El salón huele a melancolía, a capítulos que se resisten a ser cerrados. Sus protagonistas intentan ponerles punto, tal vez no punto final –es muy complicado–, pero al menos punto y aparte, para así iniciar frescos un nuevo párrafo.
Los hombres estamos en minoría; somos solo tres, las mujeres nos triplican. Una de ellas dirige el rumbo de la conversación, da la palabra en orden a los asistentes que se sientan en un circulo de sigilo, toman café en vasitos de cartón y escuchan los progresos y retrocesos de los demás, mientras piensan en los propios.
Antes de hablar, cada quien debe decir su nombre, seguido inmediatamente por una afirmación resultado de un largo proceso de reconocimiento y análisis personal: “Soy codependiente”.
El talón de Aquiles de los asistentas a esta reunión no es el alcohol ni la cocaína, sino el afecto. Son adictos a las personas, a las relaciones que con ellas entablan.
A tan solo unos pasos de la calle de la Amargura, el grupo Codependientes anónimos (CoDA) se reúne cada tarde de casi todos los días de la semana. El local está en la vía paralela al parque Kennedy, en San Pedro de Montes de Oca, frente al bar Búfalos.
Allí, con la música de las discotecas y karaokes en un segundo plano, cualquiera puede llegar a intentar alcanzar el fin último de la organización: desarrollar relaciones sanas, siguiendo un programa de 12 pasos, un día a la vez.
Santiago es uno de los dos hombres que, además del autor de este texto, asistió a la reunión. Tiene 30 años y es docente universitario. Reconoció su problema hace más de un lustro. Su verdadero nombre no será revelado, debido al principio de anonimato del grupo.
“Vine en un periodo de duelo, luego de terminar una relación de tres años. En realidad, era una relación muy conflictiva, llena de problemas, enojos... había mucho maltrato. Pero me sentía solo, triste, enojado”, cuenta sereno, recordando lo que marcó su pasado.
Santiago dice que en CoDA comprendió que, más allá de su “caótica” relación, él tenía comportamientos obsesivos y enfermizos. Por ejemplo, llamaba a su pareja de forma constante o le ponía reiterativos mensajes de texto; si estos no eran respondidos, el malestar y la inseguridad explotaban en Santiago... lo tomaba como un desaire y pensaba que ya no lo quería.
{^SingleDocumentControl|(AliasPath)/2013-02-10/RevistaDominical/Articulos/RD10-ADICCIONES/RD10-ADICCIONES-summary|(ClassName)gsi.gn3quote|(Transformation)gsi.gn3quote.RevistaDominicalQuoteConExpandir^}
“No respetaba los espacios de mi pareja, quería que saliera solo conmigo o con mis amigos, no con los suyos; que hiciéramos las cosas a mi manera. Si hacía algo diferente a lo que yo esperaba, lo veía como una ofensa y una agresión hacia mí”, narra.
La droga del afecto
Desde la óptica de Priscilla Spano Carazo, especialista en tratamiento del proceso familiar adictivo y directora del centro privado Paso a Paso , esos comportamientos son característicos del adicto al amor.
Este concepto cubre a las personas que tienden a involucrarse en relaciones adictivas, con una gran carga de sufrimiento o disfunción vinculados a un interés excesivo del individuo por estar pendiente de las necesidades, actitudes y comportamientos de otros. Tanta importancia le da que llega a olvidarse de sí mismo.
“Adicción es un término muy amplio y se refiere a una condición dentro de la persona que puede presentarse también en obsesión entre personas. Esta adicción, de acuerdo con nuestros censos, ocupa el primer lugar en el país y es sobre la que casi no se habla. Es, inclusive, más intensa que la adicción a la cocaína”, detalla Spano.
Los adictos al amor tienen expectativas poco realistas sobre la persona de la cual están enamorados: lo ven como un súper héroe, príncipe o princesa, y esperan de esta un amor incondicional.
Al inicio, la relación los hace sentir muy bien, pero luego se van olvidando de que también forman parte de esta. Tienen la idea de que la otra persona los va a completar. Su pareja, creen ellos, debe ser literalmente “su media naranja”, como lo repiten muchas tarjetas del día de San Valentín.
A estos codependientes les cuesta poner límites, son extremadamente complacientes y tienen baja autoestima.
Todo esto hace que adopten conductas compulsivas, sean celosos y traten de controlar a su pareja. Condenados a vivir en un constante miedo de ser abandonados, pueden aguantar cualquier cosa, menos eso.
¿Amor o adicción?
A veces el amor es una llama de pasión , el enamoramiento desbordante y el compromiso casi una norma militar, lo que no significa que exista una adicción. Entonces, ¿cuándo se viola la frontera y el sentimiento se convierte en patológico y nocivo?
Priscilla Spano destaca que toda relación tiene etapas que siguen un proceso normal: las personas se conocen, crean compañerismo y amistad, desarrollan confianza entre sí, se cuentan cosas íntimas.
Si se trata de un vínculo romántico, se pasa a un noviazgo en el que ambos –de forma implícita y sin forzar condiciones– se comprometen a estar juntos, pueden compartir en el plano sexual y hasta llegar a casarse.
Las relaciones adictivas no respetan estas etapas. Las personas se cuentan las cosas más íntimas desde un inicio, el enamoramiento es intenso y desmedido, y en algunos casos apresuran el vínculo sexual y la convivencia.
{^SingleDocumentControl|(AliasPath)/2013-02-10/RevistaDominical/Articulos/RD10-ADICCIONES/RD10-ADICCIONES-rec2|(ClassName)gsi.gn3quote|(Transformation)gsi.gn3quote.RevistaDominicalQuoteConExpandir^}
La relación se nutre de confusión y de reclamos. Algunos se quedan por años, por siempre, en este tipo de relación. Otros intentan ponerle fin, pero no pueden dar el paso. También es común que quienes finalmente terminan una relación así, de inmediato se embarcan en otra igual de dañina.
Spano Carazo explica que un comportamiento con esos rasgos se debe a una inmadurez emocional del individuo, originada muchas veces en carencias afectivas que se arrastran desde la infancia. En otras palabras, son personas que crecieron en hogares disfuncionales y que no fueron alimentados emocionalmente.
“Muchos casos corresponden a niños que fueron tratados como adultos, a los que se le dieron responsabilidades que no les correspondían, como cuidar a los hermanos, ‘vigilar’ que el papá no fuera infiel, contribuir a la economía de la casa, la preocupación de un padre alcohólico, o agresor. Como cuando niños fueron tratados como adultos, entonces , ya de adultos actúan como niños”, describió Spano.
El enamorador
Los adictos al amor tienden a buscar personas que presentan comportamientos enfermizos, que suelen resultar agresores o dependientes a drogas. Se obsesionan con cambiarle esa conducta y se trazan esa tarea como un objetivo en su vida.
Por ejemplo, en CoDA se trabaja y evalúa el patrón de enamorarse siempre del “mismo agresor”. Quizá tenga un nombre distinto cada vez, pero a fin de cuentas es siempre un agresor, aseveran los involucrados en el proceso.
Las desigualdades de poder entre hombres y mujeres y las construcciones tradicionales de género explican estas conductas. (Vea recuadros)
“Algunas personas reclaman que siempre terminan en relaciones con tipos que no valen la pena o que las lastiman; pero eso no es por azar, es que buscan siempre el mismo perfil”, explica Spano.
Aparece así un nuevo protagonista del fenómeno de la codependencia: el evasor. Aquel que es atraído por la vulnerabilidad del adicto al amor, también por disfunciones emocionales.
El adicto a la evasión siente un high por el enamoramiento y la adulación de la otra persona.
Cuando la relación empieza todo es muy intenso y romántico, ofrece pasión y protección. Pero con el paso del tiempo se siente asfixiado y controlado, y esto lo hace huir del compromiso, lanzándolo hacia la aventura de una nueva conquista. Así camina por la vida, dando tumbos entre relaciones efímeras y pasajeras.
Algunas ocasiones, invadido por el sentimiento de culpa y por un terrible temor a la soledad, el evasor regresa con la pareja, luego vuelve a sentir el agua hasta el cuello y se marcha, luego regresa, luego se vuelve a ir...
Este comportamiento entre el evasor y el adicto al amor se denomina el “tango de la codependencia”. Son esas relaciones eternamente intermitentes; novios que llevan diez años juntos, pero que se han separado y se han reconciliado en múltiples oportunidades.
Por lo general, los evasores sufren de alguna otra adicción (al trabajo, al alcohol, dependencias químicas) y emplean técnicas de distanciamiento para no involucrarse en la relación sentimental, tales como el silencio o la indiferencia.
{^SingleDocumentControl|(AliasPath)/2013-02-10/RevistaDominical/Articulos/RD10-ADICCIONES/RD10-ADICCIONES-frase|(ClassName)gsi.gn3quote|(Transformation)gsi.gn3quote.RevistaDominicalQuoteConExpandir^}
Jimena es adicta a la evasión. Esta joven de 27 años, quien pidió no publicar su verdadero nombre, estuvo a punto de casarse, y ya casi con el anillo en el dedo anular, prefirió cancelar su boda pues se sintió arrinconada contra la pared.
“Me sentía agobiada, necesitaba escapar. Mi otra adicción era la marihuana, yo escapaba en ella, salía con mi grupo de amigos a fumar. A él (su expareja) lo veía aburrido, no fumaba, ni tomaba. Llegó un punto donde ya no lo quería ver, estaba harta”, relata Jimena.
La joven está en tratamiento; hoy, reconoce que su actitud fue consecuencia de problemas familiares que vivió desde niña.
Ella prefirió huir antes que afrontar el compromiso, se rehusaba a compartir su intimidad, había puesto una barrera a sus sentimientos, pues no quería que estos fueran vulnerados.
La recuperación
Como toda adicción, la codependencia tiene salida, aunque la tendencia adictiva siempre va a estar presente. El proceso funciona es similar al de los alcohólicos en recuperación.
En CoDA, el proceso consiste en los 12 pasos, con 12 promesas y 12 tradiciones, superando un día a la vez. Hay un sistema de padrinos y dinámicas de escuchar en grupo.
Para ver avances se requiere tiempo y paciencia. Santiago, por ejemplo, ha logrado entablar una relación de pareja más sana, sin presiones ni controles excesivos, luego de seis años de asistir a reuniones.
“Ya no tengo necesidad de saber dónde está todo el tiempo, hay una mayor libertad, somos compatibles, pero sin absorber los espacios del otro, me siento con paz y más tranquilo”, resalta satisfecho.
En el centro privado Paso a Paso se dan terapias grupales e individuales, charlas y otros tratamientos que pretenden modificar estilos de vida.
Priscilla Spano desarrolla periódicamente conferencias gratuitas en la iglesia de San Pedro de Montes de Oca; hoy impartirá una a las 9 a.m.
Jimena, quien recibe tratamiento en el centro de esta especialista, ya dejó la marihuana y está trabajando en vencer sus dependencias y fortalecer su autoestima.
Más importante que el antídoto es el diagnóstico: cada persona debe valorar su propia situación, por doloroso que sea este ejercicio.
En el caso de que se encuentre una actitud de codependencia, es imperativo buscar ayuda. De lo contrario, la adicción se irá volviendo más fuerte hasta tornarse destructiva.