Al ingresar al teatro, una joven nos ofrece un trago de licor. Su semblante serio y la música triste de los altavoces anticipan la dureza de la velada. Cuatro mujeres con sus historias a cuestas. Cuatro mujeres violadas. Así de contundente.
Una a una –en dolorosa sucesión– transitan por el escenario ejerciendo el monólogo como derecho de respuesta al ultraje.
Con Viola 1234 , ya no hablamos solamente de una ficción escénica. En realidad, asistimos a un ejercicio de resistencia femenina contra el discurso patriarcal. La catarsis (purgación emocional a partir de la identificación con el sufrimiento de las intérpretes) funciona como una estrategia para advertirnos sobre las heridas que se abren al transgredir el espacio de lo íntimo.
Cada uno de los cuatro monólogos es una experiencia única. Todos ellos comienzan con la actriz mostrando su espalda desnuda. Un número escrito en la piel prologa el segmento, al tiempo que sugiere la reducción de la persona a un valor estadístico. En este signo, comienza a perfilarse el reclamo a una sociedad que mira, oye y calla. Los vestuarios en negro uniforman y remiten al luto.
Las historias narradas amplían el concepto primario asociado a la palabra “violación”.
El miedo como presencia constante, la evasión hacia una vida fantasiosa para suavizar el trauma, la violencia sexual proveniente de la pareja o la pérdida de la voluntad y la autoestima ejemplifican variables y consecuencias de este tipo de agresión contra las mujeres.
Las intérpretes de la obra ponen todos sus talentos al servicio del espectáculo.
Con destreza, cantan, danzan, ejecutan instrumentos musicales y desarrollan intensas partituras corporales. Inclusive, llegan a comprometer su integridad al manipular fuego o al deformar sus rasgos faciales con cordeles.
En uno de los momentos más impactantes, una de ellas obliga a un espectador a manosearla. El malestar provocado por este gesto cuestiona la presunción machista de que el cuerpo femenino es un objeto de uso público. Otro pasaje difícil de asimilar tiene lugar cuando se recrea una violación con música romántica de fondo. La enorme distancia entre la letra melosa de la tonada y la acción escénica relativiza la visión ingenua del amor que reproduce la cultura popular.
Las voces pregrabadas juegan un papel relevante en el montaje.
Escuchamos, por ejemplo, los argumentos manipuladores de los agresores masculinos o la locución institucional que pregona –sin emoción– instrucciones para que las mujeres eviten ser abusadas. En otro caso, la actriz narra –en simultáneo con su voz grabada– la violación cometida por su esposo.
La crudeza del relato se multiplica, inunda la sala y genera angustia en quienes estamos obligados a recibir el dolor ajeno por partida doble.
Lo único lamentable de este espectáculo fue su corta temporada. En una época dominada por el entretenimiento de fácil digestión, Viola 1234 debería permanecer más tiempo en cartelera.
El coraje de plantarse a dialogar sobre lo que pocos quieren oír y ver es fundamental. Allí es cuando el teatro se vuelve urgente e indispensable.
Luego de esta vivencia artística, no tendré excusa para olvidar que, en nuestro país, cinco mujeres son sexualmente agredidas al día. En el mundo, la tragedia se repite cada dieciocho segundos, sin distingo de edad o de condición socioeconómica.
En un mundo de opresores, el teatro se pone al lado de las oprimidas y nos invita a que hagamos algo. Mirar hacia otra parte ya no es una opción.
FICHA ARTÍSTICA
Dirección: Natalia Mariño.
Dramaturgia: colectiva sobre textos de Alejandra Pizarnik.
Elenco: Milena Picado, Yael Salazar, Ana Lucía Rodríguez, María Luisa
Garita.
Movimiento escénico: Érika Mata.
Vestuario: Alejandra Marín.
Iluminación: Luis Alejandro Alfaro.
Banda sonora: Alejandro Flores y Pipo Chaves.
Espacio: Casa Teatro.
Función: 1 de agosto de 2015.