Desde el 2010, Vacío pertenece –nominalmente– al repertorio de Abya Yala. Sin embargo, con el paso del tiempo, ha llegado a ser propiedad del inconsciente escénico de los asiduos al teatro. A fuerza de susurrar secretos y gritar verdades, la obra reflexiona sobre el imaginario social que construye los rasgos deseables de lo femenino y los castigos para aquellas mujeres que los “incumplen”.
La línea melódica del espectáculo es sostenida por una actriz encorsetada que se desplaza de manera casi imperceptible. Con la frialdad digna de una sentencia, pregona los expedientes clínicos de mujeres internadas en el antiguo Asilo Chapuí –entre 1890 y 1910– por evidenciar conductas percibidas como transgresoras.
La histeria o el erotismo exacerbado fueron algunos diagnósticos que los psiquiatras de antaño usaron para justificar la reclusión de esas mujeres. En el fondo, la “noble” idea de normalizar a las pacientes pasaba por el control de sus cuerpos y por la obligación de hacerlas vivir acorde con el modelo femenino impuesto desde la mirada patriarcal.
La línea armónica de Vacío se fundamenta en un trabajo multidisciplinario en el que conviven la actuación, la danza, el canto y la acrobacia aérea. Dispuesto como un cabaret, el espacio está impregnado de signos vinculados –por imposición cultural– a lo femenino. Vestidos y cunas con vocación de portavasos dibujan rutas a través de las cuales circulan las actrices.
De sus cuerpos emerge una propuesta armada con temas emblemáticos de la música popular y partituras corporales que recrean los síntomas de las “patologías” citadas en los expedientes. También destacan la parodia de los discursos publicitarios asociados a la imagen de la fémina ideal, las coreografías y las interacciones con la audiencia a partir de susurros, contacto físico y entregas –mano a mano– de mensajes escritos.
La disposición de las butacas en pequeños grupos concéntricos genera múltiples focos de atención. Cada quien ve lo que quiere o puede. No hablamos ya de un solo espectáculo, sino de tantos como espectadores haya en la sala. La convivencia de intérpretes y público en un mismo espacio permite la comunión de miradas y roces. La sensualidad se desborda y se transforma en una invitación a sentir más que a pensar.
Allí está la magia de la obra: pone el dedo en lo profundo de la herida con una suavidad engañosa que, de pronto, hurga hasta el dolor. Es como una daga envuelta en celofán: el envoltorio es festivo, pero el contenido asusta. De ese modo, la puesta reclama por cada mujer que ha sido violentada y, luego, reprimida al somatizar su angustia.
Vacío denuncia, pero además celebra la anarquía de los cuerpos femeninos liberados. A la vez, dispensa al útero como la raíz de tanta “patología” mal comprendida. Finalmente, habla, canta y danza en nombre de todas. Por eso, este montaje es una lúcida trinchera desde la cual se ponen en jaque los añejos e irrefutables diagnósticos del patriarcado.
FICHA ARTÍSTICADirección e iluminación: Roxana ÁvilaDramaturgia: Anabelle Contreras, Aylin Morera, Roxana Ávila. Basada en La construcción cultural de la locura femenina en Costa Rica 1890 - 1910 de Mercedes GonzálezElenco: Andrea Gómez, Aysha Morales, Monserrat Montero, Érika Mata, Adriana Cuéllar, Liliana Biamonte, Lulú Garita, Grethel Méndez, Liubov Otto, Fiorella Bákit, Fabiola Cordero, Ivannia MoralesVestuario: Michelle CanalesDiseño espacial y gráfico: Mariela RichmondEspacio: Teatro UniversitarioFunción: 11 de septiembre 2015