Cuando llamé a Álvaro Marenco para conversar sobre su carrera, me dijo que estaba repasando su diálogo para una obra teatral. Lo primero que pensé fue: ¿Cuál de todas?
Este año, a Marenco, de 72 años, le faltan tres espectáculos teatrales (ya estuvo en dos), colaboró con dos cortometrajes ( uno filmado en París ), aparecerá en otro largometraje y en una teleserie . Aún así, tiene suficiente tiempo para conversar largo y tendido sobre su carrera, de casi 50 años.
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“Cuando era niño, el médico dijo que yo era hiperactivo. No había ritalina ni nada de eso, por dicha, así que nadie nunca me limitó para hacer lo que hago”, bromea. Según su registro, ha participado, como intérprete o promotor, en 725 producciones de teatro, danza, cine y televisión. Es difícil estimar, pero quizás sea el actor más ocupado del país.
¿Cuál es su batería para tanto trabajo? Estar cerca de la gente joven. Con frecuencia, colabora con proyectos audiovisuales estudiantiles y profesionales; si hay cámara, Marenco se acerca.
Álvaro Marenco ha acumulado un currículum extenso y variado. Estima que ha aparecido en 17 largometrajes ticos y 106 cortos, 121 obras de teatro y 59 de danza, así como comerciales y otros proyectos para la televisión. En total, Marenco calcula que ha trabajado en 725 proyectos dentro y fuera del país.
‘Cuando empezás a hacer algo con gente joven, otro te llama y... la verdad es que no cuesta. Con la gente de mi generación, siempre he sido muy respetuoso, y si me llaman, trabajo con ellos. La verdad es que no llaman porque saben que estoy ocupado’ bromea.
El sétimo arte fue uno de sus primeros amores, desde que se colaba al cine contiguo a su casa en Santa Ana, cuando era niño, y luego, cuando su familia se trasladó a El Salvador por unos años.
“El otro día, le decía a Valentina (su hija) que estaba sorprendido de que me llamaran tanto a proyectos audiovisuales, y ella me decía que en la vida pasa mucho que las cosas que uno desea con más empeño son las que más se cumplen”, cuenta.
En lo que resta del año, planea participar en una obra con Maud Le Chartier, en Calígula (con la Compañía Nacional de Teatro) y El proceso (con el Teatro Universitario), así como dos producciones audiovisuales con Aarón Acuña y Luis Carlos Bogantes.
Inquieto. Álvaro Marenco siempre quiso ser bailarín. No obstante, cuando se fue a España, en 1964, estudiaba Derecho. Tampoco se quedó mucho tiempo en eso; tres años después, se fue a Francia y empezó a estudiar teatro, en plena ebullición de mayo del 68, una época fértil para la experimentación artística.
A uno de los ensayos de Naturaleza humana , el espectáculo en el que actuó en mayo , asistieron amigas suyas de aquellos años. Le dijeron que estaba haciendo, otra vez, lo de los años 60. “Caí en un grupo en la Universidad Internacional de Teatro que nos cambió la existencia a todos. Nos sacábamos la ropa y no sabíamos ni por qué”, recuerda.
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En Costa Rica, también optó por el riesgo, con montajes del grupo Tierranegra (con Luis Carlos Vásquez), Guindolas, Atropos y otros grupos. Estuvo casado con Roxana Campos y tuvieron tres hijos: Daniel, Valentina e Italo (los primeros dos, artistas; Italo, futbolista y presentador).
Marenco fue profesor universitario y colaboró con producciones estatales. En el 2006, se pensionó, lo cual no redujo, de ninguna manera, sus ocupaciones.
“Para poder experimentar, para poder crear cosas nuevas, siento que me oxigenan los jóvenes”, explica. Sus últimas puestas en escena han insistido en borrar las fronteras entre teatro, danza y lo audiovisual.
La gran mayoría de los papeles de Marenco son como figurante o como personaje secundario: por una parte, porque siempre ha tenido múltiples deberes a la vez; por otra, porque así se dio. “Me gusta hacer personajes chicos en el teatro. Bueno, algo más que solo decir: ‘La cena está servida’. Se me cayó el pelo muy joven y siempre fui actor de reparto; nunca me llamaron para ser Romeo, aunque tuviera 22 años”, sonríe.
También le faltado dirigir una obra. ¿Porque no ha querido o no ha podido? ‘Nunca sé. Creo que porque nunca me ha interesado. Las cosas que me interesan y me propongo, salen. Nunca nadie me ha dicho que dirija, así que nunca he tenido la inquietud’, explica.
“En los procesos de creación me pongo muy inquieto, muy inseguro”, afirma. “Lo que me da tranquilidad son los audiovisuales porque sé que me salen bien, pero además porque sé que se puede decir: ‘¡Corte!’. A escena siempre entro asustado. Ya he hecho 120 obras y siempre estoy asustado”, confiesa, guiñando a una vieja broma de escenarios de que siempre olvida sus líneas.
“No tengo memoria para los textos que hago, pero sí para el cine. Todo mi lenguaje mental es audiovisual”, dice. Hace 50 años, su película empezó a proyectarse. No ha terminado.