Entré a un Internet café a las 3 p. m. pensando que era una mala idea. Un lunes sin estar en la oficina es un regalo de la vida. Pero había que entrar, a pesar de que afuera el clima era diciembre en setiembre.
A las 5 p. m. apagué el monitor, y salí. Afuera todo había cambiado. Todo era diferente.
En el techo, en el suelo, entre los adoquines, en las mesas de KFC, en los anteojos de la señora que vende chances, en la cara de todos, en la entrada de Chelles, en los mangos de la esquina.


Dentro de una farmacia el caos imperaba. Entré a comprar pastillas para la alergia, el resto de clientes imploraba por un tapabocas, pero estaban agotados. Un señor con anteojos gruesos pedía algo, lo que fuera. "No soporto esto". Le dieron servilletas. La solución para la supervivencia.

La ceniza salía del estómago del Turrialba.
Una vez una mujer rubia que vive cerca del Mediterráneo me dijo que no comprendía porqué aquí cuando llueve nadie se viste con botas de hule, con gabardinas y capas impermeables, y que en cambio visten sandalias y vestidos en invierno.

