Ya sabía donde colocar el balón. Si Michael Umaña fallaba o alguno de los cinco cobradores elegidos mandaba el balón a las nubes, sería su turno y no podía tambalear.
El disparo iría rastrero, fuerte y a la derecha de Orestis Karnezis. Lo contrario a su último cobro en una tanda de penales. En aquella ocasión, vestido de rojo y amarillo y frente a la Liga, le tocó ser el sétimo cobrador.
Su disparó se elevó, rebotó contra el horizontal, ante la mirada perpleja de su hermana, que apreciaba el amargo instante detrás del arco de Patrick Pemberton.
La historia no tenía por qué repetirse. Ya habían pasado tres años desde la final del Invierno 2011, estaba lejos de Costa Rica, de pie en la cancha del estadio Arena Pernambuco de Recife y era uno de los mejores rematadores de las prácticas.
En un principio, su nombre aparecía entre los primeros cinco de la lista, pero hubo algunas modificaciones de último momento y los nombres cambiaron.
Pasó a ser el sexto, detrás de Celso Borges, Giancarlo González, Bryan Ruiz, Joel Campbell y Umaña. En principio, Ruiz sería el quinto, pero Jorge Luis Pinto decidió cambiar la lista, a sabiendas de que las estadísticas reflejaban que casi nunca se llegaba hasta el último penal.
Ahí estaba José Miguel Cubero, con los ojos más cerrados que abiertos, hincado sobre la línea del mediocampo, abrazado por sus compañeros durante el momento cumbre de la gesta futbolística más importante de la historia. Fue contra Grecia que la Sele selló el pase a cuartos.
Si por vueltas del destino Umaña hubiera fallado aquel penal, Cubero habría tenido que caminar hasta el manchón blanco para lanzar tal como lo tenía pensado: rastrero, fuerte y a la derecha.
Pero aún cuando no le tocó pararse frente a Karnezis, sí le tocó vivir el viacrusis interno, inevitable ante los remates eficaces de sus compañeros que empezaron la cuenta regresiva.
Primero Celso, después Giancarlo, siguió Pipo...
“Yo soy muy positivo, pero lo que había vivido en Heredia hacía que me llegaran chispazos de aquella noche a la cabeza. Uno ve que ya se cobró el tercero, el cuarto, y ya casí seguía uno”, confiesa Cubero.
“Pero le soy claro, cuando Keylor tapa, ya sentía que el partido era nuestro”.
PARA LA HISTORIA
Ese 29 de junio del 2014 rompe todo paradigma, hasta el de la sala de redacción de La Nación.
Decenas de periodistas de todas las secciones frenan sus labores diarias por unos segundos para mirar aquella tanda de penales que llevaría a Costa Rica a los cuartos de final.
Al día siguiente, la crónica titula: “La Tricolor transforma la agonía en éxtasis”, y una fotografía en la que sobresale Cubero, como el primero que corrió a abrazar a Umaña.
Fue un spring largo, desde el mediocampo hasta donde se abrazan el defensor y el arquero, los dos héroes, y el que pudo llegar a serlo.
En el instante más emotivo de la Copa del Mundo, la imagen de Cubero tomó otro rumbo, quizás porque la mayoría no tenía ni la menor idea de la carga que llevaba sobre sus hombros.
“Cuando Umaña va a tirar el penal no pensé en mí, fue más bien como que todos juntos lo tirábamos al mismo tiempo”.
Unos minutos más tarde, ya en la celebración, vendría la imagen del futbolista que todo el país recuerda: Cubero llorando sobre el pecho de su compañero Waylon Francis y la frase célebre de ‘llore conmigo papi’.
Cubero se toma hoy todo con humor. Desde el sexto penal (“mejor que clasificamos”, admite entre risas), hasta la imagen con Waylon, que luego se convirtió en un comercial de una marca.
Reconoce que el lateral lo llamó para preguntarle sí había algún inconveniente en que se hiciera una producción sobre esa escena, tan íntima como pública a la vez.
“Ese cabrón de Waylon me comprometió. ¡Qué colorazo! (risas). Pero es un momento en que uno no puede guardarse las cosas. Incluso yo le dije que contara todo (para el anuncio), que no había ningún problema”, confiesa.
Al fin, la auténtica imagen quedó para la historia, como los triunfos ante Uruguay (3 a 1) e Italia (1 a 0), el empate ante Inglaterra (0 a 0) o el “tú a tú” con Holanda (0 a 0).
Ningún instante tan recordado, sin embargo, como los penales de Celso, Bryan, Pipo, Joel y Umaña. González se ganó un lugar durante los entrenamientos, cuando demostró tener sangre fría.
También recuerda que en el vestuario, varios del grupo vacilaron a Giancarlo por la manera en que cobró su disparo; lejos del típico remate fuerte que caracteriza a los zagueros centrales, se inclinó por colocarlo. Karnezis lo raspó con su pierna, pero al final se coló en la red.
Todos los remates entraron, para fortuna de Costa Rica y amargura de Karnezis, que solo un año más tarde ganaría la Zebretta d’Oro, un premio que los aficionados del Calcio entregan al mejor portero de la temporada en Italia.
‘Epopeya’, ‘Keylor en el Olimpo’, fueron los titulares de La Nación . El primero apareció en la portada del diario, el segundo en la imagen principal de la sección Puro Deporte.
Una gesta para siempre, un penal que nunca llegó.