![](https://www.nacion.com/resizer/byCHuxPDHqtxNWmoNii0z-uhHgk=/1440x0/filters:format(jpg):quality(70)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/gruponacion/JU5ZV4T2WJHXVNLCUG6KZRM3KQ.jpg)
EEl personaje del Abuelo se robó el show en la Plaza de la Cultura. Fotografía: Mario Rojas para LN.
Una tímida marioneta se asoma tras bambalinas, para examinar al público que se reunió el domingo en la plaza de la Cultura. Menea la cabeza de un lado a otro, como si tratara de reconocer rostros.
Ese arte de dotar de vida a lo inanimado es una vocación que posee el marionetista Carlos Cañellas, quien con hilos y unas manos virtuosas crea un espectáculo capaz de mantener sin pestañear a la audiencia.
El artista catalán llegó al país a presentar Solista, obra de marionetas de la compañía española Rocamora, la cual formó parte del Festival Internacional de las Artes.
¿Qué hace a sus marionetas tan especiales? Estos personajes se adueñan del escenario mediante shows circenses, ballet y bailes que ejecutan con tal perfección que parece que el marionetista desaparece por lapsos del cuadro.
Cañellas se hace notar solo cuando llama a sus estrellas, quienes salen una a una de las valijas. Primero, aparece Johnny, experimentado bailarín de tap.
Sin embargo, quien se roba el show es un muñeco al que su creador llama Abuelo y que, pese a sus reumas, baila con total soltura.
Llega el turno de presenciar una intervención de ballet , a cargo de una marioneta con cara de mimo.
La pieza transporta al público a un momento dramático que muestra las hazañas y la tristeza del bailarín por alcanzar una estrella.
Solista cierra con la reaparición del abuelo intentando patinar. El acto acaba cuando el artista detrás de los hilos se despide y expresa su deseo de que no vuelvan a pasar otros 20 años para regresar a Costa Rica con sus muñecos.