Juan Mayorga, uno de los más reconocidos dramaturgos españoles, se encontraba en Varsovia con ocasión del estreno de una obra suya. Caminando por la ciudad, se adentró en una sinagoga, donde se exponían fotografías de la época del gueto: una era robada a la historia, una sombra indeleble.
Empezó a marcar en su mapa turístico los sitios donde se había registrado la vida cotidiana de aquel tiempo. “Sentí que había sido un mundo el que había sido erradicado. El último momento de ese paseo fue cuando encontré una piedra negra con los nombres de quienes en ese lugar habían caído, los sublevados del gueto. Tuve una inmensa sensación de soledad… se había hecho de noche y había perdido la noción del tiempo”, recordó en una entrevista reciente en San José.
De allí nació su texto El cartógrafo , obra que dirige hoy a las 6 p. m. en el Teatro Melico Salazar al cierre del Encuentro Nacional de Teatro. La protagonizan Blanca Portillo y José Luis García-Pérez, dos renombradas figuras del arte español.
La obra examina temas recurrentes en su teatro: la lucha contra la “dictadura del presente”, las posibilidades de la imaginación, el “deber de memoria” de su arte. Conversamos con Mayorga acerca de esta obra y de su trabajo, reconocido mundialmente .
¿Hay para usted alguna similitud entre el oficio del cartógrafo y el del dramaturgo?
(...). El arte más importante y el el mejor teatro es aquel que lleva visibilidad a algo que está tapado. Nuestro trabajo es ser la máscara que desenmascara. En este sentido, el valor de nuestro trabajo es cercano al de la cartografía. Pero también en otro sentido los que hacemos teatro somos cartógrafos, porque como se dice en la obra, a diferencia de lo que sucede en una fotografía, en un mapa todo lo que aparece responde a una pregunta que alguien se ha hecho; eso también sucede en el teatro, desde luego en el oficio del autor, pero también el del actor.
”Hasta el más pequeño gesto responde a algo que el actor se ha preguntado. Construimos en un espectáculo un texto a leer, un texto en el espacio y en el tiempo. Los del teatro hacemos cartografía en la medida en que construimos un artefacto que no es calco, sino un mapa, una representación de lo que hay que ha de llevar a fijarse en aspectos que están invisibilizados u ocultos. Lo hacemos a partir de preguntas que permanentemente nos planteamos”.
– ¿Cómo aborda usted un proyecto dramatúrgico? ¿De dónde surge y cómo estructura su trabajo?
–Mis obras nacen siempre aquí (saca una libreta pequeña). Voy anotando frases, cosas que alguien me dice. Mis obras nacen de que escucho algo en la calle, alguien me cuenta una historia, tengo una experiencia personal, tengo un sueño diurno, leo algo en un periódico… (...).
”Las obras nacen de impulsos muy distintos, de preguntas que uno se hace. Nacen del asombro, de la sorpresa. Uno siente un fuerte deseo de teatro que en ocasiones se impone y llega al punto de obligarle a uno a encontrar una forma para eso. En otros casos, ese deseo no se confirma en una forma”.
Abordar la dirección, ¿ha cambiado de alguna manera la forma en la que usted trabaja la dramaturgia? (Mayorga ha dirigido tres obras, todas de su autoría).
Los textos que he presentado han sido profundamente alterados en la sala de ensayos, agitados, sacudidos, reescritos. Yo reescribo permanentemente porque desconfío de la escritura y en particular de la mía ; permanentemente mis textos están desengrasando y desangrando, porque una y otra vez el tiempo los reescribe, el tiempo me indica lo que es significativo y lo que es superfluo. Ese fenómeno de la reescritura se ha dado con enorme intensidad en la sala de ensayos. Ese material se me ha expuesto de forma muy violenta y era frecuente que veía un problema o límite del texto; encontrarlo se convertía en ocasión de escritura y en una noche de insomnio volvía con una nueva versión . Los textos que escrito luego probablemente han sido educados por esa experiencia de la sala de ensayos.
”Creo que el trabajo del autor y del director son muy afines y a la vez muy disímiles. Son afines porque el director también es un escritor que escribe un texto en el espacio y en el tiempo.
”Pero el autor ha de encerrarse para volverse loco y en un momento dado compartir su locura, mientras que el director escribe con otros: con los actores, el iluminador, el músico, el vestuarista. El autor es omnipotente: el folio en blanco lo aguanta todo. Como autor no acepto límites, puedo escribir una obra con 10.000 personas y 100 espacios distintos. El director, creo, ha de convertir los límites en ocasiones poéticas”.
¿Lo hace pensar diferente de los montajes que otros directores hacen de sus obras?
Efectivamente. Si bien fui un dramaturgo que llegó tarde a ese rol de director, siempre he estado muy cerca de los procesos de puesta en escena de mis obras, al menos en Madrid. Siempre he aprendido mucho de los aciertos y errores de los directores.
”En ningún caso creo que una puesta mía sea ni mucho menos óptima (ni definitiva). Estoy seguro de que otros directores con otra sensibilidad y otra imaginación pueden encontrar en El cartógrafo cosas que yo no he visto.
” Algo con lo que uno ha de combatir cuando dirige su propio texto es la redundancia; es decir, de algún modo la puesta escena debe entrar en conflicto con el texto. Un riesgo es que el director que es autor del texto que monta se limite a ilustrar y confirmar lo que ya está en su texto. De algún modo, uno debe ser capaz de superar los límites del autor”.
–Bueno, en su caso es fácil combatir con usted porque su tipo de escritura favorece esa confrontación. Su escritura es abierta, con elipsis, fragmentación, paralelismos, todas esas herramientas que elabora favorecen que un director entre en pugna con lo que el texto propone.
–Así lo creo. Lo que digo es que quiero que en el texto esté lo innegociable, pero no más. Por ejemplo, en ocasiones me he dado cuenta de lo liberador que puede ser no informar sobre la edad de un personaje (...) No se trata de un no comprometerse con lo que estás haciendo, sino, al contrario, abrir espacios de responsabilidad para los directores y los actores, también para todos los demás profesionales del espectáculo, que probablemente serán capaces de ver cosas que yo no he visto.
–¿Cuán importante es para usted la reflexión teórica a la hora de la escritura o de pensar en su propio trabajo?
–He reunido en Elipses (una colección de ensayos) algunos de mis ensayos no solo sobre el teatro. Hay quien me dice que si ahí están las claves de mi teatro. Yo le contesto que más bien lo que están son las claves del teatro al que aspiro y que no he llegado a escribir. De algún modo son horizontes a los que apenas me he acercado. Yo creo que el arte es misterioso. Siempre hay una fuente misteriosa. En este sentido, hay que evitar la arrogancia de creer que todo es ‘pensable’.
–De creer que se puede descifrar a sí mismo…
–Claro, pero dicho esto, hasta donde sea posible, es importante reflexionar, preguntarse por qué uno está haciendo lo que está haciendo, cómo se relaciona el trabajo que está haciendo uno con la sociedad con la que quiere entrar en conversación, cómo se sitúa lo que uno hace en la historia de este arte, cómo se relaciona con todas esas artes… No tengo respuesta para ninguna de esas cuestiones, pero me interpelo permanentemente acerca de ellas.
–Estamos viviendo un punto de inflexión muy notorio. En España, ni hablar, en Europa la crisis de migrantes, la crisis del orden internacional... Más allá de eso, la humanidad se está transformando. Está la cuestión digital, la inundación perpetua de imágenes, de espacios digitales que se sobreponen a los físicos. En ese panorama, ¿cómo cree –si lo cree– que se está transformando el teatro? ¿Qué papel puede jugar dentro de una sociedad que está en un punto de tanto cambio?
–¿Puede el teatro cambiar el mundo? Pues los que lo hacemos debemos hacerlo como si pudiera. ¿Puede el periodismo cambiar el mundo? Pues probablemente no, pero los que lo hacen deberían hacerlo como si pudiera.
”Creo que ese tipo de diagnósticos según los cuales el teatro no cambia la sociedad o no cambia el mundo son inmediatamente recusables, porque, ¿cómo sería un mundo sin teatro? No lo sabemos. En todo caso, el teatro a mí me ha cambiado. Para mí, haber visto en mi adolescencia Seis personajes en busca de autor, de Pirandello, o La vida es sueño, resultó transformador”.
–¿Por qué? ¿Qué cambió del Juan Mayorga-persona, si fuera inseparable del dramaturgo?
–Yo creo que el gran tema del teatro desde los atenienses es la fragilidad del ser humano y al mismo tiempo su emocionante combate por la dignidad, por la libertad, por la belleza. Ese teatro que vi en la adolescencia era un teatro que esperaba de mí y del que yo esperaba mucho. Era un teatro que me tomaba en serio, que hacía que examinase mi propia vida.
”Ayer compartía una imagen con los chavales de la escuela de teatro: les comentaba que la primera vez que vi una obra mía en Francia fue en un teatro de la banlieue, en el extrarradio, y había como 50 personas que iban a entrar, en una noche de perros. Yo me preguntaba: ‘¿qué hacen estos tipos aquí? Estos tipos no parecen ser familiares de los actores (se suele notar); no me conocen, no están por mí. ¿Por qué están aquí? ¿Por qué no están en su casa, donde probablemente tienen una tele que les ofrece extraordinarios espectáculos? Esta gente está aquí por el teatro, porque el teatro algún día los mordió, los envenenó’.
”Nuestro primer trabajo es hacer que la gente vuelva, que la gente que vaya a ver El cartógrafo vuelva al teatro, que ese espectáculo se convierta en una experiencia en su vida como puede serlo el encuentro con una persona o el encuentro con un lugar que acaba siendo determinante”.
Ha escrito anteriormente que la contribución política del teatro es en cierto modo extender lo visible y ampliar la visibilidad.
Claro. He dicho alguna vez que el teatro de la crítica y de la utopía, que nos permite examinar lo que hay e imaginar otras formas de existir, otras formas de vivir, y eso es enorme. Eso merece ser custodiado.
”Por otro lado, digo que el teatro es el arte de la imaginación y la imaginación está hoy acosada, hay pocos espacios para ella. Todos llevamos un suministrador de extraordinarias pantallas en el bolsillo, pantallas que colonizan nuestra imaginación.
”El teatro es de una extraordinaria ingenuidad: que salgan dos tipos y empiecen a representar ahí nada menos que el gueto de Varsovia… es obvio que ellos no pueden competir, en su fragilidad, con la extraordinaria opulencia del audiovisual pero, al mismo tiempo, es imbatible.
”No puede combatir contra eso, pero tiene un oficio imbatible en la medida en que recuerde que lo que está en el centro de su trabajo es la imaginación del espectador, el espectáculo no sucede en escena, sino en la imaginación del espectador.
”En este sentido, sí creo que el teatro es un santuario, que es inmediatamente un espacio de resistencia. El teatro es un lugar de celebración de la vida. Cada vez que un actor sale a un escenario, sale nada menos que a representar posibilidades de la vida humana y a dar a la comunidad ocasión de examinar esas posibilidades. Cuando eso ocurre, se está produciendo un acto de afirmación de la vida”.
–De por sí es un gesto muy político y, según el lugar, hasta radical, poner a compartir a un montón de personas diferentes en una sala la fantasía, la locura de un autor.
–Siempre digo que el teatro que amo ha de tener emoción, acción, poesía y pensamiento. Son para mí las líneas de fuerza del teatro que amo. Eso tan elemental, tan ingenuo que nos entregaron los atenienses, ese extrañísimo dispositivo por el cual unos ciudadanos se separan unos pasos de otros para representar ante estos posibilidades de la vida humana. Eso a mí me parece un acto extraordinario y cuya supervivencia está asegurada. Dicho esto, es cierto que la resonancia que puede tener nuestro trabajo frente a las pasiones que desata, por ejemplo, la eliminación de Chile del Mundial… ( ríe ).
”Debemos hacer un trabajo, por qué no decirlo, para la humanidad. El teatro es un acto de amor a la gente, incluso la que no va a vernos. Cuando uno dice eso no quiere decir entregarle a la gente lo que espera que le des, porque eso es tratarlos como consumidores, sino ofrecerles algo que los desestabilice, que extienda y ahonde su experiencia, un mapa que los ayude a fijarse en cosas en las que acaso no se fijan, que les permita asombrarse de cosas que lo rodean y que, sin embargo, a fuerza de verlas, han dejado de tener visibilidad. El teatro tiene que ser un acto de profundo respeto (por quienes vienen a vernos), lo cual no es incompatible con una puesta en conflicto.
”También digo que el teatro es el arte del encuentro conflictivo entre el actor y el espectador. Para mí el momento más alto del hecho teatral es cuando de algún modo el espectador se encuentra con su doble. El doble no es calco, no es copia; es otra posibilidad de ti, o eres tú mismo como no te atreves a reconocerte. Tú estás viendo un espectáculo y de repente dices: yo soy el tío Vanya, yo soy el rey Lear”.
–Ahora mencionaba, como todo artista, horizontes a los que aspira, formas a las que quiere llegar, aspiraciones para su propio arte. ¿Cuáles riesgos o desafíos imagina en su propio trabajo, esas barreras todavía por vencer, esos riesgos por tomar?
–Cada obra es un desafío. Creo que cada una de mis obras tiene una forma singular, distinguible, porque de algún modo no aplico una forma eficaz, como podría hacer el dramaturgo de perfil lopesco. Lope escribe el Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo, que es una suerte de clase magistral de cóm hay que escribir determinadas obras que sirvan de algún modo para interesar a espectadores de distintos estratos e intereses. Para mí cada obra es un desafío, cada obra me interroga preguntas.
”Por lo demás, nunca las acabo. Las estoy reescribiendo permanentemente. Me han hecho notar algunos de mis lectores que en mis últimos textos creen percibir la búsqueda de nuevas formas de textualidad. Esto es algo que algunas espectadores advierten. Sin embargo, observo una y otra vez que reaparecen preguntas e incluso frases. Lo que me planteo en cada momento es cómo responder a esa obra, cómo encontrar una forma de compartir ese deseo con mis espectadores.