A los 93 años, cualquier hombre tiene apariencia de abuelito cuentacuentos; incluso uno que tuvo que ver con la muerte inmediata de 140.000 seres humanos y quien jamás se cuestionó la moralidad de la misión que desató el apocalipsis desde el cielo.
“Una nación tiene que tener el coraje de hacer lo que tiene que hacer para ganar una guerra con el mínimo de vidas”, sostuvo, cuando le preguntaron Theodore van Kirk. Le decían Dutch y fue navegante de aviones de combate.
Murió el pasado 28 de julio en su casa de retiro en Stone Mountain, Georgia. Fue sepultado el martes pasado.
Era el último sobreviviente de la tripulación del Enola Gay, el bombardero B-29 Superfortaleza que soltó la primera bomba atómica en la historia de la humanidad, el 6 de agosto de 1945.
“Sentí alivio”, diría Van Kirk de aquel momento, cuando soltaron a Little Boy (Pequeño Muchacho, el nombre de la bomba de 4.082 kilos o 9.000 libras) sobre la ciudad japonesa de Hiroshima.
Él, el piloto Paul Tibbets y el artillero Tom Ferebee eran parte del recién creado Grupo Compuesto 509 de Bombardeo, un cuerpo de 1.800 aviadores.
Tibbets seleccionó personalmente a Dutch para ese cuerpo de combatientes.
Arrepentirse de aquella misión nunca entró en el diccionario del antiguo navegante: siempre mantuvo que la Segunda Guerra Mundial concluyó más rápido debido a ese bombardeo nuclear.
Nunca se apartó del argumento de que millones de vidas se salvaron, al acabar el conflicto sin luchar más.
“Claro, si vivías en Hiroshima y Nagasaki, para ese tiempo, era algo muy difícil de aceptar”.
Dutch no se cansaba de repetir de que el imperio japonés no estaba dispuesto a aceptar la rendición incondicional y que estaba entregado a seguir combatiendo, porque así se lo dictaba su sentido del honor en combate.
“La dirigencia nipona ignoró las demandas. Nos obligó a lanzar la bomba para acabar la guerra”, de acuerdo con una cita del diario El País de Uruguay.
Recordemos que en Europa el conflicto concluyó en mayo de ese 1945, con la rendición de Alemania
Estados Unidos lanzaría un segundo artefacto nuclear, tres días más tarde, el 9 de agosto, en Nagasaki.
Finalmente, Japón se rindió el 12, cuando el gobierno de Harry Truman ya consideraba el lanzamiento de una tercera bomba atómica, ahora sobre Tokio.
“Es realmente difícil hablar de moralidad y guerra en la misma oración”, aseguraba Van Kirk, en el ánimo de saldar discusiones éticas.
Misión Japón
Nadie durmió la noche del 5 de agosto, por lo que la tripulación se dedicó a jugar póquer para matar el rato.
Partirían al amanecer, de la base de Tinian, en las islas Marianas.
Todos sabían a lo que iban, pero ninguno mencionaba las palabras “bomba” y “atómica” al mismo tiempo, por razones de seguridad.
Para todos ellos, la misión era una buena idea para acortar la guerra, que había empezado el 1. ° de setiembre de 1939. Ya era interminable.
Ninguno sabía qué esperar de la nueva arma; de hecho, existía una enorme posibilidad de que la onda expansiva de la detonación los alcanzara.
Van Kirk era el encargado de guiar el B-29 y fijó el rumbo con los contornos de las islas del Pacífico y con las estrellas, ayudado de un sextante portátil.
Sus mapas de navegación estaban en una pequeña mesa, al lado del piloto Tibbets.
Ferebee, el encargado de soltar la bomba, solo se sentó a esperar...
La habilidad de navegante de Dutch le permitió llegar con apenas 15 segundos de retraso al objetivo, tras cinco horas y media de viaje.
El puente Aioi fue el blanco elegido: era un punto fácil de ver desde el aire y por su posición estratégica en la ciudad y porque la explosión alcanzaría un radio mayor.
Al ser las 8:15 a. m. del 6 de agosto de 1945 –el miércoles pasado se cumplieron 69 años– Ferebee, el artillero, dijo: “Lo tengo”...
Van Kirk se asomó por encima del hombro para comprobar el blanco.
La panza del B-29 Superfortaleza Enola Gay se abrió para soltar la bomba cargada de uranio, con una potencia de 16 kilotones, que explotó a 600 metros de altura
Hiroshima era una ciudad de 250.000 habitantes y sede de un cuartel general del ejército imperial.
Infierno
El Enola Gay disponía de 43 segundos para alejarse del escenario; de lo contrario, los victimarios se sumarían a la lista de bajas. Se alejaron contando: “Mil uno, mil dos, mil tres, mil cuatro...”.
“No sabíamos si iba a funcionar: 43 segundos parecían demasiado”, le contó Van Kirk a The New York Times con ocasión del 50 aniversario del ataque nuclear.
A pesar de la maniobra realizada por el piloto Tibbets, dos sacudidas siempre golpearon al B-29; con la segunda, todos volvieron la mirada hacia lo que ahora estaba a sus espaldas.
“Vimos una nube (el hongo nuclear) sobre sobre lo que había sido la ciudad de Hiroshima. Pudimos ver cómo quedó cubierta de humo y polvo y los incendios que la rodeaban”, recordó Dutch .
Regresaron a la base alrededor de las 3 p. m., con la sensación de que la guerra estaba cerca de terminar.
“En mi vida había visto a tantos generales y almirantes reunidos en un solo lugar.
”Nadie del grupo (eran 12) enloqueció, entró a un manicomio o se arrepintió con lo que hicimos al lanzar la bomba”, aseguró, nueve años atrás Theodore Dutch van Kirk, un soldado curado de espantos éticos desde aquel agosto de hace 69 años.