
Hasta un atisbo de culpa sentí al recopilar los insumos para armar el reportaje que detalla por qué la red vial fue elegida, junto a otros personajes –esos sí de carne y hueso– como figura noticiosa relevante en este 2013, en la ya acostumbrada selección que todos los fines de año publica la Revista Dominical .
La vida se encargó de que yo estuviera al margen de ese enorme caos que se ha desbordado como un implacable ciempiés a lo largo y ancho del país, con epicentro en la capital y sus arterias, pues por razones que no vienen a cuento, hace años me deshice de mi último carro y vivo a pocas cuadras del trabajo.
Ergo, las circunstancias me han ubicado como “espectadora de lejos” de la tragicomedia o minitragedia diaria que viven a diario decenas de familiares, amigos y colegas, y miles de ticos que han tenido que incorporar, como un grotesco chip de recargo adicional a sus rutinas, el factor “¿cómo-diablos-llego-sin-morir-en-el-intento?”.
Lo cierto es que a la hora de poner en blanco y negro a la red vial del país como figura noticiosa de este año, no solo no tengo buenas noticias, sino que tampoco se avizoran indicios de esperanza ante lo visto, oído y leído. Estamos dando vuelta en un círculo vicioso, exactamente como en la famosa fábula de la marmota, donde los días avanzan pero los hechos se repiten una y otra vez, solo que cada día con mayores agravantes.
Y es que esto va mucho más allá de las presas kilométricas que destrozan los nervioshasta del más ecuánime: los derrumbes, presas interminables, reclamos, marchas, puentes baileys y otros bemoles, todo eso hace que el sistema circulatorio de ese cuerpo (Costa Rica, o nuestra sociedad) esté funcionando mal.
El sistema productivo sufre en la oferta y demanda de oxígeno (entendido como dinero, bienes producidos para importar y exportar, para distribuir por el país); sufre en sus niveles de energía (se gasta demasiado combustible); sufre destrucción de tejidos (derrumbes, accidentes, muertes). Entonces se agota, se cansa, se sobrecalienta, se infecta y reaccionan los glóbulos blancos para curar el problema (protestas, huelgas) provocado por malas políticas públicas, inadecuada planificación, corrupción y una larga lista de etcéteras.
¿Quién no ha explotado de rabia tras sufrir los daños que ocasionan los incontables huecos de las calles y las consecuencias de la mala señalización? Esto, en el mejor de los escenarios, destroza los cacharritos que la mayoría compra a pagos, y en el peor, cobra vidas irremplazables?
Pero para entrar en materia y metérsele a la entreverada madeja de desastres que de nuevo puso al Ministerio de Obras Públicas y Transportes –y a subsidiarias como el Conavi– en la mirilla de lo más noticioso del 2013, me topo simultáneamente con dos noticias que, juntas, se vuelven una ironía suprema.
En noviembre, se informó sobre la muerte de un taxista informal, un señor de 59 años quien cayó con el auto desde un puente de madera en pésimo estado, en Santa Isabel de Río Cuarto de Grecia. Según los vecinos, en ese punto han fallecido cinco personas en los últimos ocho años.
Exactamente por los mismos días, las noticias daban cuenta del escándalo que se destapó en el Atlántico con el tema de los helipuertos narco: en setiembre pasado, el Gobierno inauguró un puente que costó ¢157 millones (ahí está la plaquita: “Administración Chinchilla Miranda”): se trata de una estructura que solo tiene salida al río Reventazón, a cinco casas y a la finca donde el OIJ descubrió dos helipuertos narco a inicios del mes pasado.
Fue la regidora y vicepresidenta municipal de Siquirres quien logró la aprobación del préstamo, y son ella y tres parientes suyos (en cuenta, un asaltante) más una vecina, los únicos con tierras cerca del puente de la discordia, que –como una broma del destino– se llama “Seis amigos”.
Dos puentes y dos historias que se enfrentan como choque de trenes y encierran un tenebroso simbolismo de lo que se hace y lo que se deja de hacer en el país.
Por supuesto, ni lo uno ni lo otro se le puede atribuir a la administración Chinchilla Miranda, pero al parecer, arrastrar con líos ajenos ha sido la tónica de este gobierno en varios tópicos encabezados por el MOPT.
En la seguidilla de colapsos de este 2013, hay algunos que detonaron la amargura colectiva durante semanas y hasta meses completos.
Uno de los grandes protagonistas fue el que se decantó el último fin de semana de agosto, cuando las fuertes lluvias de los días previos provocaron un gigantesco deslizamiento en la carretera de circunvalación : 6.000 metros de material aplastaron tres alcantarillas de acero corrugado y comprometieron un carril en la vía entre Hatillo 8 y Pavas.
Por el efecto dominó, los atascos se prolongaron durante más de un mes, hasta que se habilitaron cuatro puentes bailey , pero solo a manera de paliativo.
Sin embargo, la medicina tuvo fuertes efectos secundarios que a su vez alteraron la ya maltrecha paz vial: hubo que improvisar cambios en vías y habilitar nuevos horarios temporales para el sector público. Se habló de aumentar en un día la restricción vehicular y fue el caos.
Muchas de las crisis que ha debido enfrentar este ministerio reventaron en el último lustro, pero se venían gestando desde hacía décadas, cuando otros tomaron decisiones irresponsables, equivocadas y hasta corruptas. Justo al momento de escribir estas líneas, la caldera está ardiendo de nuevo, esta vez por la adjudicación a una empresa china de la ampliación a cuatro carriles de la ruta 32, la que el gobierno cedió únicamente con una carta de recomendación... del Gobierno de China.
El tema de la red vial ya tenía casi cartón lleno en cuanto a escándalos este año y la mayoría venía de la mano de otros líos cuyo origen se remonta años atrás, entre ellos, el desacomodo de la platina en la General Cañas, en el 2009 (ya casi cumple cinco años la criaturita).
Los eslabones del caos vial en el 2013 se podrían resumir así: en abril, después de una movilización de protestas que fue agrupando a todo el país, la presidenta Chinchilla dio marcha atrás con la construcción de la nueva carretera San José-San Ramón. El 24 de agosto se vino el ya citado caos por el lío en Circunvalación; el costo del arreglo ascendió a ¢3.155 millones. Aunque el hundimiento en la General Cañas se remonta a octubre del 2012, vale mencionarlo porque su reparación costó ¢1.500 millones. Y otro “chicharrón” reciclado es el fracaso de la trocha fronteriza, que se generó a mediados del año pasado con los coletazos de la aceptación y resignación en este 2013: ¢32.000 millones desperdiciados.
También hay que citar la ampliación de la vía Cañas-Liberia, que lleva cuatro meses de atraso y costará $250 millones; el proyecto de Circunvalación norte, que sigue sin adjudicarse, y los pasos a desnivel de Paso Ancho, La Bandera, Zapote y la antigua fábrica Gallito, que no despegarán en este gobierno. Igual suerte parecen correr los puertos nuevos de Limón, que están varados por falta de permisos ambientales.
Por su parte, el proyecto chino de ampliación de la ruta 32 está casi caído, a juzgar por el escándalo que llegó al ritmo de villancicos.
Poniendo el pecho
Él dice que no está contando los días para que llegue mayo del 2014, y no tendríamos por qué no creerle.
Pedro Castro, jerarca del MOPT y quien asumió el rancho ardiendo hace poco más de un año tras la escandalosa salida de su antecesor, dice que él sabía lo que implicaba asumir el ministerio del que alguna vez fue viceministro, pero que confió en salir airoso “del reto de contribuir a que mejoren los proyectos de infraestructura de este país”.

Hoy, un año y dos meses después de ser el ministro, no está tan seguro de que su propósito pueda concretarse. “La gente está tan a la defensiva y la misma prensa se ha polarizado tanto, que si el MOPT se equivoca, magnifican el daño, y si tiene algún acierto, le buscan el lado negativo”, afirmó.
Con 43 años, casado y padre de tres hijos pequeños (menores de 8 años), batalla –como el resto de los conductores– con los congestionamientos (dice que se demora una hora para llegar de su casa a su despacho) y se sabe el blanco de todas las críticas.
La cosa ha llegado a tal extremo –confiesa– que, a estas alturas, cuando sale con sus hijos de paseo, se pone una gorra y anteojos para evitar la andanada de ofensas que le profieren cada vez que lo reconocen en la calle.
Le dicen “hijueputa”, pero lo que más le gritan es “ladrón” y “sinvergüenza”, agrega.
“Yo ni vine a robar, ni me robaré nada nunca, pero la gente busca un escape a la frustración y muchos la han personalizado en mi figura”, manifiesta con tono apesadumbrado.
Consciente del embrollo en el que está metida la institución que dirige, rescata los progresos, aunque sabe que para la mayoría son “casi invisibles”. “Hemos avanzado en temas no convencionales como el asunto del tren, también tuvimos la fortuna de poner a funcionar las rutas de buses intersectoriales”, dice.
Admite sentirse muy frustrado porque la mayoría de funcionarios públicos no entiende que la prioridad es el usuario, y la burocracia y las protestas terminan de entrabarlo todo.
Durante su gestión –lo reconoce– no habrá grandes logros, pero asegura que le deja la mesa servida al nuevo gobierno para que le dé continuidad a las contrataciones del primer paquete del BID, donde ya existen licitaciones abiertas y adjudicaciones en casi todos los proyectos importantes por $300 millones.
También espera que camine el proyecto de modernización del MOPT y el Conavi, pues ya existe un consenso inicial con Laname, el Colegio de Ingenieros, la Cámara de Construcción y otros entes correlacionados que deben “unir esfuerzos coordinados”.
Consultado acerca de si él le ve algún tipo de salida a la crisis, es parco pero categórico: “Indudablemente, nosotros en año y medio no pretendíamos lograr la transformación. Se necesita trabajar mucho...”.
Por alguna razón, tras escuchar las descorazonadoras palabras de don Pedro Castro, se me vino a la mente una imagen que bien podría convertirse en parte del logo del MOPT: la figura de una marmota mirando a un futuro que se repetirá una, y otra, y otra vez...