A las 9 de la mañana, el sol azotaba con fuerza la cancha de fútbol de la cárcel Puesto 10, en San Rafael de Alajuela. Luego de algunos días de frío, la hora parecía idónea para quitarse la camisa y echarse una mejenga.
Sin embargo, el foco de atención estaba bajo la sombra del gimnasio, donde el actor costarricense Leynar Gómez presentaría el monólogo ¡Qué varas, mae! , inspirado en la vida tras las rejas.
Los privados de libertad a cargo del sistema de sonido ni siquiera habían terminado de instalar el audio, cuando las sillas comenzaron a llenarse.
Enfundado en un suéter gris con el zíper hasta arriba, pues el viento frío soplaba a través de la malla del gimnasio, llegó Donald Vargas. Cumplía apenas sus dos primeras semanas en Puesto 10 y decía sentirse como “un perrito cuando le sueltan la correa”.
Había pasado 15 meses en la cárcel de San Sebastián, donde las condiciones son muy distintas. Hablaba del hacinamiento, de los colchones en el suelo, del poco tiempo que pasaba fuera de la celda y del olor a orines y a humedad.
Aún no tenía claro qué era lo que habría en el gimnasio, pero había escuchado el nombre de Leynar, a quien recordaba de la cinta nacional Presos , la cual se estrenó cuando aún vivía en libertad, pero que vio hasta que estuvo en la cárcel.
De a pocos, las demás sillas comenzaron a llenarse con muchachos en tenis, chancletas o descalzos que no sabían ni de qué trataría el espectáculo.
“Un día más. Un día menos”. La primera línea de la obra era un filo del que nadie en el público podría salir ileso.
Pronto, Tricky (el personaje central del monólogo) comienza a contar cómo volvió a la prisión, esta vez con una condena de 25 años por el delito de “hurto agravado sobre las personas y las cosas”.
Serían 25 años de volver a oler la humedad de las cárceles, lamentaba Tricky y, a su manera, generaba una empatía particular con Donald.
Los recuerdos y las historias de los 14 personajes que Gómez interpreta solo arrancaban carcajadas entre los privados de libertad, quizá identificados con esas vivencias.
“¡Ese hombre se los estudió a todos, ah!”, espetó Donald a uno de sus compañeros.
Gratitud. La de ayer fue la primera presentación de Gómez en el año y, al mismo tiempo, una manera para cerrar un ciclo que tenía inconcluso.
Tras filmar Presos en Puesto 10, el actor no pudo asistir a la proyección de la película ante los privados de libertad. Sentía que les debía algo en agradecimiento por compartirle sus historias para enriquecer el papel y llevarles su monólogo de pronto le pareció la retribución ideal.
Pisar de nuevo la prisión tanto tiempo después, trajo una mezcla de sentimientos para Gómez: por un lado, el dolor de volver a ver el rostro de un hombre al que le faltaban dos meses de condena cuando terminó de rodar la cinta, y por el otro, la satisfacción de los muchos agradecimientos que recibió de quienes le estrecharon la mano al final del monólogo.
“¿Va a haber segunda parte de Presos ? Yo estoy esperando para ver qué pasó al final”, le preguntó Donald a la salida del gimnasio. Gómez no tenía la respuesta, y Donald tampoco se lo dijo, pero su presentación acababa de sembrar una semilla de esperanza en él.
“Es algo muy rehabilitante, es motivador y lo entusiasma a uno, porque como dijo él al final, ¡qué varas, mae !, que creen que uno es como un animal. Pero no; somos personas que también sentimos. A través de esto, nos sentimos tratados como humanos”.