentos para aliviar este mal”.
Una enorme roca, del tamaño de una persona, se publicó en nuestras páginas para demostrar hasta dónde podía llegar la fuerza de la naturaleza. Baldes de barro gris y enormes sombras sobre el cielo ilustraban las constantes noticias que se publicaron para dar a conocer los graves destrozos que dejaron a su paso las rocas y el polvo volcánico.
Varios meses después, en diciembre del mismo año, carretillos hasta el tope de ceniza eran recogidos de los caños. Hombres y mujeres buscaban esquivar el material tóxico con pañuelos, anteojos y bolsas plásticas en sus cabezas.
390 hombres trabajaron en las labores de limpieza de la ciudad. “Esto fue corriente ayer en nuestra risueña capital, ahora nublada, encenizada y quejumbrosa”, se leía el 4 de diciembre.
Las palabras del gobernador de San José, Emilio Jiménez, llegaron en ese momento en búsqueda de lo único que los costarricenses podían hacer tras la lección que impuso el Irazú: conservar la esperanza.
“Esto no es una tragedia, sino una desgracia”, aseguró. “Y todo puede irse resolviendo. Los ticos podemos hacerlo. Venceremos la ceniza”.